Yo de político tengo poco, pero no participar en la pisada de la uva no significa que a uno no le guste el vino. Me ... explico: jovenzuelo yo, la poca oferta juvenil que ofrecía mi pueblo pacense era bar por metro cuadrado. Barra de chapa, tragaperras esquinera y servilletas y palillos en el suelo. Un bar. En esos sitios se opinaba de todo: de las cejas de Zapatero, que había mucho coche oficial y Sarkozy quién coño es. Todo muy productivo y meditado. Voceaban e insultaban y yo me preguntaba si la política de pueblo consistía en transformar la retórica del congreso en chabacanería sucia. Todos hemos oído alguna vez «y el voto de ese vale lo mismo que el mío», haciendo referencia al tonto de turno que ha dicho un disparate; normalmente, una generalización con escaso rigor. Ese leitmotiv suele responder a perlas muy meditadas del calibre no soy racista, soy ordenado o si te gusta el comunismo, vete a Cuba. El repertorio habitual. Con toda seguridad, alguno se volvería aquella noche a casa sin saber por qué un partido le afloja dinero y otro le cierra el grifo. La cosa, en un bar, no va de eso, aunque soy de los que piensan que debería; tendríamos un país, una Extremadura diferente.
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Tengo mis más y mis menos en eso de respetar todas las opiniones de forma gratuita. Un tipo me dijo una vez que no hay que respetarlas si no queremos, pero sí debemos respetar a las personas. El buenismo blandito. Yo me reía –para mis adentros, por eso de respetarle–, porque no entiendo el discurso como algo ajeno al emisor. Ojalá pase pronto esta moda. Pues no. No vale lo mismo la opinión de alguien estudiado que la de un imbécil con demasiado timbre. O no debería. Nuestra condena es que el voto sí.
La política cuesta trabajo y sospecho que, en los tiempos que corren, al votante debería costarle más aún que al ministro de turno. Hay que dejar el palco del critiqueo de peluquería y bajar al barro. Leer y contrastar. Saber cosas. Si tenemos en cuenta que la ministra de Educación, Pilar Alegría, propina patadas pretéritas diciendo que las manifestaciones ya se 'producieron' y que el antiguo Ministro de Sanidad en pandemia, Salvador Illa, era filósofo y poco tiene que ver la base sexual de Freud con un estreptococo, díganme ustedes. Aunque ya, no sé, da un poco igual todo.
Hace tiempo, decían algunos que el voto útil era votarlos a ellos. No recuerdo quién. Ya los de la izquierda abandonaron Vallecas por sitios con mejor luz y me cuesta diferenciar bandos. El voto útil, volvemos. O sea, no votarles te convierte en un chuflas, un incompetente. El insulto útil, sin duda. Les fue bien. El éxito de la política es saber identificar lo que quiere el pueblo y, lo que de veras quiere la gente, es que la dejen en paz. Y cachondeo. Isabel Díaz Ayuso se ganó la corona del madroño abriendo los bares en pandemia. Los otros se llevaron otros tantos votos anunciando que para qué vas a pensar, que eso duele. Tú, confía. Nosotros somos los útiles.
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Aparcar de oídas es complicado; caro de narices y sospecho que así funciona nuestra política. Vamos probando por golpes.
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