El monarca y el doctor Gregorio Marañón bañándose en el río Los Ángeles, cerca de Pinofranqueado. campúa
100 AÑOS DEL VIAJE DE ALFONSO XIII A LAS HURDES

Etapa 2: Una foto desnudo y un café con leche de mujer

casar de palomero-nuñomoral ·

En su segundo día en Las Hurdes, Alfonso XII vive dos de los episodios más recordados de su viaje y visita once poblaciones

Domingo, 8 de mayo 2022, 08:03

Un pueblo asomado a sus balcones. Eso era Casar de Palomero la tarde del 20 de junio de 1922. A las seis y cuarto, tras ... completar a caballo unos 35 kilómetros, asomó por la plaza ese hombre importante al que todos esperaban. Entró Alfonso XIII en el recinto porticado e hizo historia de la monarquía española y de Extremadura. Por primera vez, un rey visitaba Las Hurdes. Su bisnieto Felipe VI hará lo mismo el próximo jueves.

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Bajó el monarca del caballo en Casar de Palomero y le presentaron a un hombre clave en este viaje: Pedro Segura Sáez, obispo de Coria que luego ascendería en el escalafón eclesiástico, patrocinado por su majestad. Entre los primeros en estrecharle la mano en esa plaza atestada y entusiasta estaba también Acacio Terrón, dueño de la casa en la que el rey pasó su primera noche en la región.

«Acacio era un hombre relevante no solo en la zona sino también a nivel provincial, regional e incluso nacional, y de hecho, él, mi padre y mi abuelo, que era hermano de Acacio, veraneaban con Alfonso XIII en Santander, se bañaban juntos en aquellas playas», cuenta Carmen Terrón, de la familia propietaria del inmueble, que acaba de ser restaurado. «Lo hemos donado al Ayuntamiento para que sea una casa museo de las visitas de los Reyes a Las Hurdes», informa la mujer mientras pasea por las estancias de la vivienda y enseña la vajilla blanca labrada y con los bordes dorados, la cubertería de plata, los paños finos, las fotos en sepia y los marcos también dorados...

El Museo de las visitas reales a Las Hurdes

El Museo de las visitas reales de Casar de Palomero fue inaugurado el pasado día 1, tras una reforma a fondo que ha logrado mantener el aire añejo de la vivienda, con la madera en el suelo y los techos. También se conserva en la fachada la placa que deja constancia de que ahí durmió el rey Alfonso XIII. Y justo debajo de ella, dos más que dan testimonio de otras visitas de la Corona a la vivienda: la de don Juan de Borbón en 1988 y la de su hijo Juan Carlos I y Sofía de Grecia una década más tarde.

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Casa de Acacio Terrón en Casar de Palomero, donde Alfonso XIII durmió el 20 de junio de 1922. El 1 de mayo fue inaugurada como Museo de las Visitas Reales a Las Hurdes. Al fondo, habitación que ocupó el rey. palma

En el dormitorio principal, todo está tal como se lo encontró el bisabuelo de Felipe VI hace un siglo, asegura Carmen Terrón. La cama con el cabecero de madera, el llamador y el crucifijo en la pared; las sábanas, mantas y colcha; dos almohadas, una mesilla de noche y un pequeño lavabo con espejo y jofaina. Junto a la entrada a la habitación, dos marcos: uno con una foto que Alfonso XIII le dedicó a Acacio Terrón y debajo, otra con una carta de agradecimiento mecanografiada, firmada por el duque de Miranda y fechada en junio de 1922. «Mi distinguido amigo –se puede leer–: su majestad el Rey (q.d.g., siglas de ‘Que Dios guarde’) me encarga le remita a usted el adjunto retrato con el Regio autógrafo, que el Augusto Soberano tiene el mayor gusto en dedicar a V. como recuerdo la Su estancia en casa de V. y en prueba de afecto y aprecio».

Antes de irse a la cama en esa primera noche hurdana, el rey sentó a la mesa en casa de Terrón a diez personas, entre miembros de su comitiva y autoridades locales. Cenaron pollo de corral, langostino de bote y flan, según la información recopilada por José Pedro Domínguez, director del Centro de documentación de Las Hurdes, donde Felipe VI parará el próximo jueves.

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«El rey durmió en casa de Acacio Terrón porque era alguien relevante de su época, y de hecho solían veranear juntos en Santander»

CARMEN TERRÓN

Familia propietaria de la casa donde durmió Alfonso XIII

Sus padres estuvieron en abril de 1998 en este mismo espacio cultural que cuida sus contenidos y guarda valiosa documentación sobre la comarca. De hecho, una placa a la entrada recuerda esa visita de Juan Carlos I y Sofía de Grecia, que recorrieron la zona durante dos días de viento y paraguas.

Aquella excursión real sirvió para certificar que Las Hurdes ya no eran como las que había visitado Alfonso XIII en 1922. Cuando él lo hizo, en la comarca había más de cincuenta alquerías y vivían unas ocho mil personas. Hoy tiene unos dos mil habitantes menos y cuarenta alquerías repartidas administrativamente entre seis municipios (Pinofranqueado, Caminomorisco, Nuñomoral, Ladrillar, Casar de Palomero y Casares de Hurdes), además de una entidad local menor (Azabal).

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«Hasta aquí llega la civilización»

«Hasta allí (Casar de Palomero) llega, siquier sea con las limitaciones y atenuaciones inherentes a la dificultad de comunicaciones y al alejamiento de grandes centros de población, los beneficios civilizadores», publicó el ABC hace un siglo. «Allí –seguía la crónica–, hay casas limpias y holgadas, entre las cuatrocientas habitables que forman el poblado; allí hay alumbrado eléctrico; allí se beben puras y cristalinas aguas procedentes de los manantiales».

Alfonso XIII, en la plaza de Casar de Palomero. Tras él, integrantes de la comitiva real y autoridades locales. campúa

A partir de ese punto, anticipaban los periódicos, el panorama empezaría a cambiar. Aún hoy, de hecho, hay quien defiende que Las Hurdes empiezan más arriba de Casar de Palomero, y que esta población no forma parte de la comarca pese a estar en la mancomunidad. En Casar de Palomero, el monarca escuchó misa a las ocho de la mañana, oficiada por el obispo Segura, y a la salida se subió al caballo y tomó dirección hacia Pinofranqueado. A mitad de camino, sin embargo, se paró. Y en ese alto en el camino ocurrió uno de los episodios más famosos de su aventura extremeña.

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A la altura del puente sobre el río Los Ángeles, Alfonso XIII se bajó del caballo y llamó al hijo de Campúa, el fotógrafo oficial del viaje. Era un joven que físicamente destacaba por su delgadez y su cara pequeña con una nariz prominente). «¡Ven, pajarito! –le llamó el monarca–. Que me vas a hacer una foto que no me ha hecho nunca tu padre». Y el monarca se desnudó y así posó junto al doctor Marañón, que no fue tan lejos como el ilustre y mantuvo los calzoncillos largos en su sitio.

Hace un siglo, la comarca tenía más de 50 alquerías y unos 8.000 vecinos. Hoy tiene 6.000 habitantes y cuarenta alquerías

Campúa le hizo llegar la placa de esa foto solo al monarca, pero unos años después apareció ilustrando la portada de ¿‘Alfonso XIII fue buen rey?’, libro escrito por ‘El caballero audaz’ (José María Carretero Novillo).

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Con el cuerpo refrescado, el monarca continuó el viaje hasta Pinofranqueado, donde visitó las escuelas, la iglesia parroquial y la ermita del Cristo, antes de entrar a almorzar en casa de Juan Pérez Martín. «Era el secretario municipal, y fue un hombre que tuvo relación con Unamuno», sitúa José Luis Sánchez Martín, hurdano de Sauceda y durante 25 años profesor en el Colegio Luis Chamizo de Pinofranqueado. «Pérez Martín –explica el maestro jubilado– se carteó con Unamuno, y le hizo una especie de croquis de Las Hurdes para su visita, y lo mismo a Marañón».

Fachada de la casa de Acacio Terrón en Casar de Palomero. Las placas recuerdan las visitas de Alfonso XIII en 1922, don Juan de Borbón en 1988 y Juan Carlos I y Sofía de Grecia en 1998. palma

En la casa del secretario municipal, el rey cogió fuerzas con vino blanco, jamón serrano y dulces típicos, y entregó al alcalde 1.100 pesetas para que las repartiera entre los pobres. Esto mismo hizo después en otros de los municipios y alquerías que visitó durante su expedición extremeña, que en esta segunda jornada siguió hasta Mesegal y de ahí a Caminomorisco y luego a Cambroncino, donde conoció la iglesia de Santa Catalina, quizás la más valiosa de la comarca.

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Un cigarro al pie de la iglesia

Un siglo después de esa visita de Alfonso XIII, en un martes cualquiera de abril, dos veinteañeras echan un cigarro sentadas en las escaleras de una de las puertas del templo, que tiene el cementerio pegado a uno de sus muros laterales. La llaman «la iglesia de las lástimas», según la leyenda porque muchos exclamaban ‘Qué lástima una iglesia tan grande en un sitio tan chico’.

También como leyenda catalogan algunos la historia del café con leche que el ministro de la Gobernación tomó en Nuñomoral, adonde el monarca llegó tras dejar atrás Arrofranco, Arrolobos, Vegas de Coria y Rubiaco.

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En Nuñomoral levantaron las tres tiendas de campaña para pasar la noche. A la hora del café, tras la cena, Piniés comentó que a él le gustaba tomarlo con unas gotas de leche. Algunas crónicas relataron que aunque «allí no había vacas y ni siquiera cabras», el camarero salió y al rato regresó con un poco de leche que vertió en el café del ministro. «Preguntole cordial el ministro, que saboreaba su taza de café despacio. ‘Digo, señor ministro –le contestó el camarero– , que puede tomar el café con confianza, que la leche es de mi mujer, y por cierto muy buena».

Cien años después, no está claro si el episodio es real o inventado, porque hay quien asegura que el camarero consiguió el café en un bar cercano y que el resto es ficción. Otros, por contra, amplían el episodio contando que a la mañana siguiente, el ministro se afeitó el bigote. Por si acaso.

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