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Un equipo de farmacia antigua. HOY
Crónica Negra en Extremadura

Envenenar sin querer, dos casos con 70 años de diferencia

Dos equivocaciones en Badajoz y Valencia de Alcántara al suministrar medicinas a dos enfermos quedaron marcadas en la crónica negra de la región como grandes tragedias

Sábado, 18 de octubre 2025, 08:03

Las farmacias de hoy en día son muy distintas que las que existían hace 50 años o a principios del siglo XX. Entonces los farmacéuticos ... preparaban las dosis en tarros o papeles que se llevaban los pacientes. A veces, había errores, y en ocasiones, eran fatales. En Extremadura se dieron dos casos parecidos con 70 años de diferencia.

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El primero fue en marzo de 1902 en Valencia de Alcántara. Un viajante de comercio estaba de visita en esta localidad y sufría un fuerte dolor de cabeza. En busca de alivio acudió a lo que entonces se llamaba 'droguería'. Pidió que le sirvieran una dosis de antipirina diluida en un poco de agua.

La antipirina es una analgésico que entonces se usaba para todo tipo de dolores y actualmente sigue en el mercado, aunque principalmente como remedio para el dolor de oído. A principios del siglo XX se dispensaba como un polvo blanco algo cristalino que se diluía en el agua. El problema es que había muchas sustancias con un aspecto similar.

¿Qué ocurrió en la droguería de Valencia de Alcántara? Cuando el viajante se tomo el vaso y pretendía marcharse del dispensario, comenzó a sentir un intenso dolor. Se cayó al suelo sin conocimiento y su cuerpo sufrió convulsiones.

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Los que estaban en la farmacia lo asistieron inmediatamente u llamaron a un médico del pueblo para que lo ayudase. «A pesar de todos los esfuerzos, el desdichado pereció en medio de los sufrimientos más horrorosos», publicó el Nuevo Diario de Badajoz.

Unos días después el mismo periódico reveló la causa del fallecimiento, una equivocación. El 'droguero', como se llamaba entonces al responsable de este dispensario, no le dio antipirina, sino estricnina.

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En esa época se podía encontrar estricnina en las tiendas sin demasiada dificultad. Ya se sabía que era un veneno y se utilizaba como raticida, como en la actualidad, pero también era un remedio en las farmacias. Se usaba como estimulante cardiaco o intestinal, pero en muy pequeñas dosis.

En el caso de Valencia de Alcántara, al viajante le dieron la misma cantidad que solían dispensar de analgésico, por lo que fue mortal en minutos.

El 'droguero' fue detenido y encarcelado. Lo condenaron a varios meses de prisión por el error que costó una vida.

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El caso tuvo mucha repercusión, no solo en Extremadura. La muerte del viajante que solo quería aliviar su dolor de cabeza fue publicada por numerosos medios nacionales y de otras comunidades, porque había un miedo muy extendido a este tipo de errores. El Heraldo de Zamora, por ejemplo, lo tachó como «una funestísima equivocación».

Drogueros y estricnina

Y volvió a ocurrir, otro caso de envenenamiento accidental ocurrido en Extremadura saltó a las páginas de diarios de todo el país. Fue en 1973 y en Badajoz.

Ocurrió en una residencia sanitaria de la Seguridad Social. Actualmente ese servicio ya no existe, es un edificio que se ha anexionado al Hospital Perpetuo Socorro.

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En la residencia estaba ingresada una vecina de Talavera la Real, una mujer de 38 años casada y con una niña de corta edad. Estaba siendo tratada de un problema de glucosa e iba mejorando poco a poco.

Dos auxiliares de clínica atendían su servicio el 6 de abril de 1973. Debían pesar y preparar cuatro dosis de 50 gramos cada una de glucosa para realizar una cura a la enferma.

Al comenzar el pesaje, una de ellas advirtió que no había glucosa, por lo que no podía llevar a cabo la operación. La otra auxiliar le dijo que sí, que ella recordaba haberla subido de la farmacia. De una vitrina, en una habitación contigua, cogieron un frasco pensando que se trataba de glucosa.

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Resultó que era un frasco de fluoruro de sodio que no es dañino en pequeñas dosis, pero en dosis importantes es básicamente un veneno. De hecho, en el envase se indicaba.

HOY publicó una crónica sobre lo que pudo ocurrir. «Aunque los envases se prestaban a confusión (el de fluoruro y el de glucosa) por su colorido, tamaño y procedencia, sin embargo, en el etiquetaje había notas patentes que los diferenciaban. Así, en el frasco que tomaron las auxiliares podía leerse con toda claridad 'fluoruro de sodio' en color azul. Y con caracteres rojos destacaban una calavera y dos tibias cruzadas y la palabra 'veneno'».

A pesar de estas advertencias, las especialistas no se dieron cuenta y llevaron a cabo el pesaje de la dosis indicaba pensando que era glucosa. Se lo entregaron a la enfermera y esta se lo administró a la mujer ingresada. Esta, al notar que el sabor de la preparación no era dulce, no agotó todo el contenido. Solo bebió algo más de la mitad.

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Al comprobar el error, la enfermera y el personal médico intentaron salvar la vida a la enferma, pero sus esfuerzos fueron en vano y murió.

Auxiliares a juicio

El caso de la residencia sanitaria fue a juicio un año después de los hechos. Fueron procesadas las dos auxiliares de clínica, de 37 y 19 años. El fiscal calificó los hechos como constitutivos de un delito de imprudencia temeraria y pidió dos años de prisión para cada una de las imputadas y una indemnización para la familia de la víctima de 600.000 pesetas (3.600 euros).

La familia de la fallecida, a través de su abogado, también solicitó dos años de internamiento para las procesadas, pero exigió que la indemnización se elevase a un millón de pesetas (6.000 euros).

En cuanto a las defensas, argumentaron que eran inocentes de los hechos y pidieron la absolución.

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Se esperaba finalmente que hubiese una indemnización, pero que la pena de prisión fuese muy leve. Sin embargo el tribunal fue duro y el fallo de Badajoz se publicó, como había pasado 70 años antes, en muchos periódicos de España.

La Audiencia Provincial de Badajoz condenó a las dos auxiliares de clínica a un año de prisión menor por un delito de imprudencia temeraria. La compensación económica fue determinada en medio millón de pesetas (3.000 euros) y el tribunal consideró que la Seguridad Social era responsable civil subsidiario, por lo que fue condenado a pagar la indemnización.

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