¿Qué ha pasado este domingo, 7 de diciembre, en Extremadura?
Un banco a la sombra

Amanece en el parque de Monfragüe

Al conjuro del sol naciente, el campo se despereza y cobra vida inusitada, las carreteras se pueblan de animales impacientes y olores puros

J. R. Alonso de la Torre

Domingo, 14 de agosto 2016, 09:09

El sol no sale en Monfragüe como sale un sol normal. El sol de Monfragüe tiene vocación de director de cine. Se asoma y en el parque nacional parece escucharse la voz consabida: "Se rueda, acción". Y al conjuro del amanecer, el campo se despereza, cobra vida inusitada y los bosques y las carreteras se pueblan de aves y de mamíferos, de olores inusitados y puros, de visiones irrepetibles y momentos mágicos.

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Al Parque Nacional de Monfragüe se puede llegar por diversas carreteras cómodas y bien trazadas que solo se enrevesan y complican al llegar al meollo del parque. Nosotros hemos escogido la opción ferroviaria. Porque Monfragüe tiene estación. Los extremeños de cierta edad la conocemos como Palazuelo Empalme, un poblado mítico donde se cruzaban los convoyes hacia Salamanca, Madrid y Cáceres, con su cantina efervescente y sus paradas largas para que los trenes maniobraran. Hoy, ha cambiado el nombre, el poblado está casi abandonado, la animada cantina ha sido sustituida por unas frías máquinas expendedoras de refrescos y un aburrido jefe de estación sustituye a aquel centenar de operarios que organizaban el tráfico del empalme de Palazuelo, hoy Monfragüe.

El tren madrugador que nos lleva desde Cáceres se mete en berenjenales en cuanto se acerca al río Almonte. Lo que era recta vertiginosa se convierte en curva, sube y baja y traqueteo cansino de tren antiguo, pero muy turístico. Mirando por las ventanas, se van distinguiendo las quebradas de los riberos del Tajo, los arroyos, los bosques de alcornoques, los restos del puente de Alconétar, que se levantó en tiempos de Trajano, y hasta el primer pueblo oficial del entorno del parque, Cañaveral, con sus rutas senderistas hacia la Villa del Arco o el Arquillo: casas de piedra y un encanto inesperado, completamente desconocido por el turismo de inercia.

El tren sigue su camino lento y con vistas: la gracia áspera y granítica de esta tierra sinuosa y diferente, los desfiladeros que encierran arroyos y torrentes, los pueblos antiguos como Casas de Millán, con sus ruinas romanas de San Benito, o Mirabel, con su castillo de origen árabe y su dehesa boyal invitando a pasear sin rumbo y con paz.

De la estación de Monfragüe, parte una pista que nos lleva a la vía principal de acceso al parque: la carretera de Plasencia a Trujillo. Inmediatamente, un camping, bien dotado de servicios y lleno de campistas en estos días de verano, nos avisa de que la hostelería del parque y del entorno es de lo mejor que se puede encontrar en Extremadura, con 13 paradores, hospederías, hoteles, apartamentos y casas rurales, además de este camping, que superan la puntuación de 8 en las webs hoteleras más solventes y populares.

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Tras el camping, largas rectas y, al cabo de unos pocos kilómetros, la tierra vuelve a retorcerse, la vegetación se hace más tupida, los arcenes se llenan de animales poseídos por el entusiamo del despertar y, entre unas perdices que caminan apresuradas, unos conejos que saltan por sorpresa y aves rapaces que planean con estilo, nos adentramos en lo más profundo del parque, las curvas se imponen y la madera sustituye al metal en las señales de tráfico y en los quitamiedos de la carretera.

Dejamos atrás el viejo poblado militar de Villarreal de San Carlos, al que luego regresaremos, y bajamos hasta el Tajo. Queremos disfrutar del amanecer sentados en el banco más lírico y emocionante que existe en Extremadura. En realidad, son varios bancos de madera dispuestos a la orilla del río, situados a lo largo de la ruta llamada de la Fuente del Francés, que recibe ese nombre en honor de Maurice Jonson, un joven que se ahogó en esta zona del río intentando salvar un ave rapaz cuando casi nadie se preocupaba de salvar aves rapaces.

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Un banco a la sombra

En cualquiera de esos bancos, a la sombra, frente al agua, con el sol levantándose despacio y el silencio adueñándose de todo, a estas horas tempranas, cuando aún no hay visitantes, salvo algún pescador silencioso, se disfruta, aquí sentados, de una de esas experiencias que te convierten en un ser privilegiado. Porque no es fácil encontrar tanta armonía, tanto silencio, tanto bienestar acumulado en forma de trinos de pájaros, planear de alimoches, saltos de carpas, y olores de plantas aromáticas saludando al sol.

La experiencia es única y te transporta. Solo exige levantarse un poco temprano y acercarse hasta el parque. Acomodarse en cualquiera de estos bancos, dejarse mecer por el entorno y comenzar así un día irrepetible en el que nos dedicaremos a disfrutar de una de las más grandes maravillas de la naturaleza.

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Tras reposar, y antes de que el sol empiece a hacer de las suyas, la naturaleza, y la mano del hombre ordenándola, nos propone varias sendas que suben hasta el castillo de Monfragüe, donde nos esperan unas vistas formidables del parque y la comarca, o que recorren la orilla del río por un camino estrecho sobre el agua, disfrutando de la contemplación de los buitres leonados, las cigüeñas negras y las aves rapaces, que buscan corrientes de aire en la Peña Falcón, frente al popular Salto del Gitano, el lugar más popular del parque, donde a media mañana se juntarán decenas de familias cargadas de cámaras y prismáticos para disfrutar del ajetreo de las aves. Es aquí donde uno puede asombrarse tanto de la belleza de la naturaleza como de la espectacularidad de sus aparatosos objetivos fotográficos.

Pero es aún pronto para los turistas, al menos en verano. Así que llegamos al mirador del Salto del Gitano y no hay nadie. Se repite aquí ese raro privilegio que solo se da en Extremadura: disfrutar en soledad y solo para ti de maravillas de la historia y la naturaleza que en cualquier otro lugar exigirían pago de entrada y colas agobiantes. Extraña que tanta belleza no provoque masificación, pero se agradece.

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La mañana avanza y antes de que el sol lo invada todo y deje pocos resquicios a la sombra, retrocedemos hacia Villarreal de San Carlos. El antiguo poblado militar fundado por el rey Carlos III en el siglo XVIII tuvo su origen en la inseguridad de estos caminos, muy transitados por arrieros y viajeros, que pretendían cruzar el Tajo por el llamado Puente del Cardenal, el único hasta 1927, en la ruta de Cáceres a Salamanca, entre Monfragüe y Alcántara.

La guarnición de soldados y los pabellones militares han sido sustituidos por edificaciones asimiladas al entorno, donde se puede dormir, comprar, comer, procurarse aventura en la naturaleza, informarse y entender esta reserva de la biosfera. De Villarreal, parten las rutas más importantes del parque y en las terrazas de sus cafés y restaurantes, es fácil intercambiar experiencias con viajeros de otras latitudes como Jean Yves, un ornitólogo francés que carga con una cámara y un gran objetivo y desayuna una tostada con aceite y tomate que alaba entusiasmado. "Es mi descubrimiento gastronómico del año", asegura.

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Jean Yves salió temprano hacia los saltos de Torrejón. Ha viajado de mirador en mirador y nos pide, casi nos exige, que no nos perdamos esa ruta. "Son solo 5 kilómetros de curvas, pero es imprescindible que vayan", casi implora. Hacia allí conducimos y de nuevo se repiten las vistas maravillosas, los silencios solo rotos por los gritos de las aves, la belleza que se multiplica por disfrutarse en exclusiva.

Tras la visión apabullante de la tierra virgen y de la inmensidad del agua, la carretera sigue hasta los pueblos del entorno oriental del parque: Casatejada, tan próspero y tan activo, orgulloso de su pasado artesano y alfarero; Saucedilla, con la riqueza ornitológica espléndida del embalse de Arrocampo y cinco rutas ornitológicas a las que el francés Jean Yves ha dedicado un fin de semana; Serrejón, rodeado de un bosque mediterráneo de libro, rico en encinas, matorral y alcornocales; Toril, que permite interpretar el parque en su centro explicativo de la reserva de la biosfera; Romangordo, piedra y adobe, arquitectura vernácula bien conservada, educando en olores desde cu centro de interpretación "Casa de los Aromas".

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El viaje es rico en atractivos: Jaraicejo, a caballo del Tajo y el Almonte, sierra y dehesa, parada y fonda; Higuera de Albalat, entre montes, senderismo hasta la garganta de Decuernacabras, cuyo nombre lo dice todo, y mirador privilegiado hacia el Campo Arañuelo, los Ibores y las Villuercas; Deleitosa, buen pueblo con historia fotográfica y tiendas de embutidos, restaurantes de carretera y rico en fauna y caza; Casas de Miravete, a medio camino del Tajo, del Tiétar y de las Villuercas y con su castillo vigía del siglo XII en lo alto del pico más alto de los contornos, el Miravete (846 metros).

De regreso a Villarreal por la autovía de Navalmoral a Portugal, nos detenemos en Malpartida de Plasencia, que los domingos celebra un animado mercadillo donde se pueden adquirir los quesos, los embutidos y las frutas y hortalizas de la comarca, cruce de cañadas ganaderas, localidad próspera y la más poblada del parque.

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Ya de vuelta a casa, nos queda visitar dos de los pueblos más interesantes del parque nacional. Uno de ellos es Torrejón el Rubio, donde restaurantes, tiendas y casas rurales ofrecen servicios de calidad al turista. Y dejamos para el final la guinda, Serradilla, pueblo de 1.685 habitantes, que llegó a contar con 5.000, donde todo tiene personalidad y diferencia: el paisaje, los caminos hasta el Tajo, los dulces típicos, las historias de los barqueros de la zona, entre los que había incluso uno muy famoso por ser manco, el habla serradillana, la gracia de los naturales del pueblo, que lo mismo se convierten en actores de película que disfrutan de unas fiestas espectaculares, su tesoro del siglo IV antes de Cristo, su iglesias, su monasterio y sus tallas únicas, destacando la de Nuestra Señora de la Asunción, datada en 1749, una de los tesoros fundamentales del Barroco en Extremadura y, por encima de todo, su venerado y admirado Cristo de la Victoria, obra de Domingo de Rioja realizada en 1631.

Serradilla es un pueblo con mucho carácter cuyo pasado áureo marca el presente, una villa realenga y próspera de artesanos, sociedades de labradores, cines e imprentas. Hoy, es el complemento perfecto de las visitas a Monfragüe: si en el parque nacional se conserva y se admira la naturaleza, en Seradilla se conserva y se admira la historia y las tradiciones de Extremadura.

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