El espejo cóncavo

Negra realidad

Últimamente se nos pide a los profesores que no ejerzamos como docentes sino más bien como animadores socioculturales

Carmen Clara Balmaseda

Miércoles, 28 de mayo 2025, 23:16

Hace ya algún tiempo que, cuando veo las noticias, no puedo evitar pensar que si incluyera en mis novelas alguno de los sucesos que en ... ellas se relatan, recibiría de inmediato una llamada de mi editor o de mis agentes para criticar el argumento por ser demasiado truculento o, incluso, inverosímil. La última vez que lo pensé fue este fin de semana, al leer en el periódico acerca de un nuevo menor detenido por asesinato en Cáceres.

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La verdad es que en el último año Extremadura parece haberse convertido en el escenario de una novela negra. Pero la realidad, por desgracia o por fortuna, supera siempre a la ficción. Si atendemos solo a los menores, resulta preocupante la cantidad de muchachos que en este periodo de tiempo han entrado a cumplir medidas judiciales por crímenes que no detallaré, ya que todos los recordamos por la atrocidad de los mismos. Ante este panorama, la autocrítica asoma: ¿qué estamos haciendo mal?

Es evidente que fallamos en algo como sociedad. Decía Sócrates que «los jóvenes de hoy en día son unos tiranos», cita que se enunció hace más de dos milenios y que se mantiene vigente hasta nuestros días. No es para menos. Cada vez se refuerza más en ellos la sensación de impunidad: los menores de 14 años son ininputables; los que no han cumplido los 18, no pueden ser juzgados de acuerdo al Código Penal. ¿Cuántas violaciones o asesinatos han quedado impunes por ello? Por algún motivo, la gravedad del crimen se atenúa cuando este es cometido por un menor. ¿Y qué hay de las víctimas, esas grandes olvidadas? ¿Se atenúan también la gravedad de las consecuencias para ellas? Todos conocemos la respuesta. No se puede borrar el pasado, como tampoco se puede devolver la vida después de la muerte.

Pero las leyes son así, y quizá debamos buscar primero la raíz del problema. ¿Qué está pasando con las nuevas generaciones? No hace falta ser psicólogos para darse cuenta de la degeneración de una juventud que parece haber perdido los valores de respeto, esfuerzo y empatía. Educados a través de pantallas, crecen en un ambiente de sobreprotección en el que no hay necesidad de aprender a gestionar la frustración. Quizá les suene a ustedes a excusa eso de responsabilizar también a las nuevas tecnologías, pero con la sobreestimulación y con el cine y los videojuegos banalizando continuamente la muerte, es difícil exponerlos a esto sin consecuencias.

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Al final, todos los caminos desembocan en el mismo punto: la educación. Una educación cada día más difícil de inculcar, tanto en casa como en los centros educativos, donde últimamente se nos pide a los profesores que no ejerzamos como docentes sino más bien como animadores socioculturales. Aún así, sigo creyendo en aquello que dijo Mandela de que «la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo». Y más nos vale empuñar esas armas antes de que tengamos que dar por perdida la guerra. La novela esta a punto de tornarse más negra aún.

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