Reseña de 'Macbeth' (Festival de Teatro Clásico de Cáceres, 2025)

Un Shakespeare con tintes del NO-DO flanqueado por la historia de Cáceres

Luis Javier Conejero Magro

Departamento de Filología Inglesa de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura

Domingo, 22 de junio 2025, 13:12

No fue en la bruma de un páramo escocés ni bajo el tapiz de un bosque encantado, sino en la pétrea solemnidad de la Plaza ... de Santa María de Cáceres, donde el eco de las profecías y el estrépito de la ambición cobraron vida. La noche del 21 de junio de 2025, dentro de la 36ª edición del Festival de Teatro Clásico de Cáceres, la compañía de Teatro Clásico de Sevilla presentó su versión de 'Macbeth', tragedia de William Shakespeare, con una puesta en escena que conjugó el rigor textual con un simbolismo contemporáneo. Bajo la dirección de Alfonso Zurro, la tragedia del usurpador escocés se despliega en clave de universalidad, apuntalada por una cuidada dramaturgia y una estética muy eficaz.

Publicidad

En efecto, pocas tragedias resultan más pertinentes para el presente que 'Macbeth'. Hoy, domingo 22 de junio de 2025, nos despertamos con la noticia de un ataque militar de Estados Unidos a algunas centrales nucleares en Irán, y la pieza de Shakespeare, escrita hacia 1606, resuena con la misma intensidad que pudo haber tenido en su estreno documentado más antiguo: el 20 de abril de 1611 en el Teatro del Globo. Aunque generalmente se está de acuerdo en que 'Macbeth' fue concebida como una alabanza a Jacobo I –el nuevo monarca, obsesionado con la brujería y el linaje real– Shakespeare, siempre inclinado a la ambigüedad, presenta una visión inquietante del poder y la ambición. En su drama más compacto –y muy bien adaptado en esta versión– la guerra no es sino el telón de fondo de una corrupción moral creciente, de una masculinidad herida que se expresa a través de la sangre, y de una autoridad que se erosiona desde dentro. A la luz de los recientes acontecimientos internacionales, 'Macbeth' habla menos de la legitimidad del poder que de su inherente fragilidad y de los abismos a los que puede llevar el deseo de dominar y de perpetuarse en el trono.

Así, y a pesar de lo actuales que pueden llegar a ser, apostar por los clásicos no es fácil. Aunque la compañía de Teatro Clásico de Sevilla acumula una sólida trayectoria en la puesta en escena de textos consagrados –desde 'El Buscón' de Quevedo (2013–2015), pasando por 'Luces de Bohemia' (2017–2018), hasta 'Hamlet' (2016–2018)–, las obras que han pasado al acervo colectivo, los textos consuetudinarios, suelen despertar mayor escepticismo. Sin embargo, este nuevo 'Macbeth'no sólo disipa cualquier recelo, sino que reafirma la vigencia de las grandes tragedias en nuestro presente. Porque Shakespeare, como Cervantes –gran olvidado de nuestros festivales, pese a su hondura dramatúrgica–, no pertenece sólo a su tiempo, sino que sigue hablándonos también para el nuestro. En Cáceres, el público asistió atónito a una representación ritualizada en la que las predicciones de las hermanas funestas, las famosas brujas de 'Macbeth', se convirtieron en realidad. Varios de los espectadores no dudaron en afirmar que era una de las mejores funciones que habían visto en mucho tiempo. ¿Por qué?

En primer lugar, el éxito de la puesta en escena fue gracias al espacio. El entorno no fue un mero decorado, sino un agente activo, un elemento muy vivo que dialoga con el texto. La Plaza de Santa María, con su imponente marco arquitectónico, convirtió la representación en una experiencia inmersiva. El cielo abierto convirtió en reflejo literal de los discursos de Macbeth y Lady Macbeth sobre las fuerzas celestiales y las sombras. Cuando las campanas tañeron –en el momento en que la pareja protagonista decide asesinar al rey Duncan–, el sonido de la Concatedral irrumpió en la ficción. Al fondo del escenario se alzaba el Palacio de Hernando de Ovando, con su inscripción «Aeterna iustorum memoriae»: «La memoria de los justos es eterna». Irónica o trágicamente adecuada, la frase parecía devolver la mirada a los Macbeth, atrapados en una espiral de crimen y sospecha. A un lado, la entrada lateral de la concatedral; al otro, la sobriedad del Palacio Episcopal, donde se alojó Felipe II tras ser coronado rey de Portugal. Como puede verse, el espacio fue tanto escenografía como personaje, testigo de la ambición desmedida, del derrumbe moral y de la insondable oscuridad del alma humana.

Publicidad

En segundo lugar, la tragedia nos llegó al corazón por la historia, la trama, la calidez y la cercanía de los temas de la obra de Shakespeare que los actores Sevilla dotan de aliento y de vida. El texto de 'Macbeth' desplegó así ante nosotros la caída de un hombre arrastrado por el deseo de poder y por una fantasía sin control. Las brujas –la más importante de la tríada mística es la representada por Silvia Beaterio, que también encarna a Lady Macduff, entre otros– anuncian a Macbeth un porvenir glorioso: será rey. Pero este presagio se convierte en condena. Desde ese instante, el protagonista –Iñigo Núñez, en una interpretación progresivamente desgarradora– se deja arrastrar por visiones y miedos que lo empujan a asesinar a Duncan (Chema del Barco), a traicionar a su amigo Banquo (José María del Castillo), a enfrentarse a Macduff (Santi Rivera) y a su destino. La figura de Lady Macbeth –extraordinaria e inigualable Celia Vioque– emerge como un remolino de ambición y determinación, desafiando los roles tradicionales con frases que sorprenden hoy: «¿Acaso no eres un hombre? Pues actúa como tal». En un mundo donde la masculinidad de su marido se muestra frágil y titubeante, es ella quien sostiene la acción, quien impulsa el crimen y, paradójicamente, quien sucumbe primero ante la culpa. El resto del elenco —Gonzalo Validiez como Malcolm, Luis Alberto Domínguez como Ross— contribuye a tejer con precisión una atmósfera de sospecha, oscuridad y violencia. Porque 'Macbeth', más que una historia sobre reyes y traiciones, es una meditación sobre la culpa y la pérdida de la identidad. Y lo es con preguntas que siguen abiertas: ¿cuál es el precio del poder? o ¿es posible detener la rueda del destino? Son estas preguntas las que la compañía sevillana nos lanzó en Cáceres –ya desde el comienzo de la obra, cuyas primeras palabras las pronunció Luis Alberto Domínguez, en el personaje de Ross, interpretado por uno de los grandes actores del panorama dramatúrgico español– y dejadas sin respuesta, en puntos suspensivos dentro del silencio, la locura y la muerte de una Lady Macbeth que Celia Vioque eleva a la altura de actrices, que han encarnado –o descarnado y traído a los infiernos– este papel, como Marion Cotillard, Francesca Annis, Adriana Ozores o Carmen Machi –una de mis favoritas Lady Macbeth de todos los tiempos.

Y en tercer lugar, nos sorprendió su escenografía y soporte visual por lo atrevido y contemporáneo que resultó. Lejos de ofrecer una ambientación historicista o convencional, la propuesta de Alfonso Zurro apostó por una reinterpretación moderna y provocadora, en la que las dos pantallas laterales desempeñaban un papel crucial. Al más puro estilo del NO-DO –el noticiario propagandístico del franquismo entre 1943 y 1981–, estos monitores hacían las veces de Coro, narrando entre escenas los acontecimientos clave con la estética y el tono de los viejos partes informativos. Las noticias emitidas –quién había sido asesinado, qué bando llevaba ventaja, o la supuesta felicidad del matrimonio real retirado a su casa de verano para irse de pesca– evocaban sin ambages la iconografía del franquismo, con ecos a la figura de Franco y su gusto por la pesca. A ello se sumaba la fuerza visual de las puertas giratorias del fondo del escenario: ocho paneles rectangulares que, al rotar, revelaban ora superficies doradas, ora plateadas, representando con sencillez y eficacia los bosques encantados (Birnam) o los horizontes abstractos de una Escocia mítica, trasladada, gracias a esta escenografía, a cualquier tiempo y lugar. El diseño, firmado por Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán, potenciado por la iluminación expresiva de Florencio Ortiz (AAI) y la precisión coreográfica de la lucha escénica dirigida por Juan Motilla, componía una atmósfera visual perfecta. El resultado: una tragedia que se escucha y se disfruta, pero también pregunta y reflexiona.

Publicidad

En resumen, lo que anoche vivimos en Cáceres fue un espejo oscuro y brillante de nuestra propia condición. Las pulsiones que mueven a Macbeth –la ambición, la culpa, el ansia de control frente a lo incierto– no pertenecen únicamente a un guerrero escocés del siglo XI ni a un dramaturgo inglés del XVII: son nuestras, y nos interpelan tanto hoy como entonces. Porque 'Macbeth' no necesita ser actualizada, ya lo está. En tiempos de Shakespeare, el mundo temía la invasión de la Armada Invencible y presagiaba los conflictos internos que desembocarían en la Guerra Civil inglesa. Hoy, esas mismas tensiones, entre la violencia de Estado, la amenaza global y la fragilidad del individuo, resuenan dolorosamente con los enfrentamientos entre Rusia y Ucrania, entre Israel e Irán, y ahora, tras las noticias de esta misma mañana, con la entrada de Estados Unidos en escena. Las profecías que recibe Macbeth, su fe ciega en los augurios, su deseo de controlar el destino, nos recuerdan que las supersticiones y las narrativas absolutas no han dejado de dominar nuestras decisiones colectivas. Pero quizá lo más perturbador –y lo más revelador– es que seguimos viviendo y muriendo por fantasmas. La obra, en esta brillante versión de Zurro, nos lanza una advertencia disfrazada de espectáculo: sin esperanza ni paz, el ser humano está condenado a repetir el mismo ciclo de destrucción. Porque lo que está hecho, hecho está. Pero el teatro –como anoche lo demostró este 'Macbeth' en la Plaza de Santa María– nos ofrece al menos la posibilidad de mirar, de sentir y, tal vez, de elegir de nuevo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Primer mes sólo 1€

Publicidad