Acto de apertura del actual curso académico en la Universidad de Extremadura. HOY

La Universidad no es un club

La institución académica no se debe a quien quiere estafarla, sino a la sociedad gracias a la cual existe y se mantiene

Pablo Calvo

Cáceres

Domingo, 19 de enero 2020, 08:51

Recordarán que 2018 fue un 'annus horribilis' para la Universidad española, que se deslizó por un tobogán de descrédito empujada por los casos de másteres de saldos y tesis doctorales plagiadas en mayor o menor grado. Esos políticos afectados han corrido diferente suerte. Ni Pedro Sánchez ni Pablo Casado han visto frenada su carrera, al contrario de lo que le sucedió a la exministra de Sanidad Carmen Montón. Cristina Cifuentes, que dimitió no a causa de su polémica académica sino por el robo de cremas en un supermercado, deberá reservar varios días del mes de mayo para acudir al juicio oral por instar a la falsificación de documentos que avalaran la existencia de su trabajo fin de máster. La Fiscalía le pide tres años y tres meses de prisión.

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Sin embargo, más allá del trago personal de cada uno y las sombras sobre su calidad ética, los políticos saben que ninguna noticia, por importante que sea, aguanta en las primeras páginas de los periódicos de manera infinita. En cambio, el descrédito al que se somete al sistema universitario es más difícil de revertir, sobre todo porque en varios de esos casos, y en otros, lo que también quedó al descubierto fue la actitud laxa, por no decir la connivencia, de algunas autoridades académicas con los protagonistas de los escándalos para que cumplieran sus ambiciones personales de engordar sus currículos.

Comportamientos individuales reprochables, es cierto, pero facilitados por las carencias estructurales que arrastra el sistema universitario, la endogamia de los tribunales de tesis doctorales, la jerarquización propia del siglo XIX de los departamentos o la ausencia de controles reales sobre las ofertas formativas, diseñadas más para garantizar alumnos e ingresos que pensando en su calidad o pertinencia.

Quiero decir que los políticos pasan, pero la Universidad como institución no; y que la sociedad puede permitirse cargos públicos mediocres, pero no aguantará mucho tiempo un sistema universitario malo y, peor aún, pasivo ante los déficits y descontroles que se han ido conociendo.

Todos los casos citados de políticos pillados en falta para mayor ridículo de la Universidad tienen en común el haber sido conocidos gracias al trabajo periodístico de distintos medios de comunicación, y no tanto por el propio desempeño de cada Universidad.

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La Universidad de Extremadura (UEx) también ha tenido su particular escándalo. No ha sido protagonizado por ningún político ambicioso, sino por la propia secretaria general de la institución académica y su marido, a quien validó un título falso. Pero el episodio también evidencia lo fácil que puede ser obtener un máster que no se cursa, plagiar una tesis o ser contratado como investigador por una Universidad, como se produjo en el caso de la UEx, destapado por puro azar, si se cuenta con el apoyo de un miembro bien situado en el aparato universitario.

A esa facilidad a veces ayudan los altos muros tras los cuales se parapeta la Universidad, también la extremeña, a la que le gusta aplicar la máxima errónea de que aquello de lo que no se habla, no llega a existir. La Universidad no se debe a quien quiere estafarla, sino a la sociedad gracias a la cual existe y se mantiene. Y eso requiere al menos dos cosas:ser transparentes y aplicar las medidas necesarias para que episodios similares no puedan volver a ocurrir.

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En el caso de la ex secretaria general, Inmaculada Domínguez, y su marido, Juan José Alonso, que han aceptado esta semana una condena de un año y medio y sietes meses de prisión, respectivamente, el elemento de transparencia en el modo de actuar de la UEx ha sido inexistente. Desde que fue conocido, en 2017, nunca han explicado ni siquiera lo básico, es decir, cómo fue posible que se produjera, qué acciones se han adoptado para evitar su repetición o, en última instancia, por qué se ha aceptado una conformidad en la pena, que permitirá a la exsecretaria general seguir dando clases como ha hecho desde el primer día que fue descubierto su engaño.

Dar explicaciones es visto como una molestia innecesaria, y no se dan cuenta que su reputación y sustento depende de que la sociedad les reconozca como un pilar valioso y no como un mero club opaco.

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