La desesperación puede empujar a cometer locuras. Prueba de ello es la rotunda victoria del ultra Javier Milei en las elecciones presidenciales argentinas. Me ha ... traído a la memoria una escena espeluznante de los atentados del 11-S en la que se ve saltar al vacío a gente atrapada en las Torres Gemelas tras estrellar los yihadistas sendos aviones contra ellas. Preferían morir estampándose contra el suelo que abrasados.
A ese mismo dilema existencial se han enfrentado los argentinos, al tener que elegir entre dos candidatos a cual peor. Uno, el peronista Sergio Massa, responsable como ministro de Economía de la profunda crisis que sufre Argentina, con una hiperinflación del 140% y el 40% de la población en la pobreza. El otro, Milei, un fanático de la ultraliberal escuela austriaca que ha hecho campaña motosierra en mano, símbolo de los drásticos recortes que quiere hacer en el Estado, al que considera el enemigo, la encarnación del demonio, en línea con su admirado Jesús Huerta de Soto, economista español autor de 'Dios y el anarcocapitalismo', en el que escribió que «Dios es libertario».
Milei tiene cinco mastines clonados de otro que se le murió. Cuatro llevan nombres de economistas ultraliberales a los que idolatra, como el estadounidense Murray Rothbard, uno de los exponentes de la escuela austriaca. A Rothbard se le atribuye el término anarcocapitalismo, ideología que propone la abolición del Estado en favor de la soberanía individual, la propiedad privada y el libre mercado. En 1971 fundó el Partido Libertario de EE UU. Dos décadas más tarde, tras el fin de la Guerra Fría, lo abandonó y se definió como paleolibertario, al añadir a la visión económica ultraliberal una visión conservadora en el ámbito cultural. En 1992 escribió el ensayo 'Populismo de derecha: una estrategia para el movimiento paleo', manual político para ganarse con un discurso populista y libertario a las clases medias y trabajadoras descontentas con el sistema. Es así un precursor de Trump, Bolsonaro, Meloni o el propio Milei, quien, a través de su vicepresidenta electa, Victoria Villarruel –hija de un veterano de la guerra de las Malvinas, acusada de negacionista de los crímenes de la dictadura militar y amiga de Vox–, integra ideas de la derecha tradicional como el nacionalcatolicismo, el rechazo al aborto o el militarismo.
Sin embargo, Milei –una versión exacerbada del peronista neoliberal Carlos Menem, presidente de Argentina entre 1989 y 1999– no hubiera ganado en la segunda vuelta electoral sin el apoyo del macrismo, el movimiento de centroderecha que lidera Mauricio Macri, que presidió el país austral entre 2015 y 2019. Milei necesitará también el respaldo del macrismo en el Parlamento. Ello lleva a algunos analistas a pensar que Macri embridará el frenesí anarcopatalista de Milei. Mas la historia ya nos ha dado bastantes muestras de que el abrazo del oso entre la derecha moderada y la ultraderecha suele acabar con la primera asfixiada. Trump y Meloni son pruebas recientes; Mussolini y Hitler, extremas. Un aviso para navegantes tentados con virar en exceso a estribor para arribar al poder.
El triunfo de Milei también nos alerta de las nefastas consecuencias para la democracia de la corrupción y una gestión económica que despoje de la camisa y la esperanza a clases medias y obreras. Cuando a uno se le aprieta el gaznate demasiado, acaba pataleando a diestro y siniestro para tratar de liberarse de quien lo ahoga.
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