De monos, semen y fómites

La viruela animal es un problema infeccioso, social, político, económico y epidemiológico que lleva milenios machacando a los pobladores del centro de África y alrededores. El mal ha brotado ahora en occidente afectando a miles de ciudadanos

agustín muñoz sanz

Lunes, 10 de octubre 2022, 08:40

Hace unas dos décadas, un congreso internacional sobre el sida agitó la inestable calma social. Alguien sugirió que el virus causal (VIH) podría transmitirse por ... compartir los vasos y otros utensilios de bebida. En un artículo periodístico se trató de aclarar el asunto. Eran los tiempos cuando las más disparatadas y absurdas mentiras disparadas en ráfagas no estaban tan de moda, aunque las trolas existen desde que la serpiente paradisíaca engañó a la abuela Eva con la tentadora manzana. El artículo 'Del beso al vaso' pretendió amainar la tormenta desestabilizadora de la preocupación social de algunos conciudadanos. Han pasado muchos años y no se ha demostrado, que sepamos, ni un solo caso de contagio del sida por medio de un beso o por compartir un vaso. Algunos asuntos son muy difíciles de probar o de aceptar, pero la ciencia no es cobijo del dogma, tan propio de la fe. Siempre hay que dejar una puerta o ventana entornada por si hubiera que ventilar las opiniones propias previas, cuando los datos son irremediables. Dudar es sano; rectificar, reconforta. Sirva esta premisa para dejar constancia de que no hay intención de pontificar.

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En el problema infeccioso conocido de forma indebida, errónea e injusta como viruela del mono o símica, ha surgido (o reemergido, como la infección) cierto agobio sobre las formas de contagio: ¿se contagia por vía aérea mediante las «gotas gruesas»? ¿Son los diminutos aerosoles, emulando al covid-19, el sarampión o la gripe? ¿Acaso es la vía sexual, sirvan el sida, la gonorrea o la sífilis? ¿Nos vamos a morir todos? (Inciso: sí, esta es una verdad científica inapelable, pero ya veremos, o verán, cómo, de qué y cuándo, si bien no «por» o «con» la viruela animal, cabe suponer). En cuanto a la citada infección, desde hace cinco décadas se conoce la importancia del contacto directo con los fluidos y las secreciones de las personas y animales infectados. Contacto implica respirar de cerca el mismo aire que el animal con la zoonosis variólica o «pringarse» con sus fluidos. Puede ocurrir de varios modos, desde el arañazo o mordedura animal (caza, comercio, compraventa, investigación en laboratorios), hasta la convivencia en el hogar familiar, en los hospitales o en otros sitios con una persona infectada.

La viruela animal es un problema infeccioso, social, político, económico y epidemiológico que lleva milenios machacando a los pobladores del centro de África y alrededores, lo que llamamos, al modo conradiano, el corazón de las tinieblas. El mal ha brotado en occidente (decenas de países) afectando a miles de ciudadanos. Aquí encaja con dificultad el lenguaje inclusivo ministerial: más del 95% de los infectados son varones. Una de las novedades de la epidemia es que casi todos los afectados están inmersos en el complejo mundo de la sexualidad. La casi totalidad son homosexuales, bisexuales o, al menos, han compartido espacios físicos de riesgo. Lo cual no significa ausencia estadística de mujeres y niños infectados, pero son realmente pocos. También hay un contagio de humano a mascota: un galgo italiano de cuatro años conviviente con dos varones homosexuales variólicos. Es anécdota, pero supone un hecho epidemiológico relevante porque, cuando los virus se lanzan a la aventura de la evolución, no distinguen ni escogen a las especies de mamíferos a colonizar y parasitar. Ni seleccionan las vías de contagio. Lo intentan y hacen –el contagio– con asombroso éxito desde hace cientos de miles de años. Se multiplican y expanden por la naturaleza a costa de otros, los animales. Así ocurre con las gripes humana y aviar, el ébola, el virus del Nilo occidental, el trío dengue, chikungunya y zika, los coronavirus respiratorios y epi/pandémicos, amén de multitud de bichos nanométricos, es decir, minúsculas agrupaciones fisicoquímicas de proteínas y lípidos (los virus), bien estructuradas, que, al toque de la trompeta del azar acarrean ácidos nucleicos con la comanda de su futuro.

Los CDC de Atlanta acaban de emitir un informe sobre la persistencia del material genético del virus variólico animal en el domicilio de dos varones infectados: el 70% de las muestras de elementos porosos (muebles, mantas), el 68% de los no porosos (interruptores, pomos) y superficies mixtas (sillas, mesas) fueron positivas. Son los fómites, u objetos inertes contaminados, capaces de contagiar por contacto. Aunque los poxvirus no fueron viables (cultivos negativos por posible inactivación), hay que ser prudentes. También unos investigadores italianos han detectado el poxvirus en el semen de cuatro varones homosexuales. No significa que el esperma contagie, pero inquieta pensar en la eficacia contagiante de este fluido (sida, ébola y zika). Recuerda el inicio del sida en 1981. De los besos a los vasos, de los fómites al semen. Más de lo mismo. La moraleja es que los virus, farautes del gen egoísta de Richard Dawkins, no cejarán jamás en perpetuar su código genético.

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