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Juan Manuel de Prada maneja una inmensa galeria de personajes. J. COTERA

Un Juan Manuel de Prada dostoyevskiano

Desmesura. En esta segunda parte de su bilogía, el escritor vuelve al París ocupado donde reinan la escasez y la represión

Iñaki Ezkerra

Viernes, 2 de mayo 2025, 18:35

Desde hace un tiempo el tema de la Guerra Civil española y el de su inmediata consecuencia, la posguerra, están recibiendo un nuevo enfoque por ... parte de varios novelistas de nuestro país. Este consiste en presentarnos a un tipo de protagonista amoral y aideológico que carece de convicciones políticas o está dispuesto a saltárselas si alguna vez las tuvo. No es muy difícil ver en esa coincidencia de planteamiento, en la que convergen –como digo– varios de nuestros narradores, la sana reacción contra el adoctrinamiento ideológico del que adoleció de forma masiva el tratamiento de ese tema en nuestra novela. Como ilustrativos ejemplos de esa reacción pueden citarse dos genuinos personajes de Arturo Pérez-Reverte: el espía sin escrúpulos de la serie Falcó, que trabajaba en plena contienda del 36 para el bando franquista, y el marino mercante marcado por un nihilismo más ético que el de aquel y al que ese mismo bando le encargaba una misión secreta en 'La isla de la mujer dormida'. Nada distante de ese patrón de héroe antiheroico y carente de ideología lo tenemos en Benjamín Buenaventura, el prófugo que nos presenta Andrés Trapiello en 'Me piden que regrese' y que se convierte en Benjamin Smith para, en efecto, regresar a España en 1945 con una misión de la inteligencia norteamericana. Y, en esta particular nómina, no podía faltar, naturalmente, Fernando Navales, el infame periodista y pícaro que Juan Manuel de Prada rescató de la España bohemia de 'Las máscaras del héroe' para trasladarlo al escenario del París ocupado por los nazis en 'La ciudad sin luz', primera entrega de 'Mil ojos esconde la noche', y que ahora reaparece en la segunda con nuevos bríos de narrador si bien con el ánimo un tanto alicaído por la prolongación de la II Guerra Mundial.

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Mil ojos esconde la noche

Juan Manuel de Prada.

Editorial: Espasa.

800 páginas.

Precio: 24,90 euros (ebook, 10,99).

'Cárcel de tinieblas' es un texto que, en su desmesura de páginas (848 exactamente), personajes, historias y situaciones cimentadas sobre un amplio trabajo de documentación, posee un aspecto troncal que lo hace en apariencia contradictorio. Pese al perfil falto de ética de Navales y a la abyección que rige en cualquier escenario de guerra, estamos ante una novela profundamente moral, lo cual no sorprende tratándose de un escritor declaradamente cristiano en su sentido más militante.

Si de Navales solo había conocido el lector un discurso rabioso que lo emparentaba con el 'subsuelo' dostoyevskiano, ahora va a encontrarse con una nueva versión del personaje: el hombre que busca, aunque de manera oscura y zigzagueante, una senda de redención que curiosamente nos vuelve a remitir a Dostoyevski. No al del resentimiento sino al del remordimiento y al de la célebre cita: «Dios y el diablo están luchando y el campo de batalla es el corazón del hombre». De este modo, no hay contradicción en el texto, sino una 'dialéctica moralista', que lo pauta de manera recurrente, sistemática, a través de un abundante simbolismo religioso, y que queda explicitada en las dos líneas con las que se abre la primera página: «¿Tú crees que se puede dejar de ser malo, si uno se lo propone?, pregunté a Ana María Sagi».

La relación entre esos dos personajes, que ya era efectiva en la primera entrega de la bilogía, adquiere en esta segunda una mayor intensidad no exenta de tensión por las diferencias que los separan y a la vez los unen actuando como acicates. Ana María Sagi es una mujer comprometida con un alto sentido de la Justicia y con la causa feminista. Ella y César González Ruano, a quien su incorregible temeridad le lleva a protagonizar un dramático episodio de arresto, constituyen en el libro las referencias más sólidas con las que cuenta Navales en esa aventura interior hacia la propia conciencia que le creará verdaderos momentos de crisis rayanos en el desvarío.

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Como en 'La ciudad sin luz', desfila por estas páginas una inmensa galería de personajes que hacen acuse de recibo del deterioro al que los somete la escasez y la represión que dictan la vida cotidiana durante esas fechas en la ciudad del Sena (la persecución a los judíos, a los exiliados, a los resistentes….) hasta convertirla en la prisión física y psicológica a la que hace alusión el título de la obra. Mención especial merecen el caso del psicópata Marcel Peitot, un médico que estafaba y asesinaba a quienes se ponían en sus manos para huir de la ciudad tomada, o el palacete de la avenida Marceau que hoy es sede del Instituto Cervantes, pero que en aquellas fechas sirvió de cuartel general a la Delegación de Falange y que ha cobrado una inesperada actualidad en la prensa de nuestros días.

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