Unamuno a su amigo masón en 1897: «Dime si existe Cáceres»
En 1897 Manuel Castillo dejó su trabajo en la biblioteca de la Universidad de Salamanca, para ir al Instituto de Cáceres. Su amigo Unamuno se despidió de él pidiéndole que le escribiera contando si existía Cáceres. Le respondió que sí existía, «aunque no debía existir por su vida lánguida, inútil y adormecida».
Al anochecer empezaron a dar algo de luz las farolas de la Plaza Mayor de Cáceres, cuando en la terraza del mesón en el que ... trabaja su nieto el difunto Sanjosé empezó a hablar otra vez de Manuel Castillo, el que fuera director del Instituto de Cáceres y del periódico 'El Noticiero'.
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–Es curioso que cuando Castillo se vino en 1897 a Cáceres, dejando la Biblioteca de la Universidad de Salamanca, su amigo Unamuno se despidió de él diciéndole: 'Dime si existe Cáceres'. Al poco de llegar a esta ciudad le escribió: «Sí existe, aunque no debía existir por su vida lánguida, inútil y adormecida». A los tres meses de llegar pidió el traslado. No aguantaba, pero no le dieron el traslado y aquí estuvo 22 años... y cuando se fue le pesó.
–La verdad es que he escuchado –señalé–, en alguna despedida de un mando del Ejército, Guardia Civil o Policía Nacional, que es cierto lo que les habían dicho: se llora al ser destinado a Cáceres, y se llora más cuando te obligan a irte.
–Castillo le dio bastante caña a los cacereños. Criticaba las tertulias del casino que invitaban a la holganza y a la molicie, la siesta que nadie perdonaba, y la caza. También hablaba del mal del juego, de un llamado 'cuarto del crimen' en el Casino de La Concordia en donde los socios se desplumaban mutuamente jugando al póker o al tute.
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–Sí –dijo Caridad–. En 1908 vino a visitarle Unamuno y también nos criticó bastante.
–Sí. Pero Castillo hizo por cambiar la vida de los cacereños, usando el periódico que dirigía. Espera que cito textualmente de su autobiografía. –Miró para el cielo oscuro para leer en su mente una página del libro–: «El Noticiero sirvió para despertar al pueblo cacereño de su abulia y de su voluntad, anquilosadas por la acción letal de su injusto desequilibrio de la propiedad, que motivaba en el terreno social que los grandes señores, más por generación que por valimiento gozaran de una vida fastuosa en sus palacios de Madrid a costa del sudor y de las miserias del pueblo, aherrojado por sus representantes o administradores». Él hablaba del mal de los latifundios, abandonados por los grandes propietarios, diciendo que atentaba contra la economía de la provincia y humillaba a las clases que pasaban penurias económicas.
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–Vaya piquito –dijo el fotógrafo Guinea antes de dar un largo sorbo a su cerveza.
–Vio que la educación era lo mejor para cambiar una situación injusta. Llevó la Cantina Escolar, en donde daba de comer a 200 niños para que sus padres les dejaran ir a clase; también se preocupó de la educación de los obreros, dando clases nocturnas para ellos en el Instituto. Formaba parte de la Junta Provincial de Beneficencia, en donde luchó contra el obispo para que se dieran becas a los estudiantes pobres, lamentando que el dinero se fuera para el seminario de Coria.
–¿No le gustaban las sotanas? –preguntó Caridad.
–Nada. Era masón, anticlerical. De lo que estaba también orgulloso es de haber cofundado la 'Revista de Extremadura' con sus amigos Castel y Publio Hurtado, entre otros. Una revista de mucha calidad que se publicó durante 12 años, hasta 1911. De esta revista dijo –Sanjosé volvió a mirar al cielo–: «Bien puede afirmarse que a esta revista se debe, en gran parte, el despertar de un pueblo como el de Cáceres, yacido, secularmente, en la abulia, en la ignorancia y en el abandono, entregado a una vida sedentaria y monótona en la que tantas inteligencias se han perdido».
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–Bueno... Pero al final se fue de Cáceres con su familia –dije.
–Sí. Decía que tenía que dar mejores posibilidades de estudios a sus cuatro hijos, y se fue a Valencia en 1918, en donde fue vicedirector del Instituto y siguió escribiendo en periódicos y realizando actividades benéficas. Luego vino la Guerra Civil, y se fue todo al garete. En febrero de 1938 se exilió en Francia, en Tolouse, mientras sus dos hijos varones, Diego y Luis, luchaban por la República. Se exilió con 69 años. Cuando los nazis llegaron a Tolouse, con la ayuda de los masones franceses escapó con su familia a México, tenía 72 años. En México es donde escribió sus memorias que se han publicado en 2018. Por cierto, ahí escribe a sus hijos que si ellos se mueren sin descendencia, como así fue, dispusieran del dinero para dedicarlo a becar a estudiantes pobres de Cáceres y Valencia. Pide a sus hijos que si pueden lleven sus restos a su amada España, y les advierte: «Desde luego, os suplicio que no me enterréis hasta que estéis seguros de que estoy muerto».
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–No. Si donde hay culo hay miedo –dijo riendo Caridad.
–Bueno me voy que tengo cosas que hacer –dijo el difunto.
Se esfumó y su nieto Juan salió de la cocina del mesón, secándose las manos en un delantal que llevaba a la cintura.
–Tengo que deciros una cosa. No me parece justo que mi abuelo esté gastando el dinero de Sergio, comprando libros por internet. Yo creo que debemos de poner algo cada uno, 20 euros, y le regalamos así 100 euros para que compre libros. Le podemos hacer el regalo ahora que va a ser su cumpleaños...
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–Hombre, yo te lo agradezco amigo Juan – le dije emocionado–, porque la verdad es que tu abuelo me está sableando bien. No hay manera de ocultarle las claves de la tarjeta.
–Pero... ¡¿Qué dinero para un cumpleaños de Sanjosé, ni qué ocho cuartos?! –Empezó a protestar Guinea que peca de ser algo agarrado– ¿Desde cuándo los muertos cumplen años? ¡¿Desde cuándo?! ¡Anda ya!..
Entonces apareció Sanjosé a nuestro lado. Le dio una colleja al fotógrafo que casi nos lo desnuca, y dijo bien alto: «¡Pues este muerto sí cumple años! El 5 de junio. Así que ya puedes soltar la panoja si no quieres que me enfade».
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Guinea fue rápido. Con la misma mano que se frotó la nuca con gesto de dolor, sacó de un bolsillo del pantalón 20 euros para dármelos, mientras murmuraba: «Que convincente es este puñetero muerto».
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