Miguel Moreno y Catherine Díaz son los impusores de Mudarte, un nuevo espacio cultural en Aldea Moret. JORGE REY

Un oasis de cultura en Aldea Moret

Centro autogestionado. La asociación Mudarte pone en marcha una nave de 730 metros cuadrados para la práctica de actividades artísticas y ensayo

Cristina Núñez

Cáceres

Jueves, 9 de septiembre 2021, 07:33

La puerta de la asociación Mudarte, pequeña y con una discreta pegatina como toda identificación no da pistas sobre lo que alberga su interior. En la calle Larga de Aldea Moret, una vía que cuesta ubicar si no se conoce bien el barrio y rodeado de naves industriales, se abre un espacio de 730 metros cuadrados, una verdadera sorpresa de color y desenfado con sitio de sobra para bailar, saltar, correr, tocar el tambor, hacer cabriolas o todo lo que suponga movimiento.

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La pareja formada Miguel Moreno y Catherine Díaz paladea un sueño gestado durante años, el de poner en marcha un centro cultural autogestionado para dar cabida a disciplinas artísticas variadas. La batucada les unió en Bogotá, de donde procede Catherine. «Todo empezó hace cinco años, nos conocimos en una audición del proyecto multidisciplinar Aainjala, que es bastante conocido en Colombia, después de trabajar con ellos nos dimos cuenta de que nuestro sueño sería tener nuestro sitio, nuestra escuela, nos vinimos y empezamos a movernos», cuenta Miguel, la mitad extremeña de esta pareja, nacido en Plasencia. Antes de llegar a Cáceres estuvieron tres años en Menorca pero la isla no les pareció el lugar más adecuado para echar a andar su proyecto. Pusieron varios factores en la balanza, como la cercanía de la familia de Miguel para ayudarles en el cuidado de sus hijos, y decidieron instalarse aquí. El hecho de que no hubiera en esta zona grupos de batucadas de samba-reggae o percusión afrobrasileña, su especialidad, también les animó a tomar la decisión.

Antes de encontrar el enorme espacio de Aldea Moret ofrecieron, ya como asociación legalmente constituida, clases en las casas de cultura, una forma de ir dándose a conocer a través del boca a boca. Pero el proyecto de centro cultural seguía vivo en su cabeza, una idea que se hizo fuerte cuando llegó la pandemia y tuvieron que dar sus clases on-line, un formato complicado para una disciplina como la batucada, en la que se necesita un material que no todo el mundo tiene en su casa. Perseveraron. «Hacíamos dibujos incluso de cómo nos lo imaginábamos», cuenta Catherine.

Tras el confinamiento, cuando las medidas lo permitieron continuaron sus clases en el recinto ferial. «Hubo mucha aceptación, formamos un grupo interesante, pero llegó en el momento en el que o buscábamos un sitio o se nos moría el proyecto, reunimos todo el dinero que teníamos y estuvimos cuatro meses buscando el local». No fue fácil dar con el lugar ideal. «Tenía que ser amplio, tener una buena ventilación por el tema de la covid, que estuviera separado de las viviendas, buscamos por todo Cáceres: Capellanías, Mejostilla, Charca Musia y locales más céntricos, y apareció este local», explica esta pareja. «Nos gusta que esté en Aldea Moret, un barrio que necesita estas propuestas». La nave había sido utilizada por la Junta para escuelas-taller.

Clases de percusión y otras disciplinas forman parte de este nuevo recinto. JORGE REY

El próximo mes de octubre se cumple un año desde que lograron abrirlo. «El local estaba completamente vacío, hicimos jornadas de limpieza, compramos el suelo para que se pudiera enseñar danza y teatro, los espejos para la parte corporal, las luces». Las mejoras son permanentes, y una exposición de fotos muestra todo el proceso. Llama la atención la cantidad de sofás 'vintage' que pueblan el espacio y que sirven de asiento a los espectadores que acudan a las actividades que se programan. Dan sensación de hogar, de sitio acogedor.

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Investigación

Son ya 30 personas las que son socias de Mudarte, lo que permite que se puedan ofrecer una gran variedad de cursos. «El objetivo central es la investigación práctica y teórica de las artes 'afrodescendientes', ya sea teatro, percusión, danza artes plásticas». Ponen el foco en las tendencias culturales impulsadas por los esclavos africanos en las migraciones hacia América Latina, pero además danza afrolatina, percusión afrobrasileña o afrocubana también incluyen disciplinas como flamenco o sevillanas. Hay contenidos para niños y para adultos.

«Queremos que todas aquellas personas que no tengan espacio y que lo necesiten puedan utilizarlo, queremos crear una red, el aspecto asociativo es fundamental, se está formando un equipo muy bonito», subraya Catherine. Para este curso hay siete propuestas. Con las cuotas que cada usuario paga se va financiando el proyecto. «No tenemos ayudas ni subvenciones».

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Además del espacio para clases, jam-sessions o charlas-taller (el viernes tienen una sobre rock, punk y metal) cuentan con un estudio de 150 metros que ofrecen a todos los grupos que necesiten ensayar.

El pasado curso, el primero en este local, fue complicado por las cambiantes reglas del juego al que nos somete la pandemia. «Había gente con miedo pero mucha ha entrado y al ver que el espacio es grande y se cumplen las medidas, han seguido». Desdobles de grupos para cumplir con los aforos o incluso las opciones on-line han marcado sus inicios, y son conscientes de que tendrán que seguir así mientras dure la pandemia. Pero su objetivo es continuar adelante, brindar espacio al que no dispone de él y llenar de ritmo este espacio insólito que demuestra que hasta en tiempos difíciles la vida y los sueños logran abrirse paso.

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