Midiendo la palabras

La paz de los armarios

Un armario es un universo privado lleno de deseos, recuerdos y trozos de uno mismo

Ana Zafra

Lunes, 14 de noviembre 2022, 07:50

El sistema solar se rige por un orden inamovible que obliga a nuestro planeta a asumir dos eternas tareas. Una, la importante, la que requiere ... más tiempo y esfuerzo, pasarse el año rodeando al sol para adjudicar veranos e inviernos a todos sus habitantes y, por si esta fuera poco, girar, además, constantemente alrededor de su eje para proporcionarnos días y noches.

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Algo parecido nos pasa a los humanos que, cual planetas enclavados en un hipotético orden terrenal, nos pasamos la vida orbitando en torno a los astros universales, aquellos que nos regulan y nos someten –mercados, guerras, injusticias mundiales– mientras cada día nos toca girar sobre nuestro propio eje y acometer las pequeñas tareas cotidianas.

La imagen, si bien algo hiperbólica y falta de rigor, no es sino un pretexto para hablar del tema que, no por baladí menos productivo, nos tiene a muchos inquietos estos días: el cambio de armarios.

Porque, sí, el mundo está lleno de conflictos que, por otra parte, tampoco está en nuestra mano solucionar. Pero abrir un armario por la mañana, pongamos para salir a trabajar, y encontrártelo como si la guerra nuclear hubiese empezado por sus cajones es un pequeño paso para la humanidad, aunque para el candidato a vestirse es un gran salto –al vacío, podríamos decir–.

En el acto del cambio de armarios confluyen varias circunstancias. La primera y más evidente, el caos que provoca vaciar el mueble dejando por medio unas prendas que permanecen yacentes, aguardando a ser reubicadas, mientras otras reclaman su lugar desembarcado de las cajas que las han mantenido a salvo durante el verano. Lo que cualquier técnico, literato o científico denominaría «un follón».

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Luego está la sacudida cíclica. Instalar de nuevo el invierno en nuestros armarios, evocando temporadas pasadas y añorando la que acaba. Doblamos camisetas y, entre ellas, metemos las vivencias que el calor amparó. Almacenamos, entre bolas de naftalina, los últimos días con alguien que se fue o alguna –lógicamente irrepetible– primera vez. Y hacemos balance mientras pedimos que la vida nos vuelva a permitir abrir las cajas el próximo verano.

Y, por último, ese fondo de armario que conserva la chaqueta que compraste con tu primer sueldo; un abrigo de tu madre, que fuiste incapaz de donar; la camisa de la foto de novios, tan ajada como la piel ahora de los jóvenes que sonríen en la imagen. Prendas inútiles que desempolvamos más para orear las fibras vitales que las textiles.

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Y es que un armario es un universo privado lleno de deseos, recuerdos y trozos de uno mismo. Un lugar del que todos tendríamos que salir para mostrarnos desnudos a los demás. Un parapeto expendedor de máscaras que nos definen y nos diferencian.

Quizás por eso, en un mundo caótico y deslavazado, desordenado y en perpetuo conflicto, algunos buscamos estos días, entre abrigos que van y vienen, un poco de tranquilidad, aunque sea, simplemente, con la paz de los armarios.

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