«Llevamos años sin ver a nuestros padres y tenemos hermanos que no conocemos»
Tres jóvenes que dejaron Marruecos siendo menores relatan hoy su experiencia en una jornada sobre migración de adolescentes y niños
Cuando se le pregunta a Mohamed Hajjaj cuál es su sueño y si siente que lo ha cumplido en España responde sin dudar: «seré feliz ... cuando tenga trabajo». A su lado Jamal Benfatih y Jad Atwane asienten. Los tres, procedentes de Marruecos, están unidos por la experiencia vital de haber emigrado solos y siendo menores, porque todos ellos cruzaron la frontera de adolescentes, con edades comprendidas entre los 14 y los 16 años. Ahora tienen entre 18 y 19.
Publicidad
Jad vive en un piso semiautónomo de la Junta en Cáceres y Mohamed en Plasencia después de haber pasado por el centro de menores Tecum, de Casar de Cáceres, que cerró en mayo del año pasado, y de residir en instituciones de Ceuta o Melilla. Pueden permanecer en este espacio hasta los 21 años y siempre que estén estudiando o trabajando. Jamal ya vive solo en un piso alquilado.
Este viernes desgranan su realidad en las jornadas 'Infancias atrapadas', organizadas por la organización social Cerujovi (que gestiona estos pisos) y en la que participan representantes de todas las instituciones (estatales, autonómicas y locales) que tienen que ver con el sistema de protección de Extremadura de niñas, niños y adolescentes migrantes no acompañados. La cita arranca a las 9,30 de la mañana en el Ateneo. Pretenden, tal y como indica Katarzyna Reyes, coordinadora de Cerujovi en Cáceres, hacer pedagogía y poner sobre la mesa todas las dificultades de este proceso. «Queremos acercar la realidad más allá de estereotipos, es muy duro pasar la frontera con 13 o 14 años, no es un capricho, hay dolor, las familias se endeudan».
Vidas paralelas
Mohamed, Jamal y Jad han lidiado en su periplo con la burocracia, con el racismo y con el desarraigo. Lo que más sufren es estar lejos de sus familias. «Llevamos años sin ver a nuestros padres, tenemos hermanos o primos que no conocemos», relatan entre todos. «Se pasa fatal cuando te llama tu madre llorando o cuando muere algún familiar, no pude despedirme de mi abuela», ilustra Mohamed, que reconoce que la vivencia de la migración les ha hecho más maduros, porque de alguna forma se han saltado 'pantallas'. Él procede de Castillejos, una ciudad fronteriza con Ceuta en donde en el mes de mayo se produjeron graves incidentes tras una avalancha de inmigrantes que lograron cruzar la frontera ante la pasividad de la policía marroquí.
Publicidad
Él salió de su país en el año 2019. «Como estamos en el norte de Marruecos podíamos entrar a Ceuta solo con el pasaporte (sin visado, siempre que no pernocten), las personas de otras zonas tienen que saltar la valla, cruzar el mar, meterse entre coches...», describe este joven, que estudia un clico formativo de hostelería en Plasencia. «En Ceuta hay un centro de menores pequeño, donde caben como 300 o 400 niños, todos están buscando el mismo objetivo que tú», explica Mohamed, que dio el paso con 15 años, una edad avanzada, dice, para lo que suele ser habitual. «Hay personas que lo hace con cinco años, he visto hasta bebés».
¿Cuándo se empieza a barruntar la idea de salir de su país? «Desde los 12 años me quería venir a España, en mi barrio había una mujer que me podía meter sin pasaporte, se lo dije a mi madre pero no me dejaba, cada año lo intentaba y a los 14 me hice el pasaporte». Tras varios intentos pudo pasar la frontera. «Fui a la policía y me subieron al centro esa misma noche». Con la idea fija de poder vivir en la Península pasó más de dos años en el centro de menores de Ceuta. «Me porté súper bien, estudié y tuve la oportunidad de venirme al Casar». Aunque ya tiene permiso de residencia, como sus otros dos compañeros, cuenta que no lo tiene fácil para mantener su plaza en el piso si se va. No se arrepiente de haber dado el paso, y se siente afortunado. «Todo el mundo quiere venir, aquí hay más futuro, yo tengo seis hermanos, mi hermano fue a la Universidad pero está trabajando como limpiador en la calle».
Publicidad
Jamal tuvo que hacerse con un pasaporte falso para poder cruzar la frontera por Ceuta y hacerse un hueco en un centro de menores. Él es de una ciudad del interior de Marruecos, por lo que necesitaba visado. «Hay dos posibilidades, o pasar por el mar o escaparte corriendo en la frontera». Con 16 años llegó hasta Nador, la ciudad fronteriza con Melilla, en donde estuvo una semana vagando. «Mis padres se enteraron y vinieron a por mí, pero yo me escapé otra vez», relata. Tras el pago de 200 euros logró cruzar la frontera con un hombre que le hizo pasar como si fuera hijo suyo. A la segunda logró que la Policía le llevara al centro de menores, en donde estuvo cerca de dos años, tras los que llegó a Casar de Cáceres y luego a la capital. Ahora trabaja como limpiador en la residencia de Valdefuentes. «Estoy muy a gusto». Sobre el pasado y el trauma vivido dice haberlo prácticamente olvidado. «Me concentro más en el trabajo y en el futuro, lo veo como una experiencia más».
«Infierno»
«Un infierno». Así define Jad, natural de la ciudad de Nador, su paso por el centro de menores de Melilla, donde estuvo tres años. «Había 800 personas, duermes en un colchón si encuentras plaza, estuve dos años durmiendo con mi hermano, hay que pelearse por la ducha», recuerda. Se convive con la violencia. Pero a pesar de todo el balance no es negativo. «La cosa fue mejorando, pude hacer cursos y cuando llegó una oportunidad pude salir». Actualmente está haciendo un ciclo formativo de Industria Alimentaria en el instituto Vía de la Plata de Casar.
Publicidad
Además de estos tres jóvenes contará su historia Malak, una joven que aún es menor de edad y que pasó por el centro de menores de Ceuta. Ella explicará el fenómeno migratorio de menores desde el punto de vista femenino, una realidad que todavía es minoritaria y tiene sus particularidades.
Primer mes sólo 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión