Un país que nunca se acaba

El discurso de mi suegra

Empoderada. Se toma su digestivo, se escucha un tintineo y comienza el mensaje navideño

J. R. Alonso de La Torre

CÁCERES.

Martes, 31 de diciembre 2024, 07:55

El discurso navideño del rey Felipe VI ha provocado reacciones encontradas. El PSOE y el PP le han dado la razón con la boca chica: ... no se puede seguir así, enredados en un enfrentamiento perpetuo, construyendo un país absurdo donde montar en bici es de izquierdas y comer chuletones es de derechas, donde desear felices fiestas es progresista y augurar feliz Navidad es conservador.

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Ha habido otra parte del discurso que no ha gustado a la nueva izquierda, sobre todo la relativa a la inmigración. Consideran que el monarca se alineó con las tesis más conservadoras al referirse a que las migraciones, sin la gestión adecuada, pueden derivar «en tensiones que erosionen la cohesión social», lo que interpretan como una acusación a los inmigrantes de ser ellos quienes generan las tensiones.

En casa de mi suegra no escuchamos el discurso real, estábamos demasiado liados procurando colocar en el salón a 22 personas. Al final, lo conseguimos. La familia aumenta, pero cabe. Mi suegra se encargó, por tradición tan arraigada como indiscutible, de traer el lomo, el jamón y el queso, todo de Acehúche. Mi mujer y sus tres hermanos se encargaron de las demás secciones: aperitivos, carne, postres y bebidas.

Tras los turrones, llamaron al timbre. Era Papá Noel, que dejó en la entrada detalles para los pequeños. La tele no se pone. A veces, se cantan villancicos y a veces, no. También a veces, se incorpora algún novio o novia nuevos, que resultan tan entretenidos como perecederos. Esto de los novios cambiantes es toda una experiencia. Un año conoces a un americano, al otro a una irlandesa y al siguiente, a un riojano barbudo que no entiende de vinos, pero lo sabe todo sobre logística. Estas rotaciones sentimentales son sumamente instructivas: practicas idiomas y cada Nochebuena te inicias en una destreza nueva.

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Cuando las conversaciones ya no dan más de sí y nadie osa comer más turrón, mi suegra saca la botella de aguardiente de hierbas, se toma su chupito digestivo anual, se escucha el tintineo de una cuchara golpeando una copa, se hace el silencio y llega el momento sagrado de la Nochebuena, el único mensaje navideño al que atendemos: el discurso de mi suegra.

Suele empezar titubeante y algo dispersa. Como siempre improvisa, tarda un poco en hacerse con el auditorio así que, para autoafirmarse y coger seguridad, recurre cada año a tópicos que captan la benevolencia, expresiones típicas de bisabuela, sentimentales trampas retóricas del tipo: «Quizás esta sea mi última Nochebuena» o: «No sabemos dónde estaré el año que viene». En ese punto, varias voces espantan la tristeza recordando lo obvio: «Llevas 20 años diciendo lo mismo y ya ves».

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Se escuchan risas, alguna voz de ánimo, mi suegra se asienta y empodera y entonces sí, entonces comienza una sencilla, pero eficaz pieza oratoria que nos emociona a todos. Ni mi nieta de 18 meses abre la boca, el silencio impresiona y las caras de los presentes, incluidos los novios perecederos, son un poema, mezcla de elegía antes de tiempo y de oda que ensalza el presente y el porvenir.

Este año, el tema central fueron los cuatro bisnietos, sus mejores deseos para ellos y sus votos para que esta emocionante cena se repita muchos años. Son, en fin, temas previsibles, pero mi suegra recurre a ellos de manera natural, muy espontánea, y acaba emocionándonos y haciéndonos sentir partícipes de un proyecto familiar común. Los novios transitorios creen ser un nieto más y el riojano barbudo, cuando le llegó su hora, no lamentó la ruptura sentimental, sino que ya no volvería a escuchar el discurso navideño de mi suegra.

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