Una educadora social agarra la mano de Marta mientras cuenta su historia de violencia de género. Jorge Rey
25N, Día Mundial contra la Violencia de Género

Marta y Julia, dos supervivientes del maltrato

Una migrante cuenta a HOY cómo intenta reconstruir su vida en Extremadura tras escapar del infierno de la violencia de género, y una extremeña relata que creía que «el primer golpe sería un hecho aislado». Luego llegaron más y 19 juicios

Domingo, 24 de noviembre 2024, 07:51

Marta y Julia han sido víctimas de violencia de género. Con nombres supuestos y sin fotografías en las que se las pueda reconocer, porque ... el miedo nunca deja del todo a quien ha sufrido maltrato, cuentan su historia a HOY con motivo del 25N. Su objetivo es ayudar a otras que puedan estar pasando por el calvario que ambas han vivido durante años, hacerles saber que es posible salir del infierno y que deben hacerlo para no engrosar el largo listado de mujeres asesinadas por sus parejas: 40 en España en lo que va de año, 12 en Extremadura desde que hay recuento oficial. Marta y Julia tienen claro que ellas hubieran formado parte de esa lista si no se hubieran atrevido a bucear en su interior y rescatar el coraje que creían haber perdido.

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Marta, migrante sin apenas recursos

«He salido del infierno; ahora me siento libre y vuelvo a vivir»

Sola, sin dinero y de un país a miles de kilómetros de España. Así, sin red de apoyo, pero con ganas de vivir, Marta salió del «infierno» que dice haber sufrido. Ahora intenta mirar al futuro. No es fácil. Hasta hace muy poco ni se quería ni se reconocía. Esta mujer migrante que intenta reconstruir su vida en Extremadura empezó a perderlo todo hace 15 años. Su forma de ser, sus amigos y hasta su cuerpo. Ya no sabía quién era tras estar casi la mitad de su vida con el hombre que, según relata, le ha hecho sentir que no valía nada.

Entre lágrimas, abre su alma. Con un nombre ficticio y sin mostrar su rostro porque aún tiene miedo, detalla que es víctima de violencia de género. De eso ha sido consciente hace poco tiempo, cuando ha podido escapar de la situación. Hoy ya es una superviviente.

Conoció a su pareja en España, empezaron a ser novios y al poco tiempo contrajeron matrimonio. «Era muy cariñoso hasta que nos fuimos a vivir juntos. Me decía que estaba gorda y me causaba mucha ansiedad. Me quitaba la comida y tenía que comer a escondidas. Tampoco me dejaba cortarme el pelo. Para mí él era todo y yo cada vez me iba viendo peor. Me decía que era fea, que me iba a morir por lo gorda que estaba y se iría con otra; que nadie me iba a querer, que yo era una carga para él. Borró toda mi identidad; no era capaz de mirarme al espejo», recuerda.

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«Me decía fea y gorda; borró mi identidad, no era capaz de mirarme al espejo»

«Un día llegó del trabajo y yo había estado limpiando. Abrió su armario y me dijo que así no se arreglaba una casa. Así que lo tiró todo al suelo, me empezó a llamar cerda y me obligó a volver a limpiar. Se fue y me dejó en casa y sin llave», cuenta.

Eso fue antes de que llegara, según describe, la primera agresión física. «Me cogía por el pelo y me sacudía. Se ponía nervioso y me tiraba objetos de la cocina. Me decía que le entraba rabia y provocaba que él hiciera eso. Yo solo lloraba, no se lo contaba nadie y él se iba hasta que regresaba y me pedía perdón. Le perdonaba una y otra vez. Yo hacía todo para que él no se molestase. Para mí era lo normal. Simplemente pensaba que era así y tenía que soportarlo. A la gente de la calle las trataba muy bien y solo me preguntaba por qué conmigo no se portaba así. Pensaba que era culpa mía», comenta.

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«Yo creía que el problema estaba en mí, que tenía que ser amable y demostrarle en todo momento que le quería mucho. Lo malo que él hacía pensaba que era bueno para mí», dice.

Tras años de dolor, fue hace poco tiempo cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando. Se instalaron en una ciudad de España, pero nada cambió. Según indica, fue la iglesia y su fe en Dios lo que le salvó. «A través de la parroquia, una conocida empezó a notar que tenía mala cara y moratones en el brazo, hasta que un día le conté todo. Ella me enseñó un libro en el que explicaba cómo era una relación tóxica y comprendí que todo lo que vivía estaba reflejado en esas páginas: las formas de hablarme, el perdón y las promesas».

«Me cogía por el pelo y me sacudía. Luego me pedía perdón y yo le perdonaba»

Cuando tomó conciencia, no se veía con fuerza para salir de ello. «Pensaba que era mejor morirme porque creía que era imposible escapar», recuerda con los ojos empapados en lágrimas.

Tenía miedo a la soledad. «Aguantar eso me parecía muy duro. Empecé a intentar hablar conmigo misma, buscar información y así me fui dando cuenta. Intentaba confrontarle, pero me empezó a pegar más».

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El proceso para escapar

Un día regresó a casa y Marta tenía sus maletas en la puerta. Él había sacado sus cosas. «No tenía dinero, no podía irme a ningún sitio. Tenía vergüenza de pedir ayuda y tampoco quería ir a la policía porque eso perjudicaría la situación irregular de él en España. Al final siempre había algo que hacía que pensara en él. No veía más allá», explica.

Pero esa vez, era el momento de romper con todo. «Estuve en Urgencias pasando la noche. Al día siguiente ya no tenía dónde ir. Estuve mucho tiempo entre la sala de espera del hospital y la calle». Cuando ya no podía más, se llenó de coraje y llamó a una persona que conocía. «Salí de allí, de todo aquello, y no le he vuelto a ver, pero llegué a pensar en quitarme la vida», dice emocionada.

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Ahora respira con cierto alivio. «Aunque estaba sola, sentía que Dios me estaba viendo y me dije que si tenía fuerza para salir de esto, debía contarlo para ayudar a otras. Solo me decía aguanta y aguanta, hasta que busqué terapia», comenta Marta. Relata su historia porque quiere que la lean mujeres que estén pasando por los mismo que ella.

«Salí de allí y no le he vuelto a ver, pero llegué a pensar en quitarme la vida»

«Yo no sabía quién era, ni qué ropa me gustaba, ni si era triste o no. Ya no sabía nada. Había perdido mi identidad», lamenta entremezclando palabras. El proceso es muy reciente y aún está entendiendo por lo que ha pasado.

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Vive en una habitación compartida, está realizando los trámites para regularizar su situación en España y un curso para encontrar un empleo. Le están acompañando en una asociación que trabaja con mujeres migrantes y víctimas de violencia de género.

«La conocimos y sentimos que necesitaba ayuda. El objetivo es hacer redes. Si ya es difícil salir, es más complicado aún cuando sientes que no tienes ningún apoyo. Necesitan conocer otros caminos que les den fuerzas para romper el contexto de violencia. Trabajamos mucho la autoestima y la soledad no deseada, un término del que no se habla, invisible. Les ayudamos a ser ellas fuera de su situación traumática. En su vida no les identifica la violencia de género, eso es una dura experiencia, pero ellas son mucho más. Necesitan volver a ser la persona que eran», cuenta una de las educadoras sociales que le está ayudando.

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Mientras habla, le agarra la mano. Marta cierra la otra en forma de puño, señal de que cada vez va siendo más fuerte. «Las mujeres que sufren violencia de género suelen pensar que lo que están viviendo es normal y es fundamental la identificación. Hay una parte de conciencia por el dolor que padecen, pero lo normalizan», añade la educadora.

Ahora Marta está bien. «Hacía muchos años que no dormía una noche completa. He salido del infierno; me siento libre y vuelvo a vivir. Ya pienso en mí y tengo todo por delante».

Julia, víctima de violencia de género Anima a las supervivientes a denunciar

«Su expareja me avisó, me dijo que él era un maltratador, pero yo no la quise creer»

Las manos de Julia mientras relata su historia de violencia de género. David Palma

«El día que me siguió con el coche y trató de sacarme de la carretera, me dije a mí misma 'basta ya' y me fui al cuartel de la Guardia Civil a presentar la denuncia».

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Julia (nombre supuesto) no es solo hoy a sus 40 años capaz de contar su historia sin llorar. «Hoy soy capaz de verle por la calle y levantar la cabeza, ya no la agacho más». Llegar a este punto le ha costado siete años de tratamiento psicológico, cientos de noches sin dormir y días plagados de miedo.

«Pero salir del infierno es posible y quiero que las mujeres que estén en una situación como la que yo he vivido lo sepan. El proceso es duro, un calvario en muchos momentos, pero es posible tener otra vida». Para eso, insiste, «hay que denunciar, no hay otra manera».

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Ella dio el paso hace 9 años, después de soportar los tres anteriores insultos, amenazas y agresiones de todo tipo. Su relación, claro, no comenzó así ni mucho menos. «Los comienzos fueron idílicos».

Apenas unos meses después de separarse del padre de sus dos hijas, conoció a su nueva pareja. «Un hombre maravilloso con el que me fui a vivir enseguida al poco de conocerle». Julia entonces tenía 23 años. «Los seis o siete primeros meses con él fueron fantásticos, yo estaba feliz, mis hijas también, todo era perfecto», recuerda. «Hasta me hacía el desayuno por las mañanas».

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Tal vez por eso no podía imaginar el calvario que le tocaría vivir. Ni siquiera a pesar de que la exmujer de su pareja la había avisado. «Me dijo que era un maltratador, que no estuviera con él, pero yo no la creí, pensé que solo me lo decía porque tenía celos de mí», lamenta ahora. «Además, solemos pensar que lo que le ocurre a otras no nos va a pasar a nosotras, que con nosotras esa persona va a cambiar».

Fue, de hecho, la esperanza en el cambio, «como nos ocurre a tantas víctimas de violencia de género», de la que echó mano Julia el día de la primera agresión. «En mi caso fue así, no hubo un cambio de actitud antes ni tampoco insultos».

«Sin cambio de actitud y sin insultos, un día me dio un empujón que me llevó al médico»

Ese día en el piso de su pareja, al que Julia y sus hijas se habían trasladado, estaba también el hijo que él tuvo en su matrimonio anterior. «El niño empezó a llorar y él fue a pegarle, me puse delante y me dio tal empujón contra una radiador que tuve que ir al centro de salud».

El médico que la atendió no creyó su historia –«le dije simplemente que me había tropezado»– y dio aviso a la Guardia Civil como posible caso de maltrato. «No pasó nada porque cuando los guardias contactaron conmigo mantuve que me había tropezado, que mi pareja no me había hecho nada y que no tenía, por tanto, nada que denunciar».

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Julia ha reconocido después, hoy sigue haciéndolo, que ese día tomó una decisión equivocada y que el tormento posterior podría haberlo evitado con esa primera denuncia. «Pero pensé que no se volvería a repetir, me pidió perdón, me dijo que me quería, que me amaba...».

Después de ese primer empujón siguieron otros más, aderezados con insultos y amenazas. «Y poco a poco, claro, todo fue a peor. Un día dejan de ser puntuales o esporádicos, comienzan a repetirse cada vez con más frecuencia y cada vez también las palizas son más grandes. Pero para entonces ya no sabes cómo no eres tú, no te reconoces, estás anulada, sientes que no eres nadie y el miedo imposibilita que reacciones».

Para entonces, reconoce Julia, «son tantas las veces que has escuchado que no vales nada, que solo le tienes a él, que nadie más te va a querer..., que has interiorizado que es así». Porque para entonces tampoco apenas tienes a quien acudir. «Me aisló, no veía a mi familia, ya no salía con mis amigas, llegué a creer que yo tenía la culpa de que me pegara».

«Te pide perdón, te dice que te quiere y tú piensas que ese primer golpe es un hecho aislado»

El médico que atendió a Julia tras el primer empujón no fue el único que a lo largo de esos tres años contactó con la Guardia Civil. «Los vecinos lo hicieron también muchas veces, porque escuchaban los ruidos, los gritos y los golpes».

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Julia intentó en más de una ocasión dejar a su agresor. Por ella y por sus hijas, a las que también maltrataba. «Pero el acoso entonces era peor que cuando convivía con él. Una noche llegó a tirar abajo la puerta del piso que había alquilado y entró a pegarme», recuerda. «Al final siempre volvía con él».

Ni siquiera el día en que la dejó encerrada en una cámara frigorífica se planteó la denuncia. «Salí en un descuido que tuvo y fui corriendo a pedir ayuda a los vecinos». Ellos volvieron a contactar con la Guardia Civil y ella volvió a negarse a denunciar.

«Para entonces los guardias y los policías del pueblo ya me decían que lo hiciera, que denunciara, que iba a acabar en un ataúd. Pero yo estaba anulada y muerta de miedo. Me amenazaba con llevarse a mis hijas y hacerles daño».

19 juicios

El día que la quiso sacar de la carretera y acabar con su vida, Julia se decidió por fin y fue al cuartel. «Declaré durante más de dos horas, conté todo lo ocurrido los tres últimos años, hechos que en muchos casos ya conocían los agentes; al día siguiente se celebró el juicio rápido y se le impuso una orden de alejamiento».

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Ese mismo día se la saltó. «Después llegaron otras con más distancia, hasta se le prohibió acceder al casco urbano. Pero dio igual». El agresor de Julia no cumplió con ninguna de las órdenes. «Tanto es así que celebramos hasta 18 juicios por eso, el número 19 fue el definitivo y el juez le envió a prisión». Pero los dos años que transcurrieron desde la denuncia hasta el ingreso en prisión de su maltratador, de 2015 a 2017, fueron muy difíciles.

«Dejas de ser tú, no te reconoces, estás anulada, crees que tienes la culpa de que te pegue»

«Muy complicados y muy duros a pesar de la mucha ayuda que te brindan para que puedas alojarte fuera de la localidad, para que cuentes con apoyo psicológico, protección...». En su caso, «me hubiera gustado contar durante más tiempo con la protección, con dos policías nacionales de paisano que me acompañaban y me hacían sentir segura». Dice que solo dispuso de ella los primeros meses tras la denuncia. «Por eso me fui a otro pueblo a vivir y a mis hijas las llevé a un colegio internas para evitar que nos encontrara, aunque no fue suficiente». Quizás por eso Julia volvió a contar con la protección hasta el ingreso en prisión de su expareja. «Con la ayuda psicológica he seguido hasta hace poco, porque sacar el miedo cuesta mucho. Pero hoy puedo decir que soy una mujer nueva, solo me arrepiento de no haber denunciado antes».

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