Lo siento mucho, me he equivocado con María Guardiola y Alberto Núñez Feijóo. La extremeña ha sido una decepción. El gallego, más claro sobre su ... relación con la ultraderecha de lo que esperaba hasta el 23-J.
El pasado domingo les decía que la recalcitrante coherencia de Guardiola al resistirse a sellar un pacto de gobierno con Vox en Extremadura le estaba viniendo bien a su jefe cara a las generales, pues permitía a este jugar al despiste, a la ambigüedad calculada sobre los enjuagues de los suyos con los ultras. Por ello, creía que el líder del PP dejaría que su 'baronesa roja' mareara la perdiz hasta el 23-J. Luego todo dependería del resultado de las urnas.
Al final, ha sucedido todo lo contrario. Feijóo instó a Guardiola a rebajar el tono con Vox y la urgió a cerrar un acuerdo rápido, pues su negativa a gobernar con un partido que, según sus propias palabras, niega la violencia machista, deshumaniza a los inmigrantes y tira la bandera LGTBI a la basura había escocido a otros barones populares que han pactado con los de Abascal, porque los dejaba en evidencia. Además, el «lío extremeño» desviaba el foco de lo importante ahora para el preboste popular, la campaña contra Sánchez, y le estaba restando apoyos a tenor de los últimos sondeos.
El esperado acuerdo se firmó el pasado viernes y concede a Vox una consejería de nuevo cuño, Gestión Forestal y Mundo Rural, desgajada de Agricultura. Aunque sea una consejería de chichinabo, Vox logra su objetivo de tener alguien dentro de la Junta que fiscalice que se cumplen las 60 medidas pactadas con el PP, en las que se elude hablar de violencia de género o, como prefiere el partido de Pelayo Gordillo, intrafamiliar y se opta por comprometerse a «erradicar los discursos machistas». El pacto tampoco alude a las políticas LGTBI después de que esta semana la formación ultra se negara a participar en los actos institucionales con motivo del Día del Orgullo y que uno de sus concejales en Mérida llegara a vincular al colectivo con la pedofilia.
Con este arreglo, en el PP consideran que han salvado los muebles. Sin embargo, la misma Guardiola ha admitido que este paso ha sido «doloroso» porque ha tenido que incumplir su palabra. Entiende, por ello, que haya mucha gente decepcionada, pero alega que su «palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños». Presenta así su caso como el clásico debate weberiano entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, defendiendo que, guiada por la segunda, ha optado por lo menos malo para sus paisanos. Mas eso es lo cuestionable, porque ¿ha decidido pensando en su tierra o en ella, su partido y sus votantes? No obstante, los decepcionados con ella no son estos últimos, sino quienes no la votaron.
En fin, Guardiola ha bajado de sopetón de su nube al barro de la 'realpolitik'. A regañadientes se ha saltado sus «líneas rojísimas», ha metido en un cajón 'El principito' y ha desempolvado su ejemplar de 'El príncipe' de Maquiavelo. Me despido hasta agosto recomendándole una película: 'El político' (1949), dirigida por Robert Rossen, la historia de un hombre honrado y valiente que se transforma el día que decide entrar en política y descubre que todo es juego sucio. Tras ser elegido gobernador, se olvida de sus principios, se apodera de la prensa y la radio y se convierte en un ser corrupto que hará cuanto esté en su mano para permanecer en el poder.
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