No hay ciudad española que se libre de casas de pisos horrendas. Las hicieron en los años cincuenta, sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado. ... Son casas de ladrillos. Están en las periferias, pero también te las encuentras en el centro de las ciudades, al lado de casas hermosas. No tienen balcones y si los tienen son lugares adonde no vale la pena salir. Hay una España fea que fue levantada por los arquitectos franquistas. Tendríamos que saber sus nombres. Tendríamos, si aún están vivos, pedirles explicaciones de por qué hicieron esas casas tan feas. Ahora en Madrid por esos pisos piden más de medio millón de euros y debe de haber gente que los paga.
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En Madrid hay una burbuja inmobiliaria que el día que estalle va a arruinar a mucha gente trabajadora que ha pagado una fortuna por pisos que no valen ni la mitad de lo que han pagado. No se puede vivir en sitios tan feos. En según qué casas no vale la pena despertarse. La fealdad no es una categoría estética sino política. Imagínate que España fuesen casas con estilo para todos y todas. Casas con un sentido de la belleza. Seríamos otros. Al menos no seríamos pobres de espíritu. La sumisión política comienza con el acceso a la vivienda. Hoy los pisos siguen siendo feos y carísimos.
He estado mirando pisos en distintas ciudades españolas y todo cuanto he visto representa el triunfo de la fealdad. La arquitectura española horrenda triunfa en Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Zaragoza, Málaga, Bilbao, etc. En todas las ciudades se perpetraron ejecuciones en masa de la belleza. Aquellas casas con balcones con arcos y enrejados vistosos, aquellas puertas de madera, aquellos techos altos, aquella dignidad, aquellas escaleras anchas por donde sí valía la pena subir y bajar y con barandillas que sí valía la pena tocar.
No paguéis esos precios que piden los constructores. El otro día me enseñaron unos pisos en obra, en Madrid, cuyo precio oscilaba entre los seiscientos mil y el millón de euros. Fui a la calle donde iban a construirlos y le dije al comercial que me enseñó el solar que ni aunque me pagaran me iba a vivir yo a esa calle. ¿Por qué?, me preguntó extrañado, pues estaba convencido de que era una buena compra, además a cien metros había una boca de metro. «Por la belleza», le contesté. El tipo se creía que había dado con un loco. Pero no, los locos son ellos, no quienes aún pensamos en la belleza de las cosas. Porque la belleza es amor, es bondad, es fe en la luz del sol, es ilusión y es júbilo. Y sin todo eso la vida es una mierda.
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