Ferrera no tuvo suerte en Sevilla
Silencio en los dos toros para el extremeño en una corrida noble pero apagada de Torrestrella
BARQUERITO
Martes, 21 de abril 2015, 07:36
Los tres primeros torrestrellas salieron buenos. Negros primero y tercero; albahío el segundo. Al negro primero, muy lustroso, alto de agujas y astifino, le faltó humillar, o descolgar. Claudicó a la salida de un primer puyazo bien peleado, se apagó antes de lo previsto. Ferrera lo trató con delicadeza y acabó por tener que ponerlo todo.
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El toro albahío y rabicano -la reseña oficial lo dio por melocotón y punto- estaba más astifino que ninguno, y eso que no fue manco ninguno. Por algún vicio en el manejo, el toro se venció por la mano izquierda -en el remate de media verónica Fandiño estuvo a punto de ser arrollado, y en la muleta, otro tanto y hasta con violencia- pero a cambio de eso quiso a gusto por la otra mano. A gusto pero lo justo. Fandiño se puso en agobiante distancia y eso no terminó de convencer ni al toro ni a la gente. Demasiados enganchones y pasos perdidos para una faena bien medida pero de corto vuelo.
FICHA DE LA CORRIDA
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Toros.
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Seis toros de Torrestrella (Herederos de Álvaro Domecq y Díez). El sexto, sobrero. El tercero fue con diferencia el mejor de todos. Deslucidos, los dos últimos dejaron pobre impresión de una corrida noble pero demasiado apagada.
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Toreros.
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Antonio Ferrera, silencio en los dos. Iván Fandiño, silencio en los dos. Pepe Moral, vuelta al ruedo y palmas.
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Plaza.
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Sevilla. 6ª de feria. Primaveral. Media plaza.
Fría había estado la gente con el buen sentido de Ferrera en su primer turno: rácanas palmas para una brega modélica, un tercio de banderillas muy resuelto y esa faena tan delicada, cumplida y técnica, las tres cosas. Con Fandiño se sintió al público particularmente distante, retraído y, en cáustico silencio, muy censor.
Se rompió el hielo al asomar el tercero, negro zaino, enmorrillado, muy bien hechito, un dije. En el recibo se encajó Pepe Moral. Sacó los brazos y en el platillo remató el saludo con dos medias muy cadenciosas, cosidas una con otra, y una revolera. A suerte cargada todos los lances del encuentro. Entonces entró la gente en materia. Un primer puyazo traserísimo, con derribo del toro, y solo un segundo picotazo porque el toro parecía tronchado de repente. Y, sin embargo, al trantrán el toro cogió un ritmito de marcha que iba a durar hasta el final.
El arpón de una banderilla prendida en el cuello y muy caída molestó, y el toro se dolió escocido. No fue óbice. Pepe Moral abrió de largo en los medios. La temeridad de meter los pies en la montera dejada boca arriba tras brindis al público. Galopó el toro. Imperturbable, firme, muy encajado de nuevo el torero de Los Palacios. Una tanda lograda: dos por alto cambiados por la espalda, dos intercalados en la suerte natural y el de pecho a pies juntos, broche mayor. Y enseguida, tres tandas en redondo, una detrás de otra, ligadas, templadas, la figura compuesta, suelto el brazo, toro empapado, bonitos remates.
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Toreo de buen compás. Pepe decidió descalzarse. Y echarse la muleta a la izquierda. No fue igual el son. El toro pedía más distancia. Y brevedad. Una estocada hasta la mano pero muy trasera. Dos descabellos. Se enfrió el respetable. Hubo casi que forzar la vuelta al ruedo.
Los restantes tres toros fueron en realidad cuatro, porque el sexto, el más terciado del envío, salió con la divisa prendida en zona blanda -sangraba al asomar- y cojeando, fue devuelto y se jugó un sobrero, de destartalada traza y embestidas regañadas y cabeceadas, resistidas, dolidas. A Ferrera le hicieron en el segundo turno algo más de caso que en el primero. No era para menos: la lidia del toro -jabonero sucio, cuarteadas de pinta negra las ancas- fue primorosa; el tercio de banderillas, un conjunto de alardes -volatín en la cara, dos quiebros, un par al cambio por los adentros-; y la faena, puro rigor, de hacerlo el torero extremeño no todo pero casi todo, hasta tener en la mano el toro, que no humilló ni una sola vez. Una estocada y puntillazo con la zurda de Manolo Rubio, que reaparecía después de su gravísimo percance de mayo en San Isidro. Cuando apuntillaba un toro precisamente.
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No tragaron ni con el quinto de corrida ni con Fandiño, a quien parecían haber tomado desde el paseo el número de matrícula. Sin fuerza, el toro tampoco empujó. Trance oscuro. Pepe Moral le dio al sobrero suave capa, y hasta tres medias y no solo dos en el remate del saludo. Valiente, es decir, firme de verdad y sosegado, se empeñó en meter en el engaño al toro, que, bruto sin malicia ni resabios, ni podía descolgar ni tenía golpe de riñón. Fue casi milagro que Pepe Moral lo templara en una docena de viajes. Hasta que el toro abrió la boca y pidió la cuenta. Iba a haber sido la primera corrida de dos horitas justas. Como debiera siempre ser.
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