Cuando en el 2019 se empeñaron en la necesidad de las mascarillas, yo torcí el gesto y proclamé que serían nuestra desgracia. Como además llegaron ... tarde, se arguye que los que murieron fue debido a que no se las ponían ni se lavaban las manos, costumbre que se ha llevado siempre muy mal. El español no se lava las manos para nada desde que Pilatos se las lavó. Somos así. Con las mascarillas sucedió todo lo contrario. Todo el mundo quería una mascarilla, y de este deseo irrefrenable tomaron nota nuestros políticos y en general todos los españoles. Yo me negué, y cuando iba a la farmacia me ponía un pasamontaña. Y además avisé de que lo peor no era exigir una mascarilla, sino que dentro de cuatro o cinco años nos íbamos a enterar de lo que iba costar el peine. El PP, que se lava con agua bendita, está hasta las orejas como el PSOE. La UCO no ha tenido que hacer ningún esfuerzo y encima, el que más se implica, lo graba todo hasta llegar a Almería donde, en un giro precioso, decían que iban al dentista. Qué divertido todo, un siglo tan importante como este, enfangado en mascarillas. Cómo me gusta ir de contrario, además de las mascarillas, le estoy cogiendo cariño al Emérito. No solo cariño, sino admiración. Y con esta panda, más aún.
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