El tahúr zurdo de Sánchez lo ha vuelto a hacer, se ha sacado el enésimo as de la manga y ha lanzado el que puede ... ser su último órdago, o no. Cuando en Génova se relamían por el contundente triunfo electoral del 28 de mayo y en Ferraz se lamían las heridas por una derrota que les ha dejado colgados de la brocha en feudos históricos, el señor presidente anunció por sorpresa, sin encomendarse a Dios ni al diablo, que adelanta las elecciones generales al 23 de julio, en plena canícula.
El anuncio de Sánchez cogió con el paso cambiado a amigos y enemigos, amén de que robó el protagonismo a los triunfadores de la noche. A primera vista, su jugada parece desesperada y hasta temeraria. Mas no está falta de cálculo y acaso sea la mejor de las posibles, con la que tiene más probabilidades, aun así escasas, de continuar en la Moncloa. Extrapolando los resultados del 28-M a las generales, el PP no sumaría mayoría absoluta ni con el apoyo de Vox, con lo que el candidato socialista podría ser reelegido presidente renovando el pacto de investidura de 2020. No obstante, dicha extrapolación no deja de ser un ejercicio de política ficción, y las encuestas, incluso la del CIS de Tezanos, dan peores números al PSOE y mejores al PP y Vox que los del 28-M. Hasta los socios de Gobierno de los socialistas saldrían algo mejor parados, sobre todo si van unidos bajo el paraguas del movimiento Sumar de Yolanda Díaz, lo que está por ver.
Asimismo, no todo el electorado suele votar igual cuando elige a sus concejales y diputados autonómicos que a sus representantes en las Cortes. Sin embargo, en este caso el dato del 28-M puede servir de termómetro para medir la temperatura política de un país ya febril, pues tanto Sánchez como la derecha plantearon dichos comicios como un plebiscito sobre el Ejecutivo de coalición y una primera vuelta de las generales, previstas inicialmente para diciembre. Pero, visto lo visto, Sánchez ha estimado que, si apuraba el plazo para convocarlas, el PP y Vox podrían sumar mayoría absoluta.
Además, con el cadáver de la debacle socialista aún caliente y constatado que no ha surtido efecto sacar pecho por la marcha de la economía y las medidas sociales aprobadas, Sánchez ha recuperado la táctica electoral que le llevó a la victoria el 28 de abril de 2019: aventar el miedo a la extrema derecha para movilizar al electorado de izquierda y concentrar su voto útil en el PSOE. Cierto que los comicios posteriores muestran que se ha perdido ese miedo entre buena parte de los votantes. A fuer de gritarlo tanto, ya no creen a Pedro cuando clama «¡que viene el lobo gris!». Pero Sánchez podrá ahora esgrimir que el lobo ya está aquí y el PP ya no hace ascos a comer con él. De ahí que haya instado a barones como el extremeño Vara o el aragonés Lambán a no tirar la toalla y pelear por mantener la presidencia en sus comunidades para obligar a los populares a retratarse y cerrar antes del 23-J pactos de Gobierno con Vox como el de Castilla y León.
En palabras de Kafka, «se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno». Lo mismo se puede decir de Sánchez. Por ello, mal haría Feijóo en dejarse arrastrar por los cantos de sirena demoscópicos. El renacido líder socialista ha demostrado con creces tener más baraka que Zapatero y más vidas que un gato. La duda es: ¿cuántas le quedan? Ni los dioses del destino lo saben.
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