Jarta de tó
Cóctel explosivo ·
La novela es osada, desenfadada y, pese a haberse presentado como un alarde humorístico, en su seno atesora una mala leche reconcentrada y una frustración tremendaEnrique García Fuentes
Viernes, 3 de enero 2025, 23:04
El que firma no tiene ni la más repajolera idea de políticas editoriales ni de números de ejemplares que van en cada tirada, pero desde ... luego sí me parece –y espero que a ustedes también les parezca– que el hecho de estar ante la quinta edición de una novela que salió el año pasado en una editorial pequeñita como Tránsito (una valentísima iniciativa que cuenta con un catálogo pequeño pero compuesto exclusivamente por escritoras) se me ocurre un buen motivo para traerla a estas páginas con algo de retraso. Pero sobre todo es porque se trata de una novela que merece la pena: osada, desenfadada y que, pese a haberse presentado como todo un alarde humorístico, en su seno atesora una mala leche reconcentrada y una frustración tremenda. Lo bueno es que la novel Greta García (Sevilla, 1992) resuelve con gracia y con garbo este explosivo cóctel y el lector, absolutamente entregado al personaje que narra (sobre todo) y a la bien sincopada acción, disfruta sobremanera del envite.
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A medida que la historia transcurre vamos descubriendo que, de entre los múltiples dardos que arroja, los más agudos se dirigen a poner en solfa las carencias de la política cultural (lastrada de burocracia) no solamente en la Andalucía actual donde transcurre la acción, sino probablemente en toda España. Es verdad que al final siempre podemos pensar que las soluciones radicales que se adoptan en esta novela –y que lleva a cabo una protagonista que pasa a formar parte ya del elenco de personajes inolvidables en la narrativa contemporánea– quizá no era necesario que lo fuesen tanto, pero en el fondo lo que nos queda es este casi agotador monólogo donde la simpar Pili (que en verdad solo quería bailar) nos mantiene en vilo con su sarta de peripecias descomunales y esperpénticas desde el principio (no se hacen idea de dónde hay un cepillo de dientes) hasta el punto final.
Esta Pili (que odia que la llamen María del Pilar) nos habla desde la prisión a donde ha llegado motivada por un suceso que sólo conoceremos al final. Estamos todo el tiempo con ella en la cárcel; deducimos que el delito ha debido de ser grave porque con frecuencia repite que lleva cinco años y todavía le quedan veinticinco por cumplir. Pero, gracias a su imparable verborrea, salimos muchas veces porque viajamos al hilo de los recuerdos de esta narradora insolente, malhablada, alocada, engañada y frustrada que da rienda suelta sin escrúpulos a sus vivencias (incluidas las más escatológicas, sobre todo) y sus sentimientos. Y al final conoceremos cómo una pobre poligonera estudiante de ballet –todos los capítulos llevan como título un término de este arte– acabó en el talego. El gran acierto de Greta García es hacer hablar a su protagonista en su natural dialecto andaluz, reproducido tal cual ortográficamente. Al principio puede costar un poco la lectura (Pili, además, habla como una perdularia barriobajera), pero en seguida nos acostumbramos; y más nosotros, extremeños, que compartimos un gran porcentaje de giros fonológicos, sintácticos y semánticos con nuestros vecinos meridionales.
En su actualidad conocemos sus correrías en la cárcel, su amor platónico por la doctora Pina, la única que la trata con educación y dulzura, sus broncas y reconciliaciones con su compañera de celda, sus desencuentros con las crueles vigilantes, pero, pese al tono desinhibido y brutal, deducimos también su rebelión contra el abusivo ambiente carcelario: su monotonía, su violencia, el progresivo olvido de su condición de personas con los mismos deseos que cualquiera. Cuando salimos nos enteramos de la vida anterior de Pili en libertad; su incoercible deseo de ser bailarina, algo a lo que se dedicó plenamente soportando una rígida preparación, con más frustraciones que logros, sus desencuentros constantes con sus padres y la posición social (clase media-baja) que tanto la condiciona. También deducimos su soledad, sin amigas ni amantes fiables, rodeada de gente que solo se aprovecha de ella. Pili, que admitimos como alguien que, el fondo no es mala, termina explotando porque no tiene ya a donde asirse (o, al menos, eso es lo que acabamos asumiendo).
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Porque no hay que atesorar demasiadas lecturas para comprender que Pili se inserta en esa tradicional corriente literaria (tan española) de la picaresca; narradores que, en primera persona, exhiben sus desgraciadas vidas para tratar de redimirse (o, por lo menos, explicarse) de la condición en la que han terminado, que no siempre –o eso quieren hacernos creer al menos– es culpa suya, sino de quienes les rodean, llamémoslo sociedad, sistema o como queramos. Pili, sin embargo, no es Guzmán de Alfarache o Pablos el Buscón; a mí me recuerda más a un pobre Lázaro que, no siendo malo en absoluto, acaba maleándose y volviéndose un cínico que, en su caso, sin embargo, explotó. Nos reímos mucho, sí; pero, como tantas otras veces, no deja de ser una risa que duele.
Solo quería bailar
Greta García. Editorial: Tránsito. Madrid, 2024. 200 páginas. 18 euros.
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