Incendios forestales
Prohibir algunas tareas en el monte pueden ser perjudiciales para el propio monte. ¿Será preferible perder una franja de terreno arbolada que las miles de hectáreas quemadas este año? En manos de la administración y de los grupos ecologistas sensatos puede estar la solución
Los cuatro elementos constituyentes de la materia en el pensamiento de los filósofos presocráticos eran agua, aire, fuego y tierra. Elementos que han sido actualidad ... en los últimos meses. El agua por su escasez, el fuego devorando miles de hectáreas, el aire contaminado por los gases de efecto invernadero y la tierra, ¡hay la tierra!, transformada y esquilmada.
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Hemos asistido este verano a una ola de incendios que ha sido dramática para el medio natural: pérdidas económicas, montes arrasados, animales domésticos y silvestres muertos, casas destruidas, sentimientos, pena, dolor. La majestuosidad del bosque desvanecida en un instante y décadas para volver a recuperarla. Bomberos, pilotos, militares y agentes forestales con jornadas maratonianas, trabajando a temperaturas extremas, exponiendo sus vidas y, desgraciadamente, con resultados fatales por la pérdida de vidas humanas.
Se ha abierto un debate en la sociedad para encontrar un culpable de los fuegos ¿Altas temperaturas, administración, ecologistas? Los expertos apuntan a diversos factores: normas estrictas en el uso y gestión de los espacios naturales; carencia de faenas forestales; combustible en el monte; cambio climático, con el agravante de que los gases producidos en los incendios se acumulan en la atmósfera y lo retroalimentan. Olas de calor, sequía y fuegos ha habido siempre, aunque sí es cierto que en las últimas décadas se han acentuado los episodios de temperaturas elevadas y los periodos de sequía. Los mismos expertos suscriben soluciones para mitigar los incendios. Abarcan desde planes de gestión, rentabilización de los productos secundarios del monte, aprovechamiento del combustible por su capacidad energética, establecimiento de enclaves que rompan la continuidad de las masas forestales, rayas, cortafuegos y ganado en régimen extensivo.
En este sentido, dos ejemplos contrapuestos que pueden ser ilustrativos. Solana es un pueblecito de Ávila ubicado en reserva de Gredos cuenta con una sierra de 2.000 hectáreas. Sus ricos pastos servían para albergar la llegada del ganado trashumante –otra actividad que tristemente languidece–desde Extremadura. Se desplazaban anualmente unas 800 vacas, 2.000 ovejas y 180 cabras. La sierra tenía vida: pastores, veredas, trochas, y animales consumiendo el sotobosque. En la actualidad no se llega a 150 cabezas. Antes apenas se producían fuegos, ahora la serranía es un polvorín. Ejemplo opuesto es la Sierra de San Pedro, un espacio extremeño representativo del bosque mediterráneo, con una superficie de 115.000 hectáreas. Grandes extensiones adehesadas de encinas y alcornoques con manchas arbustivas de jaras, cantuesos, brezos y aulagas. La zona mantiene su actividad ganadera similar a la de años anteriores, con gran cantidad de ganado en régimen extensivo: vacas, ovejas, cerdos en montanera, ungulados, que limpian la vegetación del monte. A todo esto se le añade las vías de saca del corcho, los desbroces, rayas de montería. En los últimos cinco años apenas se han quemado unas 400 hectáreas.
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Muchas acciones son recomendables y necesarias, pero surge la pregunta ¿En la España despoblada quién las llevará a cabo? ¿Quién se haría cargo de esas tareas? En mi época de juventud en la Siberia extremeña cuando se producía un incendio sonaban las campanas de la iglesia y al grito de ¡fuego, fuego! todo el pueblo se movilizaba con palas, picos y escobones. Los pueblos tenían pulso. Ahora los pueblos están despoblados, apenas hay actividad agrícola y ganadera, no queda mano de obra, ya que la inmensa mayoría de la población son personas jubiladas. ¡Qué tristeza ver los municipios sin jóvenes! Las distintas administraciones, que con tanta alegría dilapidan los fondos, deberían ingeniar e incentivar oficios atractivos para la juventud, y así poder fijar población joven en los pueblos.
¿Administración y ecologistas? La planificación de la política forestal es competencia de la comunidades. La Junta de Extremadura tiene un servicio de extinción de incendios (Infoex) que está bien diseñado y es eficaz. Importante es tener buenos medios para sofocar los incendios, pero tanto más para prevenirlos y poder cumplir la máxima de que «los incendios se apagan en invierno». Cuenta con unas 800 personas fijas, con la categoría de bomberos, y 200 fijas discontinuas. La Junta debería aumentar cada año la dotación de personal, ya que parte de esas personas tienen una edad avanzada, y no sería lógico que estuvieran en primera línea de los fuegos. Así como reducir y ser más ágil en los trámites burocráticos. Algunas asociaciones ecologistas urbanistas necesitarían pisar con más frecuencia el monte para percibir su realidad; escuchar a los técnicos y agentes forestales, que son los que verdaderamente conocen la problemática de los fuegos. Deben ser conscientes de que prohibir algunas tareas en el monte pueden ser perjudiciales para el propio monte. ¿Será preferible perder una franja de terreno arbolada que las miles de hectáreas quemadas este año?
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En manos de la administración y de los grupos ecologistas sensatos puede estar la solución, aunque siempre hay que tener presente el viejo proverbio de San Agustín «Reza como si todo dependiera de Dios y trabaja como si todo dependiera de ti».
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