Todo lo que hoy somos, nuestra cultura, nuestra civilización e incluso la globalización, parten de diversos puntos comunes que confluyen en un momento determinado de ... la historia en un único lugar: la Biblioteca de Alejandría. En esa ciudad mediterránea, egipcia, ubicada en el mundo helénico, no solo se concentró toda la sabiduría escrita de la antigua Grecia, sino que de sus instalaciones emanó buena parte de la sabiduría que cimentó el imperio romano posterior y la Europa que todos conocemos. Y con Europa, la América descubierta y conquistada por los españoles, a donde se llevó una cultura fundamentalmente romana, mezclada con tintes musulmanes y bárbaros.
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Como los eslabones de una cadena lineal, todo parte del mundo clásico griego y latino para depositarnos luego en sus cimientos amasados con los hierros de otras culturas que constituyeron la mezcla universal. Con la salvedad de la cultura asiática, de espaldas a la Europa dominante, el arco mediterráneo es la cuna del mundo globalizado actual y protagonista de la occidentalización de Asia, África y Oceanía. Nada igual sin la vieja Europa. Nada sin Alejandría.
No se trata de determinar si el mundo habría sido mejor de otra forma, si Europa se equivocó en toda su acción o no, porque en la Historia lo mejor es lo que sucede y porque resulta imposible acertar cuando se conjetura sobre lo que pudo haber sido.
Baste decir que Alejandría albergaba entre treinta mil y setecientos mil volúmenes literarios, académicos y religiosos, y que en ella trabajaron Zenódoto de Éfeso, que normalizó los textos homéricos; Calímaco, que escribió el primer catálogo de biblioteca de la historia; Apolonio de Rodas, que compuso las 'Argonáuticas'; Erastófenes de Cirene, que calculó por primera vez y con una precisión increíble la circunferencia de la Tierra; Aristófanes de Bizancio, que sistematizó la puntuación, pronunciación y acentuación del griego, idioma en que se conservó todo el saber clásico hasta la Edad Media; o Aristrarco de Samotracia, que redactó los textos definitivos de los textos homéricos. Y también hay referencias al paso temporal de Arquímedes y Euclides por la Biblioteca.
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Aunque parece cierto que Julio César la incendió, supuestamente por accidente, en el año 48 a.C., parece que su decadencia fue gradual, como ocurre siempre con toda institución, cultura o imperio, hasta su destrucción definitiva en el siglo III d.C. o incluso más tarde.
Aunque se cree que una gran cantidad de su conocimiento se perdió para siempre, su influencia hizo que se copiase la mayor parte de su contenido y se difundiese por el mundo, a veces en árabe, a veces en griego y en latín. Las órdenes monásticas cristianas heredaron el saber de Alejandría y lo conservaron durante siglos para luego traducir las obras a las lenguas romances. Nuestra cultura actual, nuestra forma de ser y hasta nuestro acento, como diría Lola Flores, hunden sus raíces mediterráneas en el mundo helénico. Los papiros, y luego los pergaminos y el papel han permitido que hoy disfrutemos de la efímera era digital. Si la nube es la nueva Alejandría se verá en dos milenios. Para mí, que no.
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