80 minutos juntas desde marzo
Mayores. Josefa Carballar vive en Mallorca y tiene a su madre en un piso tutelado de Monesterio. En siete meses, solo ha podido visitarla en cuatro ocasiones
Josefa Carballar es de Monesterio pero desde hace 38 años vive en Mallorca. Su madre sigue en el pueblo, residiendo en uno de los pisos tutelados para mayores. Los mil kilómetros con el Mediterráneo de por medio que las separan nunca han sido un problema. Todos los meses, Josefa cogía un vuelo para ver a su madre, sacarla a tomar el aperitivo o pintarle las uñas. La distancia entre ellas ha llegado de verdad con la pandemia de la covid.
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Desde marzo, cuenta el tiempo que ha pasado con ella en minutos: 80 en total, un saldo que le provoca una profunda pena porque siente que le están quitando la posibilidad de devolverle a su madre los cuidados que recibió de ella y que le infunde el miedo de que pueda morir en medio de una ausencia obligada.
«He visto a mi madre cuatro días durante 20 minutos en siete meses», se lamenta al mismo tiempo que pide al Ayuntamiento de Monesterio, de quien dependen los pisos tutelados, que establezca un protocolo de acuerdo con las familias para que no se interrumpan las visitas y sean más largas.
Ella está dispuesta a entrar enfrascada en un EPI (está acostumbrada porque trabaja como enfermera en la UCI de un hospital mallorquín), a guardar la distancia de seguridad y a limpiar la estancia después de cada visita. A lo que se niega es a conformarse con unas restricciones que, en la práctica, le impiden estar con su madre.
En agosto fue la última vez que pudo verla. Septiembre empezó con los pisos tutelados de nuevo cerrados a las visitas por un brote de contagios declarado en Monesterio, que no afectó a los residentes que hasta el momento se han librado del coronavirus. «No se cerraron los bares ni se redujeron los aforos ni se confinó a la gente. Lo que se cerró fueron los pisos tutelados, el Ayuntamiento, el Museo del Jamón y la Casa de la Cultura, todo lo demás siguió funcionando», se queja.
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Desde entonces ha podido ver a su madre por videollamada en cuatro ocasiones gracias –dice– «a que la directora de los pisos tutelados le ha dejado su teléfono, porque nadie les ha dado una tableta para que podamos mantener el contacto con nuestros familiares». En este tiempo ha llamado a todas las puertas para intentar encontrar el modo de restablecer las visitas, cree que con tan solo 16 usuarios sería posible establecer un régimen de visitas seguro. «Lo único que quiero es saber por qué no hay visitas si hay sitio para poder hacerlas sin que tengamos que entrar en las zonas comunes y por qué mi madre no puede seguir recibiendo sus terapias, pero el Ayuntamiento no me ha dado ninguna solución».
El pasado día 5 se reanudaron las visitas pero con el mismo régimen: 20 minutos con un solo familiar y un día a la semana. El tiempo le parece insuficiente. Su madre, enferma de alzhéimer, necesita más para que su cabeza se conecte con la realidad. «Los 20 minutos de la visita a mi madre no le sirven de nada porque se reducen a los cinco en los que puedo conectar con ella, que es cuando aunque no me reconozca como su hija sí siente que soy algo suyo. Si estuviera bien de la cabeza me podría acercar más a ella a través del teléfono, pero estas circunstancias personales nadie las está teniendo en cuenta».
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Le choca que ella, en el hospital donde trabaja, facilite a los familiares de enfermos con coronavirus ingresados en la UCI entrar a verlos a través de una ventana y, sin embargo –se lamenta– «yo no puedo ir a ver a mi madre con toda la protección».
Alternativas al cierre
Teme programar un vuelo para acudir a una visita y que otro brote vuelva a suponer el cierre de los pisos tutelados. «No se sabe si esta situación será pasajera y qué pasa que cada vez que haya un brote por la irresponsabilidad de la gente yo me voy a quedar sin ver a mi madre», se pregunta.
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No contempla que esto sea así y reclama alternativas al Ayuntamiento para que, de acuerdo con las familias, puedan mantenerse las visitas. «Si se hacen las cosas bien, con los pocos usuarios que hay, no tiene por qué pasar nada», defiende.
Está dispuesta a acudir al Defensor del Pueblo para encontrar una solución. «Veo que tengo la razón, el derecho y, sobre todo, la obligación hacia mi madre».
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