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El zurdo

¡Mueran los intelectuales!

Antonio Chacón

Badajoz

Sábado, 31 de mayo 2025, 22:39

«¡Intelectual, intelectual, intelectual, cabroooón!», cantan Los Petersellers con su tono burlón y su toque punk. Una canción que bien podría ser un himno, muy ... a pesar de la irreverente banda madrileña, para la patulea que aplaude a rabiar a Trump y los de su 'mágica' grey ultra. Sí, porque la extrema derecha, siempre artera en localizar el malestar popular y explotarlo, ha hecho del antiintelectualismo una de sus banderas negras y ha convertido a los intelectuales en una de sus dianas, canalizando contra ellos el resentimiento social.

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El antiintelectualismo, definido por Isaac Asimov como el «culto a la ignorancia», no es algo nuevo. En los años 20 y 30 del siglo pasado, los fascismos lo azuzaron contra todo pensamiento crítico que cuestionara su proceder y poder. «¡Mueran los intelectuales, viva la muerte!» («¡Muera la inteligencia!», según otra versión), gritó el general franquista Millán-Astray a Unamuno del 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca en réplica a su discurso reprobatorio de la sublevación militar y su «venceréis, pero no convenceréis».

No obstante, el antiintelectualismo, como advirtió Asimov, ha sido una constante en nuestra historia política y cultural, promovido bajo la falsa premisa de que la democracia consiste en que «mi ignorancia es tan válida como tu saber». Idea que Trump y compañía han catalizado con sus posverdades erigiéndose en adalides de la gente corriente y el sentido común frente a la élite intelectual, presentada como una casta distinta y distante del pueblo y al servicio de oscuros intereses izquierdosos.

Con todo, hay un poso de verdad en el diagnóstico antiintelectual de la ultraderecha. Como explica el pensador Michael J. Sandel en una entrevista en 'elDiario.es', «la clase obrera y la clase media baja se han visto totalmente excluidas de los órganos de gobierno en Occidente, que ahora están casi exclusivamente ocupados por personas con titulaciones universitarias y estudios superiores que tienen un coste económico importante, por lo que quedan limitados a personas con poder adquisitivo». Y «esta desconexión entre unas élites cada vez más cualificadas y ricas y una mayoría sin estudios superiores y con una situación económica cada vez más precaria ha generado una desigualdad que no solo es económica, sino también de trato, de respeto». Así, «la gente que no está entre los ganadores de la globalización se siente maltratada y ciertamente las nuevas élites les faltan al respeto, no los ven como unos iguales sino como unos fracasados, y eso genera un gran resentimiento». Y este resentimiento ha sido rentabilizado en las urnas por los ultras, dándose «la actual situación paradójica de que la clase obrera vota a la extrema derecha y las élites tienden a votar por los partidos progresistas».

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La ofensiva contra prestigiosas universidades privadas como Columbia y Harvard, paradigmas de la educación superior elitista no al alcance de cualquier bolsillo, responde a ese antiintelectualismo táctico con el que el presidente de EE UU y los de su ralea nacionalpopulista pretenden granjearse el apoyo popular. Pero, como afirma la profesora Jahel Queralt en un artículo publicado en 'El País', «a Trump no le interesa transformar las universidades en auténticas meritocracias, ni entender el verdadero impacto de las iniciativas DEI (destinadas a fomentar la diversidad, equidad e inclusión), ni explorar alternativas efectivas para reducir prejuicios que él mismo fomenta. Solo quiere sustituir la ortodoxia 'woke' por la suya propia y a la fuerza». Ya advirtió Borges que «la tiranía fomenta la estupidez».

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