El río Grande atraviesa los estados de Colorado, Nuevo México y Texas. Y recorre más de tres mil quilómetros hasta lograr fundirse con el Océano ... Atlántico. Cuando su curso se adentra en la ciudad texana de El Paso, se vuelve una frontera natural entre México y Estados Unidos. Y entonces, para los mexicanos, se convierte en el río Bravo. El corresponsal del diario La Vanguardia –Francesc Peirón– explicaba hace unos meses, en una de sus crónicas, el porqué del doble nombre del río. Y haciendo casi del periodismo poesía, escribía: «En el doble nombre del mismo río reside la gran diferencia para los que se juegan la vida persiguiendo la tierra prometida. De una denominación a otra significa estar de camino o haber llegado».
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Cada día más de mil migrantes conjuran su suerte para «haber llegado», anhelando el sueño de una vida digna. Algunos acampan a la intemperie durante días, a veces bajo los pilares de hormigón que sostienen el asfalto de las autopistas que unen ambos países, a la espera de que el caudal del río descienda; o de que los agentes de las patrullas de frontera miren hacia otro lado. Cuando se deciden, avanzan en pequeños grupos en los que se entremezclan niños y ancianos, hombres y mujeres, que vadean abrazados las aguas del río –como si sus cuerpos se hubieran vuelto solo uno– para así oponer la mayor resistencia física posible a las corrientes. Quizá, si han podido juntar el dinero, pagan hasta veinte mil dólares a un coyote para que, desde la orilla, les indique cómo sortear el peligro. O cruzan hacinados en una balsa de plástico, junto a un puñado de desconocidos, confiando su vida a una cuerda de la que alguien, desde el otro lado, tirará con más o menos firmeza.
El pasado jueves unos agentes mexicanos de inmigración encontraron entre los juncos que pueblan uno de los islotes del río Bravo a tres hermanas salvadoreñas. Tenían nueve, seis y un año. Mientras intentaban pasar al otro lado, en plena lucha instintiva por sus vidas, la mayor portaba entre sus brazos a la más pequeña. Su madre contó que había pagado nueve mil dólares a un coyote por ayudarles a atravesar el río. Él les dijo que cruzaría a madre e hijas por separado y que, una vez alcanzada la otra orilla, podrían estar juntas de nuevo. Pero, al parecer, en algún momento, el coyote abandonó a las pequeñas. Y para ellas el río Bravo nunca se volvió Grande.
Ese mismo día Shakira ventilaba su rabia sentimental en forma de canción. Y mientras la colombiana nos regalaba una historia más morbosa a la que prestar atención, la de las tres hermanas salvadoreñas se perdía poco a poco en ese cajón en el que los humanos guardamos las cosas en las que no nos gusta tanto pensar…, porque la realidad a veces nos molesta. Yo no he podido evitarlo y –con la revancha de Shakira sonando de fondo– he pensado en los 160.000 menores que, durante el año pasado, habrán cruzado literalmente solos ese río de doble nombre. Y he ventilado mi rabia quitándole a Shakira un 'like' que había dejado en su Instagram. Ella y Piqué también tienen hijos. Y, quizá, no siempre hay que cruzar las fronteras. Haya o no haya río.
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