Un Adriano diferente, un Adriano igualmente espléndido
Lluís Homar resplandece en un montaje sobre la novela de Yourcenar alejado en lo formal del que triunfó en 1998 con Pepe Sancho pero con idéntico resultado
Se puede tener un Ferrari o un Porsche y no saber qué hacer realmente con ellos. Realmente. Puedes sacarlo a la calle, que lo vean ... tus amigos, te pavonees un poquito. Sí, pero a la hora de la verdad le sacas menos provecho que un vendedor de paraguas en el desierto el Sahara. Con el teatro pasa lo mismo. Será más fácil que un montaje pueda ser más brillante cuánto mejor materia prima tengas. Textual y actoral. Y no te digo ya si tienes un escenario imponente como añadido para desarrollar la función. Pero ni con esas te aseguras hacerlo bien cuando te encargan una función. Todo lo susceptible de estropearse, se puede estropear. Vistos precedentes en el Festival de Mérida, donde las expectativas de ciertos espectáculos, por actores y directores reconocidos aventuraban tocar gloria y luego quedaron en chascos, es de agradecer que con 'Memorias de Adriano', de Lluís Homar, se haya cumplido la lógica.
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A sus 68 años, el actor barcelonés es un seguro de vida. De poso. De sabiduría teatral. De manejo de los ritmos, de dicción. De la emotividad. Lluís Homar es un actorazo. Y también se suele jugar sobre seguro quien se atreve a poner en la escena a la extraordinaria novela 'Memorias de Adriano' que Marguerite Yourcenar escribió el siglo pasado. Escritora francesa de origen belga, esta novela histórica sobre la vida de uno de los emperadores hispanos se publicó en 1951 y el argentino Julio Cortázar la tradujo, dicen, de forma sublime. Y a partir de ahí, el teatro la adoptó y dejó montajes excepcionales. Algunos podremos decir que los hemos visto en Mérida. Dos. El de 1998 y el de este 2025. Diferentes en estilo, pero igualmente concluyentes, para bien, en sus resultados. Son de esas obras por las que los amantes del teatro y del dominio de la palabra pagan dinero sin problema alguno.
Tellus stabilita. En latín, tierra estable. Se encuentra en monedas acuñadas durante el gobierno del emperador Adriano. Se refiere a la idea de la estabilidad y la paz que Adriano buscaba para Roma. Y la encontró, de la misma manera que se halla en el nuevo montaje sobre la figura del político nacido en Itálica (actual Santiponce, al lado de Sevilla), estrenada anoche, ante unos 1.600 espectadores, en el Teatro Romano. Un espectáculo con adaptación de Brenda Escobedo y la dirección de escena de Beatriz Jaén.
En el imponente Teatro Romano emeritense, un escenario que devora a los mediocres y que ensalza a los grandes actores (y directores), el valenciano José Sancho dejó huella hace más de dos décadas. Su extraordinaria interpretación en las 'Memorias de Adriano' del Festival de 1998 pervive en el recuerdo popular como ejemplo perfecto del dominio de la palabra en boca de un solo actor. No fue un monólogo en sentido estricto el montaje de Sancho, pero casi. Su estreno, apunten o rememoren, según el caso, fue el 8 de julio de 1998. La dirección fue asunto del italiano Maurizio Scaparro.
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Fue una función exenta de adornos estéticos, donde Sancho se comió literalmente el escenario, vestido con túnica blanca y sandalias, con el ejercicio apabullante y solitario de su palabra. De su excelsa palabra.
Junto a Pepe Sancho, el bailarín Igor Yebra, en el papel de Antínoo, su amante, y Rosa Novel, en el de Plotina, esposa de Trajano, la única mujer con influencia en Adriano.
A partir de la pasada madrugada, la historia viva del Festival recordará también a este Adriano de Lluís Homar. Porque las comparaciones no son odiosas. Son útiles. Más que útiles en muchos contextos. Y el de la programación del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida es uno muy valioso.
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Sobre el papel parece igualmente un monólogo pero no lo es. Aunque solo habla Homar el resto del reparto (Clara Mingueza, Álvaro Nahuel, Marc Domingo, Xavi Casan, Ricardo Boyle) interviene. Aporta simbolismo, expresividad en los diferentes capítulos de la vida de Adriano. Todo bajo un constante claroscuro escénico, un juego de luces casi apagadas que, aunque pueda parecer contradictorio, sirven para dar más vitalidad a esa propuesta teatral.
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Se trata de una perspectiva arriesgada por parte de Brenda Escobedo y Beatriz Jaén. Y no solo porque sea un Adriano contemporáneo, en cuanto a la estética, alejada del clásico 'peplum romano', del de Pepe Sancho. Este montaje irrumpe para el espectador con una sucesión de micrófonos y cámaras delante de una pared, en el que el despacho del emperador se convierte en un improvisado plató televisivo o singular notaría (elijan la interpretación) en el que el emperador español cuenta su vida, debate sobre el poder y la ruindad, da fe sobre el amor y el desazón y deja deberes a su sucesor en el trono romano.
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El lenguaje, en esta función dominada por Homar, no es solo asunto de la narrativa que dejó escrita Yourcenar aunque, como es obvio, se sustente en ella. El lenguaje es a veces también onírico, un ejercicio de lirismo que complementa al absoluto y apabullante belleza de la palabra. La que desprende cualquier página de la novela de Marguerite Yourcenar. Lo que han hecho los creadores de este nuevo Adriano no es pervertir el texto base sino completarla, de tal forma que se persigue que los 90 minutos aproximadamente que dura el montaje, transcurran con agilidad.
Quizás, hayan pensado, el público contemporáneo no está acostumbrado a montajes clásicos todos los sentidos como el desarrollo por el dúo Pepe Sancho-Scaparro. O quizás que se puede llegar al mismo objetivo, que sea un montaje redondo, espléndido en su proposición y ejecución, por otro camino.
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Esta fórmula puede gustar más o menos pero desde luego no chirría. No desencaja. A pesar de que, de inicios, impacte. Pero Lluís Homar lo reconduce al instante. Representa a un emperador que es un dios, un hombre normal, un autoritario, un enamorado, un filosófico, un arquitecto del pragmatismo. Un melancólico. Todo en uno.
Una conjunción de vertientes, de rostros, de matices que el maravilloso actor barcelonés sabe hilarlos con acierto quirúrgico durante todo el tiempo en el que su voz domina el escenario. Prácticamente durante casi todo el montaje porque solo hay breves intervalos musicales (Tagore González) que ponen comillas al abrumador poder de la palabra.
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El Porsche-Ferrari y su resultado. A veces no solo vale con tener buen material para triunfar sino aprovecharlo. A veces. Porque 2+2 no son siempre 4 en el teatro. Puedes fastidiar un buen material. Con 'Memorias de Adriano' y Lluís Homar, afortunadamente, todo encaja como se preveía. Un acierto.
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