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La desesperación se apodera del Nuevo Vivero
Partido nefasto del Badajoz, con un Narváez salvador, sin fútbol ni intensidad ante un rival directo, con la grada crispada y pidiendo la dimisión del entrenador
No despierta el Badajoz, en estado crítico y con las constantes vitales cada vez más débiles. Lo peor no es lo que refleja la clasificación, ... que también, sino la imagen que deja en el campo. Ante el Navalcarnero (0-0), rival de su liga, dio todo menos sensación de jugarse la vida, incapaz de hacer daño y sin esa rebeldía de quien se revuelve por dignidad aunque carezca de argumentos. Los madrileños fueron mejores, sin estridencias, pero más serios y con una propuesta, algo de lo que carecieron los locales. El mejor blanquinegro fue Narváez, con dos intervenciones milagrosas que salvaron un punto.
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Iñaki Alonso pudo por fin plasmar su dibujo predilecto en la pizarra. Las lesiones habían limitado los efectivos arriba, lo que impedía partir con dos puntas. Álex Alegría y Carlos Cinta se convertían en las referencias ofensivas para un equipo necesitado de pólvora. En cambio, las bajas condicionaban el once en defensa, sin Chacartegui en el lateral zurdo, lo cual obligaba a volcar hacia ese perfil a Carlos Cordero; tampoco estaba Borja López, por lo que Miguel Núñez retrasaba su posición al eje de la zaga.
Badajoz
Narváez, Fran Grima, Liza, Miguel Núñez, Carlos Cordero, Petcoff, Toni Jou (Toscano, min. 76), Adri Carrasco (Samu Manchón, min. 58), Castri (Fidel, min. 59), Álex Alegría (Saidou Bah, min. 76) y Carlos Cinta (Ewan Urain, min. 68)
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Navalcarnero
Óscar López, Aguado, Llamas, Héctor Martínez, David Uña (Piri, min. 71), David Rodríguez, Alberto Guti (Faya, min. 71), Jaime Sancho (Ruizma, min. 65), Jordi Avilés, Saúl de la Fuente (Rubén del Valle, min. 90) y Agus (Mario Rivas, min. 65).
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Árbitro Sáez Vital, comité andaluz. Amonestó a Castri,Samu Manchón y Carlos Cordero en el Badajoz; y a Guti, Piri y David Rodríguez, en el Navalcarnero. Expulsó al visitante David Uña (después de ser sustituido).
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Incidencias Nuevo Vivero, 2.629 espectadores.
Se esperaba la versión dominadora, enchufada y eléctrica de los partidos caseros, pero no compareció y ni siquiera se atisbó el más mínimo conato en una primera parte insulsa, soporífera y desesperante para una grada que pasó del silencio sepulcral a tímidas exhortaciones. Los errores y la falta de mordiente y chispa iban encendiendo a una tribuna que tolera la falta de acierto, pero no la desidia. Y la realidad es que durante muchos tramos se palpaba una apatía más que preocupante. Nada que ver con el equipo solidario y enérgico que se vio ante el Numancia, era una sombra que deambulaba sin fútbol y sin, al menos, algo de amor propio.
El Navalcarnero empezó el choque agazapado, observando al que esperaba que fuera su cazador, pero que poco a poco fue convirtiendo en su presa, aunque sin armas ofensivas y sin el colmillo necesario para castigar con virulencia a un pusilánime y timorato conjunto pacense. Un centro desde la izquierda de Saúl que despejó defectuosamente a su portería Miguel Núñez y complicó a Narváez fue el primer aviso.
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La posesión la aglutinaban los locales, pero de manera estéril y sin que se tradujera en algún pase filtrado, una triangulación o una transición rápida que permitiera sacar petróleo. Nada. Sobaba y sobaba el balón, pero la falta de confianza derivaba en pérdidas e imprecisiones que fueron dando vida a los madrileños, que se iban asentado en el campo. Sin hacer mucho ruido, se dio cuenta de que el Badajoz le permitía respirar, pensar y dar el siguiente paso.
Así empezó a sentirse cómodo con el esférico, basculando y macerando su juego hasta que encontraba conexiones en las bandas. La consigna era finalizar cada acercamiento para impedir contras y ser atacados en campo abierto. Jordi Avilés lo intentaba desde media distancia en el minuto 9 sin éxito y David Rodríguez en el 13 con el mismo desenlace; probaban suerte y minimizaban posibles daños. El Navalcarnero generaba más y estaba más cerca. Seguía a lo suyo mientras que el Badajoz parecía desconcertado, atribulado ante un planteamiento simple que se le hacía un jeroglífico indescifrable.
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Lo único potable en todo el primer tiempo, más allá de un tímido cabezazo de un Álex Alegría desconectado, fue el remate de Castri a la media hora que se fue rozando el larguero tras un centro por la parte izquierda.
Hubo una escena desoladora y muy significativa de la puesta en escena del Badajoz y es que en la salida de balón visitante, los centrales llegaban casi hasta la medular sin que nadie les saliera ni opusiera la más mínima resistencia, sin un perro de presa que intimidara y obligara a desprenderse del balón. Las tres líneas del 4-4-2 permanecían en su propio campo sin que ningún intrépido se aventurara a romper esa simetría.
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La segunda parte, lejos de generar una reacción, empezó con susto para la parroquia pacense, con un disparo desde el balcón del área de David Rodríguez que se envenenó y obligó a Narváez a sacar una mano milagrosa cerca de la escuadra para evitar el primero del Navalcarnero. Entre medio, impotencia blanquinegra, entregas fáciles deficientes, falta de continuidad y desesperación del público, que alcanzó otro punto álgido de sofoco en una mala elección de Castri, que dejó su puesto a Fidel poco después.
En ese mar de dudas, los visitantes percutían por la banda derecha con Sancho surtiendo de centros a los atacantes. En el 52 la empalma Jordi Avilés por encima de la portería y, acto seguido, Agus casi engancha una chilena en el punto de penalti. De nuevo Avilés, en el 66, estuvo a punto de aprovechar una acción personal de Ruizma. El Badajoz seguía noqueado en la lona e Iñaki Alonso trataba de buscar soluciones, desmontó la doble punta sacando a Carlos Cinta, pitado por su gente y el emeritense reaccionó haciendo gestos de disconformidad. Muy calientes los ánimos, poco después se escucharon gritos de ‘¡Iñaki, vete ya!’.
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Salieron Saidou, Sandro y Ewan para buscar piernas frescas y mentes limpias. Agua. Nada cambió, algún acercamiento, un barullo final plagado de toques sin remate y desesperación como denominador común en un Badajoz a la deriva y demasiado acostumbrado al abismo.
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