Cuántas historias caben en una sola foto? Recientemente he podido visitar la exposición tremendamente acertada propuesta en el Meiac por el 30 aniversario de la ... inauguración del museo: 'Variaciones sobre El Panóptico. De cárcel a museo (1995-2025)'. El museo está ubicado en la antigua cárcel de estilo panóptico que fue escenario de multitud de episodios de represión sobre ciudadanos, muchos de ellos solo por amar de forma diferente. Se pueden ver fotos de la prisión meses antes de su derribo, así como de las celdas, y algunos extras muy interesantes que mencionaré después.
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Una de las fotos está tomada en una celda. Colgando de una pared, un recorte de una revista muestra un reportaje sobre las reconstrucciones de vagina que, siempre según Marie Claire, se estaban popularizando en París en la época como medida para restituir el honor. ¿Qué hay detrás de un cartel colgado en la pared de una celda? Podría ser el simple deseo de visualizar un sexo femenino en la pared de la solitaria celda, pero quizás podría haber un deseo de arrepentimiento, de visualizar una salida para una posible víctima, o tal vez una deseada reconstrucción, transformación y transición de la propia identidad. Nunca lo sabremos.
En cualquier caso esa hipotética reconstrucción me lleva a pensar en la propia transformación del museo –¿estaría esta imagen también en la mente del fotógrafo Vicente Novillo?– y cómo se le ha dado la vuelta algo tan tenebroso como una cárcel de estilo panóptico. Esta propuesta teórica de Bentham de finales del siglo XVIII es la que marcó el rumbo a la cárcel moderna: un dispositivo de vigilancia. Pero, tal y como explica Foucault en su obra 'Vigilar y castigar', el objetivo no es solamente vigilar, sino que el vigilado sepa que está permanentemente vigilado y sea él mismo quien sea autocensure en sus actividades. El panoptismo que propone Foucault trasciende los muros de la prisión. Un observador central, guarecido en su torre, que vigila a todos los presos a la vez. Una prisión en pleno centro de la ciudad, con su imponente torre, que recuerda a todos los ciudadanos cómo han de comportarse conforme al decoro de las normas de la moral católica dominante.
Volvamos al museo. Entre los extras que la exposición nos ofrece están una serie de creaciones del famoso autor local Luis Costillo. Una, sobre todo, capturó mi atención por su potencia para generar imágenes en el espectador. Como buen artista, Costillo le da otra vuelta de tuerca al concepto y plantea que la transformación que vive el espacio –de cárcel a museo– lo transiciona de panóptico a faro, donde la estructura que Bentham diseñó para la represión se aplica en sentido contrario, trascendiendo de nuevo, igual que proponía Foucault, los muros de la prisión. Ya no son los vigilados y castigados los que exponen sus cuerpos y sus vidas a los represores: son los artistas los que ofrecen su arte a través de sus miradas radiales como luz que ilumina y guía a la ciudad de Badajoz.
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En el momento en que esas creaciones fueron concebidas –hace más de 30 años– los problemas eran otros y las intenciones seguramente fueran otras, pero toda buena obra siempre tiene una visión atemporal. ¿No nos recuerda esa vigilancia multidireccional a la vigilancia a la que voluntariamente nos sometemos en las redes sociales? ¿Son estas un altavoz para nuestras opiniones o son un foco puesto sobre nuestra intimidad? ¿Son un faro con el que podemos iluminar a quien quiera acercarse a nosotros o son un vigilante perpetuo al que, con el simple deslizar de un dedo, invitamos a sentarse a nuestra mesa y tumbarse en nuestra cama? El buen arte, en mi opinión, no nos ofrece respuestas: solo preguntas. Enhorabuena de nuevo al equipo del museo.
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