¿Qué ha pasado este viernes, 5 de diciembre, en Extremadura?
Javier Rodríguez posa en la puerta del local situado en la calle Pintores de Cáceres que abrió hace un año. Se acaba de mudar a un espacio más grade enclavado en la misma vía. SOL FRANCO

El cacereño que ha revolucionado la repostería desde la calle Pintores

Emprendedor. Tras pasar dos décadas fuera y residir en cuatro países distintos, Javier Rodríguez regresó hace un año a casa para montar, con éxito, su propio negocio

Domingo, 10 de agosto 2025, 09:07

Esta es la historia de Botanicc, la pastelería con aires parisinos que abrió sus puertas hace un año en la calle Pintores de Cáceres ... y, sobre todo, la historia del cacereño que hay detrás de ella. Javier Rodríguez Salgado (Cáceres, 1987) regresó a su ciudad natal tras pasar dos décadas fuera y residir en cuatro países distintos. Apostó por la calle comercial más castiza de la capital. Ahora, tras revolucionar la repostería local con sus sofisticadas propuestas, da el salto. Se queda en Pintores, pero acaba de trasladar el negocio a un local mucho más grande (el que ocupó durante mucho tiempo la tienda de ropa Mango), donde a comienzos de septiembre abrirá además una cafetería.

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Sus padres, cuenta, residían en Hernán Cortés y su infancia transcurrió entre la Madrila, Cánovas y Los Castellanos, donde vivían la mayoría de sus amigos. «Aunque desde los 13 a los 17 años pasé más tiempo por las laderas de la Montaña y Sierra de Fuentes entrenando sobre la bici», precisa. Estudió en el colegio Diocesano y más tarde pasó por los institutos Hernández Pacheco y Norba Caesarina.

«No vengo de una familia vinculada al oficio», señala sobre su dedicación a la repostería. «Ha sido un cúmulo de circunstancias lo que me ha llevado hasta aquí», admite. A los 17 años hizo las maletas y se fue a Salamanca a cursar los estudios de ITA (Ingeniería Técnica Agrícola).

«Una vez allí, comencé a compaginar los estudios, los entrenos y el trabajo en la hostelería. Primero fue en el ocio nocturno. Mientras tanto, trabajé en eventos y bodas, restaurantes... Era todo como un juego en el que disfrutaba y, al mismo tiempo, me permitía ganarme la vida de estudiante. Tengo un gran recuerdo de esta etapa y de la gente que conocí», evoca.

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«Esas experiencias fueron despertando la curiosidad por otro tipo de hostelería, más cuidada, más elaborada, más delicada... Con 21 años hay un punto de inflexión en el que veo que los estudios que he cursado no están alineados con lo que verdaderamente me mueve y decido hacer la maleta y marcharme a conocer mundo», señala.

Comenzó así su periplo por el mundo con un hilo conductor: su contacto con la hostelería y sus ganas de aprender y de perfeccionar sus conocimientos. «Canadá fue el primer destino, concretamente Vancouver. Fue una llamada, quizás algo drástica (pero irrepetible), a avivar los sentidos. Ese lugar en el que convergen la cultura norteamericana y asiática. Es mágico. Comencé a trabajar en pequeños locales, bares, restaurantes... Y ahí me di cuenta de que, tras varios años en el sector, aún no sabía nada», cuenta. «Comienzo a empaparme de todo lo que hago y veo hacer. Paseo cerca de esos hoteles de ensueño, veo la elegancia de sus cafeterías... La semilla estaba plantada», resume.

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«Tras un tiempo, decidí volver. Quería seguir aprendiendo, pero no tenía dinero para el billete de vuelta. Y por orgullo, por no pedirlo prestado, comencé a compaginarlo con trabajos en la construcción. Siendo extranjero, ya sin visa de trabajo… fue una etapa dura, pero que recuerdo con el cariño que merece saber, a día de hoy, que es ahí donde se va forjando uno mismo», comparte a modo de anécdota.

A Vancouver le siguió un breve periodo en Nueva York, una escala en Salamanca y un nuevo destino: Mallorca. «Aquí sigo aprendiendo: coctelería, cocina, cocina dulce, la sala… El paso por el trabajo en yates abrió aún más la perspectiva de la profesión. Durante ese invierno (temporada baja en la isla), fui a trabajar a Copenhage».

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Javier, junto a un miembro de su equipo, en la nueva ubicación de su firma. Está en el local que durante años ocupó Mango. SOL FRANCO

Su paso por Dinamarca le abrió más los ojos. Y él tomó nota. «Su renombre mundial en el sector hace justicia a cómo allí se vive la industria. Volví a desaprender, para poder dar un paso al frente. Fueron meses compaginando tres trabajos, grandes firmas: hoteles, restaurantes y coctelerías. Ese viaje marcó otro punto de inflexión: la excelencia».

«Le siguió –prosigue– otra temporada en Mallorca donde comienzo a organizar algunos servicios de catering, eventos y formaciones». Y después, un nuevo cambio de rumbo Esta vez el destino fue Bélgica. «Motivos personales me llevan hasta allí, donde viví durante doce años. Descubro el chocolate, la pastelería, las grandes firmas de bombonería... La cercanía con París me permite ver lo mejor del sector y establecer un baremo de calidad que marcará los siguientes pasos. Toca remangarse, hay mucho por aprender», relata.

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Fue una etapa determinante en su carrera profesional y en su vida. En Bélgica nacieron sus dos hijas y se forjó su primera aventura empresarial. Fue con un catering. «Comencé con pequeños eventos y cenas privadas. Después fui escalando hasta ser proveedor de una cadena hotelera, un equipo de fútbol de primera división, y de clientes más exclusivos. Aquí es donde realmente empiezo a disfrutar más de la pastelería, con las mesas dulces y los bufets. En algún momento supe que querría tener un espacio dedicado al mundo dulce. Fueron años de mucho crecimiento, personal y profesional», señala a modo de balance.

La hora de volver

Y después llegó el momento de regresar a su ciudad, con una parada previa en la escuela de pastelería Hofmann de Barcelona. «Motivos personales de otra índole me llevan a tomar la decisión de volver a Cáceres, un período duro en lo personal», admite.

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20 años después de dejar su casa para marcharse a estudiar a Salamanca, Javier regresó a las calles de su infancia. «Cuesta volver al ritmo de la ciudad, a sus costumbres. Toca replantearse todo, adaptar las ideas al entorno, pero sin perder la esencia de lo aprendido. Así nace Botanicc, una marca en la que queremos plasmar una mezcla de vivencias, viajes y aprendizajes, con la calidad y el buen hacer como bandera», explica.

Acaba de dar el salto a un local más grande, que funcionará a partir de septiembre como cafetería con carta dulce y salada y coctelería de autor

«Con un poco más de incentivo, más comercio y, lo más importante, concienciación del valor local, Pintores será una calle llena de vida»

Más allá del local físico de venta al público, durante este año la firma se ha hecho un hueco en las cartas de restaurantes y es un 'must' en los eventos. «Hemos tenido una aceptación de la que estamos muy agradecidos y orgullosos, aunque reconozco que al principio (aún a día de hoy) hay personas que entran y nos preguntan: '¿Esto qué es?'», bromea. No se olvida de valorar al equipo del que está rodeado. El éxito también es suyo.

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Ahora está ante un nuevo doble reto. Acaba de traspasar los límites regionales con su producto y, además, estrena local en Pintores. Para esta nueva etapa ha fichado al pastelero Andrés Casal. «Será un modelo de cafetería elegante, un lugar social, cultural y gastronómico». A la propuesta dulce se sumará una carta salada y una coctelería de autor.

Pintores, vía comercial durante décadas, esté en plena transformación. Tras años en decadencia con la marcha de grandes firmas textiles, vira ahora hacia el turismo. A pocos metros del nuevo local de Botanicc anuncia su apertura la franquicia Santa Gloria. «Con un poco más de incentivo, más comercio y lo más importante, concienciación del valor local, puede ser, y será una calle llena de vida», zanja ilusionado.

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