Pedro Sánchez ha acreditado su condición de consumado equilibrista, capaz de mantener en pie un Gobierno de coalición con opiniones contrapuestas en materias altamente sensibles ... y una precaria mayoría parlamentaria sujeta con alfileres. El mandato al que se enfrenta ahora es todavía más complicado, pese a la lógica euforia en sus filas tras materializarse una investidura que parecía improbable cuando adelantó las elecciones. La nueva correlación de fuerzas en el Congreso hace imprescindible el apoyo de todos sus socios en todas las votaciones, lo que otorga una extraordinaria capacidad de presión a cada uno de ellos, con reivindicaciones pendientes de tan complejo encaje constitucional, cuando no tan contrarias a la Carta Magna, que ha pospuesto incluso el PSOE más proclive a traspasar líneas rojas y realizar cesiones que parecían inverosímiles.
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La gobernabilidad del país en manos de un independentismo catalán con una feroz competencia interna, como la existente entre el PNV y EH Bildu, presagia continuos tiras y aflojas, sin olvidar las tensiones que puedan surgir por el pulso entre Sumar y Podemos. Ni al presidente ni a los partidos que lo apoyan les conviene una legislatura breve y repleta de sobresaltos que dé alas a la oposición. La coincidencia en frenar a la derecha constituye una potente argamasa cuya suficiencia dependerá de la virulencia de las tensiones a las que se vea sometido el futuro Gabinete. El PSOE ha intentado sin éxito amarrar pactos que ofrezcan certidumbre en un horizonte a cuatro años. Los desafíos a los que se enfrenta el país, con la economía en plena desaceleración, requieren la estabilidad que solo proporcionan pactos asentados en sólidos cimientos, no prendidos con hilvanes. Las advertencias del secesionismo de que el Ejecutivo habrá de ganársela «acuerdo a acuerdo» y de que «no tiente la suerte» aplazando «avances» en el reconocimiento nacional de Cataluña o un referéndum de autodeterminación dibujan un escenario frágil. Pero sería un error despreciar la capacidad de supervivencia de Sánchez y un olfato político que le ha ayudado a manejarse con éxito en situaciones extremas.
El líder socialista ha realizado una apuesta de alto riesgo que ha de ser compatible con un ejercicio prudente del poder y guiños inequívocos de que gobierna para todo el país, no solo para una mitad. En su mano y en la del PP está rebajar cuanto antes una crispación que ha adquirido tintes peligrosos.
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