La imagen de la semana no es la de Víctor de Aldama, el ‘conseguidor’ del caso Ábalos-Koldo, irrumpiendo, al grito de «¡sinvergüenza!» y «¡mentirosa!», ... en la rueda de prensa dada por Leire Díez, la ‘fontanera’ del PSOE, tras darse de baja como militante socialista al filtrarse un audio en el que ofrece supuestos beneficios judiciales a un empresario investigado por la trama de los hidrocarburos –en la que está implicado Aldama– a cambio de información para desacreditar al jefe de la UCO. Una escena grotesca que parece escrita por Rafael Azcona y que tampoco rechinaría en una película de Mariano Ozores. La escena resultaría hilarante sino fuera porque es bochornosa y nos retrotrae a tiempos que creíamos superados, los del felipismo crepuscular, cuando estallaron escándalos como los de Filesa, Roldán u otro hermanísimo, Juan Guerra, aunque los que llegaron después con la regeneración democrática por bandera no tardaron en degenerarse de la mano de otros berlanguianos caballeros de fortuna como Correa, el Bigotes o Luis ‘el cabrón’ Bárcenas. Y es que la corrupción es atemporal y de todos los colores.
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La imagen de la semana tampoco es la del encontronazo de Isabel Díaz Ayuso con Mónica García en la Conferencia de Presidentes. Un momento de tensión digno de un filme de mafiosos en el que la presidenta de la Comunidad de Madrid se niega a saludar a la titular de Sanidad espetándole a lo Griselda: «¿Vas a saludar a una asesina?». Ayuso justificó su desproporcionada reacción con que el partido de la ministra, Más Madrid, la está llamando asesina por los 7.291 muertos en las residencias madrileñas durante la pandemia de covid, algo que García niega.
La imagen de la semana no es siquiera la de la cacareada ruptura de Elon Musk y Donald Trump, crónica de una muerte anunciada, pues era más que previsible que no durara el matrimonio de conveniencia entre dos egos tan mayúsculos. Ya nos lo avisó ‘El principito’: «Conozco un planeta donde vive un señor muy colorado, que nunca ha olido una flor, ni ha mirado una estrella y que jamás ha querido a nadie».
La imagen de la semana, aunque no ha tenido la misma trascendencia mediática que las anteriores, es la de una niña gazatí de mirada límpida comiendo un plato de lentejas donadas por una organización humanitaria sentada entre los escombros de su casa destruida por las bombas israelíes. Esa imagen refleja por sí sola el horror de la guerra, que siempre se ceba más con quienes no la provocan. Esa imagen debería avergonzarnos especialmente a los europeos, porque, fuera de reprender el genocidio perpetrado por el Gobierno ultra de Netanyahu, no hemos hecho nada por frenarlo. «Veo humanos pero no veo humanidad», se lamenta ‘El principito’.
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Por estos lares más afortunados también hay una legión creciente de niños que no tienen garantizado el pan nuestro de cada día. En España, sin ir más lejos, la pobreza infantil afecta a uno de cada tres menores (34%), la tasa más alta de la UE, según la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social. Y ocho de cada diez niños pobres españoles no tienen asegurada una comida al día en verano al quedarse sin comedor escolar, según Educo.
Ante tal ignominia me vienen a la cabeza unas palabras pronunciadas por Jesús de Nazaret hace más de dos mil años que hoy suenan subversivas: «Cualquiera que ofenda a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que lo arrojaran al mar con una piedra de molino atada al cuello».
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