El 1 de junio de 2018, un renacido Pedro Sánchez, erigido en arcángel de la regeneración democrática, acabó con siete años de Gobierno de Rajoy ... a lomos de la sentencia de la Gürtel que condenó al PP por financiación ilegal como partícipe a título lucrativo. Justo siete años después, el líder socialista va camino de ser descabalgado por un escándalo similar. Sí, porque el caso que empezó llamándose Koldo, se renombró Ábalos y ha acabado por bautizarse como Cerdán ha destapado una trama corrupta que amañaba adjudicaciones de contratos públicos con un 'modus operandi' muy parecido al que siguieron Correa, el Bigotes, Bárcenas y compañía.
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Cierto que está por demostrar que parte del dinero que se embolsaban en mordidas el exministro, su exasesor y el ya ex número tres y verdadero fontanero del PSOE fuera a parar a una caja B del partido. Pero el informe de marras de la UCO desliza esa posibilidad, y la implicación de los dos últimos secretarios de Organización socialistas no hace sino alargar la sombra de esa sospecha. Sospecha que Sánchez, tirando de su manual de resistencia una vez más, trató apresuradamente de disipar tras fulminar a Santos Cerdán acudiendo a Ferraz para pedir perdón a la ciudadanía con tono compungido y anunciar una reestructuración de la dirección del PSOE y una auditoría externa de la contabilidad del partido, pese a recalcar que el Tribunal de Cuentas no había detectado ninguna irregularidad.
Mas dicha medida se me antoja muy insuficiente, porque, como ha dicho el juez Joaquim Bosch, «es como parar una hemorragia con tiritas». Más parece un trampantojo con el que busca aparentar transparencia y circunscribir el caso Koldo-Ábalos-Cerdán al PSOE –de ahí que hiciera el anuncio en su sede– para dejar claro que no afecta al Gobierno. Pero sí que afecta, pues la trama actuaba utilizando uno de los ministerios que más dinero maneja, el de Transportes, y me temo que este escándalo es una bomba de inmundicia de efecto retardado que acabará pringando a otros altos cargos públicos.
También resulta muy insuficiente porque Sánchez, cuando menos, tiene una responsabilidad política en este infame asunto al haber depositado una gran confianza y un gran poder en dos individuos como Ábalos y Cerdán. Por menos, por acusaciones de corrupción que luego resultaron infundadas, su homólogo portugués António Costa dio un paso al lado con el argumento de que «la dignidad de las funciones del primer ministro no es compatible con la sospecha de la práctica de cualquier acto criminal». Por ello, si Sánchez tuviera aún un prurito de honorabilidad debería o bien someterse a una cuestión de confianza, o bien, como claman dirigentes socialistas como el alcalde de Mérida, Antonio Rodríguez Osuna, dimitir, convocar un congreso extraordinario del PSOE para designar a un nuevo secretario general y adelantar las elecciones. Tiene, no obstante, una tercera opción honrosa: renunciar a la Moncloa y que los socialistas propongan en el Congreso otro candidato a presidente.
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Esa fue la salida que tomó Adolfo Suárez en 1981 al llegar a la conclusión de que «un político que además pretenda servir al Estado debe saber en qué momento el precio que el pueblo ha de pagar por su permanencia y su continuidad es superior al precio que siempre implica el cambio de la persona que encarna las mayores responsabilidades ejecutivas de la vida política de la nación». Tome nota, presidente.
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