La decepción tiene que ver con las aspiraciones y expectativas de individuos y sociedades. Modestamente recomendaría a las políticas y a los políticos de nuestra ... región que lean el opúsculo de Lipovetsky 'La sociedad de la decepción' (2022). En él se afirma que las sociedades hipermodernas están caracterizadas por la inflación decepcionante. Es, sencillamente, el resultado de cuando se promete la felicidad para todos y se anuncian placeres en cada esquina.
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En nuestra sociedad, se multiplican las oportunidades de bienestar y, en paralelo, las posibilidades de frustración.
En la medida en la que las expectativas se multiplican y se activan, con frecuencia interesada y artificiosamente; y estás no se cumplen, aumenta el desencanto. La sociedad actual propone cada vez más metas y más renovadas propuestas de satisfacción, bienestar y logro; pero, como ya explicó Robert Merton (1957), los medios para su consecución no están ni al alcance de todos, ni hay para todos.
A diferencia de lo que sucede en la sociedad tradicional, agraria, poco industrializada, los asideros habituales para soportar la frustración en la sociedad consumista, como son las ideologías, la religión y las instituciones, han perdido peso. Ya no constituyen ningún recurso frente a la decepción.
Nos peguntamos si el paradigma de sociedad decepcionante es aplicable a regiones como Extremadura. La idea me surge de una expresión que hace poco más de un año llamó la atención y tuvo un cierto recorrido en foros académicos y sociales. Se la oímos formular al entonces presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, a raíz de las frecuentes quejas por «nuestra situación». Entonces se refirió a ello diciendo que en Extremadura hay demasiados seguidores de la 'Cofradía del Santo Lamento'. Lo cual enlaza con un victimismo añejo y un renovado sentimiento de agravio de España respecto de la región, que está más o menos fundamentado.
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Lo que si es cierto es que a Extremadura no cabe incluirla entre las sociedades «hipermodernas». Si leen con atención las reflexiones del sociólogo francés, verán que muchas cosas de las que dice nos cuadran, en parte. Entre nosotros hay un extendido sentimiento de desencanto, hastío e incluso ansiedad. Es lo que toca, dado el momento en el que nos encontramos, pero con matices en el caso de nuestra comunidad. Los asideros frente a la decepción que ofrecía la sociedad tradicional, en cierta medida, conservan su vigencia en Extremadura.
Por ejemplo, del descrédito general de las instituciones «se salva» la familia. Su valor está hoy consensuado, y se sitúa en el primer puesto de las nuestras prioridades. La gran mayoría desea disponer de más tiempo para estar en familia. Es la principal fuente de satisfacción en esta época del desencanto. En Extremadura hay pendiente un estudio en profundidad sobre esta institución básica, pero ya sabemos que es y ha sido nuestra salvaguardia en tantos ciclos adversos. La capacidad de adaptación, la diversificación de formas y funciones permite dar por superada la «crisis de la familia» de los años 60 y 80 del siglo pasado,
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Además, nuestra región se diferencia de la media nacional en una mayor práctica religiosa, en un significativo arraigo de las tradiciones y en un mayor porcentaje de gente que se dice «muy feliz».
Fíjese en los datos. El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) evalúa la confianza en instituciones: partidos políticos, empresas, bancos, gobierno central y «la gente». La muestra de Extremadura es muy reducida (N=58 en unos casos, en otros N=98; N=158, etc.). Pero si recurrimos al CIS es porque no hemos encontrado datos similares en Extremadura. El tamaño de las submuestras, aunque aleatoriamente seleccionada, no permite hacer extrapolaciones. Pero «a falta de pan, buenas son tortas». Si comparamos las posiciones de confianza que se adoptan como media en España, se podría afirmar que los encuestados residentes en Extremadura desconfían más que la media de todas las organizaciones, excepto de «los bancos» que, con 3,2 puntos, está muy por encima de la confianza que les otorgan a estos el resto de los españoles (2,2). No es ninguna paradoja que, en la época del consumismo excesivo, sean los bancos los que más confianza ofrecen, en particular a quienes son de regiones con tan baja renta.
Además, el 28,3% de los extremeños encuestados por el CIS en 2023 (N=60), dicen ser «muy felices». Es ocho puntos más que la media nacional (20%). Y, en mayor medida que la media nacional, se dicen católicos (sean o no practicantes): el 68,5% de los encuestados extremeños, frente al 54,9% de los españoles entrevistados.
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Tal vez no sea precipitado establecer como hipótesis que los extremeños somos menos hiperconsumistas, nuestra sociedad está escasamente industrializada y es poco «capitalista», y quizás por ello nos creamos también más felices, seamos más religiosos y confiemos más en la familia y en las tradiciones. Son barreras frente al desencanto, pero cuidado con las expectativas, las carga el diablo.
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