La tragedia del fotógrafo navarro que fue feliz en Extremadura
Cuando llegó la Guerra Civil a José Alfaro, el cartero de Hoyos que hizo magníficas fotografías de Extremadura en 1913, le metieron en la cárcel, de donde se salvó de milagro de ser fusilado. Escapó a Francia mientras a su mujer Elisa, a la que conoció en Hoyos, le cortaron el pelo al 0.
Manuel Caridad está contento. Ya sabe de dónde es una foto que José Alfaro hizo en Extremadura alrededor de 1913. En la fotografía aparecen ... personas en una fuente, en una plaza en la que al fondo hay un callejón con arcos que va a dar a otra plaza. Varias personas apuntaron que era la Plaza del Sol de Malpartida de Cáceres, otra que la Plaza de la Libertad de Caminomorisco; pero el compañero piensa que quien ha acertado es Ismael Morales, que señala que la fotografía es de la Plaza del Rastro, en Mérida, que comunica con la Plaza de España. Se fijó en que uno de los dos burros que aparece en la foto misteriosa, es el mismo que sale en otra foto de Alfaro de la Calle Félix Valverde Lillo, en Mérida, y la Plaza del Rastro conserva aún una ventana y una puerta iguales a la de la foto de hace más de un siglo. Además, en un plano de Mérida de 1920, aparece la plaza con la fuente y el callejón.
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Caridad lo celebraba la otra noche tomando unas tapas ucranianas en La Tapería La Sonata.
–Oye... –le dijo al fotógrafo Salvador Guinea, que estaba dando buena cuenta de una ensaladilla con más sabor a dignidad que la de los invasores–. ¿Y qué fue de José Alfaro, el cartero de Hoyos, cuando se fue de Extremadura en 1913?
–Bueno, en Hoyos conoció a la que sería su mujer, a Elisa García, que durante unos años debió de vivir con su familia en Cáceres. Hay una fotografía muy bonita de él cortejando a Elisa en una ventana, que el nieto Atxu Ayerra señala que al parecer es Cáceres. También me ha enseñado otras fotografías de Hoyos; en una están sonrientes como en una bodega de la Sierra de Gata. Ellos estuvieron de novios diez años.
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–Yo me imagino, que él vendría a verla alguna vez a Cáceres –dijo Caridad– y que harían una excursión a Mérida en tren, y de ahí las fotos de Mérida.
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–Sí, pero antes de 1915, porque por ese año Elisa ya estaba con su familia en Pamplona –siguió contando Guinea–. Bueno los dos se casaron y vivieron en Navarra tan felices hasta que vino la Guerra Civil y los nacionales encarcelaron a nuestro José.
–¿Estaba metido en política?– pregunté.
–¡Qué va! No militó en ningún partido, ni tuvo cargo público. El matrimonio y sus cuatro hijos vivían en Tafalla, en Navarra, en donde él llevaba la estafeta de Correos. En 1930 participó en la fundación de un centro republicano, promovió la construcción de un instituto y una piscina pública, y el nacimiento de un club deportivo; pero tuvo un detalle en el que se fijaron sus enemigos.
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–¿Cuál?
–Pues que él fue quien proclamó la República desde el balcón del Ayuntamiento del pueblo. Franco y los suyos dieron el golpe de Estado, y el 29 de julio de 1936 fue detenido, y llevado a una cárcel llena de gente, de donde por las noches salían furgonetas con presos para darles muerte.
–Pobre cartero de Hoyos –se lamentó Caridad–. ¿Le pasó algo a nuestro amigo?
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–Tuvo suerte. Gracias a la intervención de un influyente conocido, el 7 de agosto un grupo de requetés fueron a por él, en teoría para trasladarle a la cárcel de Pamplona; pero una vez llegado a esta ciudad le dieron un pase para estar un día fuera de España como turista. Se fue a Francia y allí, en vez de un día estuvo 10 años exiliado.
–Lo mal que lo tuvo que pasar. –Afirmé, mientras veía preocupado la cara de tristeza de Caridad.
–Él luego escribió que le dolió más por su Elisa, que se quedaba teniendo que cuidar a su madre de más de 80 años y a sus cuatro hijos, de 13 años el mayor de ellos. Y más le dolió cuando se enteró de que los fascistas habían llevado a su mujer al Ayuntamiento, y en venganza por haberse él escapado le cortaron el pelo al O.
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–¡Cabrones! –exclamó Caridad dando un golpe en la mesa que hizo tambalear los botellines.
–¡Eh, eh! Tranquilo, que te conozco –intenté contener al compañero–. Y tú, Guinea, corta ya la historia.
–No, si ya está. José Alfaro se ganó la vida como pudo, hizo pirograbados, fue lector de Español en una escuela, y trabajó de obrero en una compañía hidroeléctrica. Vino la II Guerra Mundial, y cuando terminó, en 1946 José pasó la frontera y se entregó. No le pasó nada, y la familia volvió a vivir junta en Tafalla, en donde se reagruparon porque Elisa y sus hijos tuvieron que irse a vivir a Madrid. Él trabajo en una compañía eléctrica, se jubiló y murió en 1979 con 84 años. Elisa en 1992, con 96. Y ya está...
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–Tiene que haber más. Me ocultas algo. –Le dijo Caridad mirándole fijamente.
–Bueno... –respondió el fotógrafo titubeando–. Después de su muerte, su nieto Atxu Ayerra encontró en su taller cajas con negativos de cristal. Eran fotos de su exilio. Son tristes.
–¡Enséñamelas!
–No las tengo...
–No me mientas. ¡Saca tu portátil y enséñamelas!
Guinea me miró, se encogió de hombros, sacó la tablet de su mochila y le enseñó fotografías. Caridad se fijó en los autorretratos de Alfaro en Francia.
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–Madre mía, que cara de tristeza tiene José. ¡Qué diferencia a las fotos en las que se le veía feliz en Extremadura!
–Hay un libro con fotos y reflexiones de José...
–Sí, !Pero no lo tienes! –Le corté a Guinea cerrando la tablet y terminando la reunión, ante el temor de que se enfureciera el compañero y se perjudicara más su salud.
(Caridad no lo debe ver, pero si tú, amable lector, estás interesado, te lo mando si lo pides al correo slorenzo@hoy.es).
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