CRUZANDO LINDES

La España de las casas vacías

Gabriel Moreno González

Viernes, 24 de octubre 2025, 02:00

Recorro las viejas calles de un pequeño pueblo del oeste extremeño y cacereño, de esas tierras del Tajo tan olvidadas y castigadas, y se suceden ... ante mí las grandes casonas, los blasones y vetustos balcones ricamente ornamentados, la historia de un lugar que hoy se desvanece entre la despoblación y el abandono. Pocos son los que resisten, y menos aún los que deciden voluntariamente hacerlo frente a todo y frente a nada, frente a quienes se han empeñado en tener un país que consista sólo en un puñado de ciudades que, como islas a la deriva, quedarán rodeadas por un mar de soledad. En nuestro mundo rural uno puede ser más consciente si cabe de la fragilidad de todo lo humano, pues sus pueblos anticipan las ruinas del mañana y son ya, muchas veces, puro olvido. Intentemos hacer únicamente un mínimo esfuerzo de recreación, de imaginación, de todas las historias, de todas las preocupaciones seculares por la honra, la dignidad y el prestigio de la familia, de todas las rencillas y malentendidos, de las antiguas y sólidas relaciones sociales, que esconden los muros de aquellas casonas blasonadas, de estas casas sobre las que hoy recaen el polvo y la decrepitud. Cuántos esfuerzos a través de las décadas, de los siglos, por aquilatar o aumentar el honor de una familia, el reconocimiento social de sus miembros, la honorabilidad de sus hijos, el nombre y el lustroso apellido, para que ahora todo eso sea solo remoto pasado y ausencia de recuerdos.

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Hay otra España diferente a la de las grandes urbes, la España de las casas abandonadas, de los pueblos que se vacían, del territorio que se pierde y de las memorias colectivas, familiares y humanas, que se difuminan. Pero nos bombardean día sí y día también en los medios, en las redes, desde los púlpitos políticos, económicos e institucionales, sobre el problema acuciante de la falta de vivienda, de la dificultad en el acceso a una casa propia. Y nadie dice que sí, que ese problema existe y es grave, pero que está más localizado de lo que se cree, ya que afecta fundamentalmente a una España llena, de grandes ciudades donde la población se ha hiperconcentrado, y que hay otro país al que toda esta cantilena le es por completa ajena. ¿Cuántas casas vacías hay en nuestros pueblos? ¿Cuántas casonas de cientos de metros cuadrados, que serían la envidia absoluta de cualquier urbanita, resisten al paso del tiempo en miles de municipios rurales? Hemos metido a millones de personas en el mismo término municipal que el de pueblos como el de Santiago de Alcántara, que inspira estas líneas, y ahora parece que algunos se dan cuenta de que eso produce no pocos contratiempos difíciles de superar. La economía, la eficiencia, la rapidez, la escala… se aducirá. Y posiblemente con razón, con la razón de la racionalidad instrumental y materialista, eso sí, no con la de una racionalidad humanista que pronto va a quedar relegada a los altares, también, del eterno olvido.

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