La noche en la que Trujillo se proyectó en el firmamento

En 1992, miles de personas se congregaron, se estrujaron, se abrazaron en la plaza mayor de la ciudad ante la perpleja mirada de la estatua de Pizarro

Luis Ángel Ruiz De Gopegui Santoyo

Periodista

Lunes, 1 de septiembre 2025, 22:38

Hubo un tiempo en que algunos pensaron que reforzar la identidad y el orgullo extremeño era cuestión de principios, de necesidad y de justicia histórica, ... tras la desidia del poder central y el olvido cultural, antropológico, lleno de prejuicios y estereotipos más que falsos, pero dominadores en el resto de la península ibérica. «Tierra seca y parda, pobreza, atraso, conquistadores…». Había que destruir –o modificar– la creencia manifestada por el clérigo Francisco Gregorio de Salas, que se repetía y repetía como una maldición y erosionaba la imagen y confianza del extremeño, en aquella décima que empezaba: «Espíritu desunido anima a los extremeños…». Y fue tanta su repercusión que algunos creyeron que ese derrotismo ancestral seguía imperando, señoreando, esta tierra del suroeste español que acabada de estrenar su Autonomía.

Publicidad

Porque hubo una época en que no teníamos Autonomía y todo eran duelos y quebrantos, echando siempre la culpa al otro. Por eso, sin que sirva de precedente –y menos de excusa– mirar hacia atrás puede ser reconstituyente.

Y como todo va de oportunidades –y de inventos, a veces– se unió la festividad de la Virgen de Guadalupe, 8 de septiembre, con el día de Extremadura. La víspera, 7 de septiembre, se celebró por todo lo alto, con asistencia de miles de personas, en la puebla guadalupana, ante su patrona en 1985 y 1986, para trasladarse, por motivos de seguridad, a Trujillo, que acogería el festejo hasta 1992.

En la actualidad, asistimos a la masiva movilización de jóvenes y no tan jóvenes, a conciertos de rutilantes estrellas de la canción. Como mandaban los cánones de la estrategia de masas, había que añadir al acto patriótico y sentimental del ser y sentirse extremeño, el tirón de alguna figura del arte. Y así desfilaron el 7 de septiembre por los escenarios improvisados de Trujillo, celebridades como Luis Cobos, Emilio Aragón, Julio Iglesias, Víctor Ullate, Ana Belén, Alfredo Kraus, Montserrat Caballé...

Publicidad

En 1992, miles, –más de cien mil– se congregaron, se estrujaron, se abrazaron en la plaza mayor de la ciudad extremeña ante la perpleja mirada de la estatua de Pizarro, ¿o eran Hernán Cortés, Orellana, Valdivia, Hernando de Soto, Cieza de León, alguno de los doce apóstoles que partieron de Belvís de Monroy para soñar con implantar la utopía?… y conversaba con Nezahualcóyotl, allá en las tierras incas, en la estatua erigida en Cáceres en busca de un diálogo (¿) deseable. El rey poeta, el humanista de aquella cultura ancestral, quería marcar pautas ante la xenofobia actual y le recitaba a su distante Pizarro sus versos: «Amo el canto del cenzontle, / Pájaro de las cuatrocientas voces. / Amo el color del jade, / y el enervante perfume de las flores, / pero lo que más amo es a mi hermano / el hombre».

Hemos viajado a la Luna y contemplamos, con frecuencia, las estrellas. Y desde niños, algo que nos cautiva son los fuegos artificiales, esos cohetes que ascienden y explotan, desparramando cientos de lucecitas que llenan de ilusiones los ojos de los chavales –y de algunos mayores– ante el espectáculo luminotécnico y estruendoso de las explosiones.

Publicidad

Pero es que el último año de la celebración del Día de Extremadura en Trujillo, donde los organizadores temían posibles accidentes por el gentío apiñado –y ya alguna excesiva libación alcohólica– los fuegos artificiales fueron una especie de delirio colectivo. Al son de la música, el firmamento se cubrió de luminarias. El ensordecedor ruido y los efectos visuales producidos por el combustible de nitrato, potasio, azufre y colorante crearon un clímax fantasmagórico, irreal, soñador. De repente, todo Trujillo estaba proyectado en el firmamento con el impulso ardoroso de los extremeños, que soñaron con ir al espacio y olvidar sus frustraciones históricas y creer, de golpe, en un futuro mejor. En sus propias manos. La ilusión nunca puede o debe morir.

Fue el último año que se celebró de forma multitudinaria el Día de Extremadura. Pero pervivieron los versos del inca Nezahualcóyotl: «¿Con qué he de irme? / ¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra? / ¿Cómo ha de actuar mi corazón? / ¿Acaso en vano venimos a vivir, / a brotar sobre la tierra? / Dejemos al menos flores / Dejemos al menos cantos».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Primer mes sólo 1€

Publicidad