El bar Venero de San Roque dice adiós a una vida de desayunos en Badajoz
Después de 80 años sirviendo tostadas a los pacenses, el hijo de su fundador ha colgado el cartel de 'se vende'
Un documento del siglo pasado con la firma del gobernador civil que autorizaba la apertura del Café Bar Venero a las 04.30 de la ... madrugada deja adivinar la antigüedad del negocio de Jacinto Andrés Venero, que desde hace más 50 años se levanta cada día a la hora que su padre acordó con el gobernador civil para preparar los primeros cafés que cada mañana sirve en la calle Santo Cristo de la Paz, en el barrio pacense de San Roque.
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«Mi padre me metió a trabajar con él en el bar cuando tenía 12 años, y aquí sigo desde entonces. En Venero fuimos pioneros en hacer desayunos en Badajoz», subraya orgulloso Jacinto Andrés, que a sus 63 años dice estar ya cansado de pasar toda su vida tras la barra del bar que heredó de su padre.
Un local que abrió en la ciudad por primera vez hace algo más de 80 años, y que ha servido para sacar a tres generaciones Venero adelante. «Entonces no era como ahora, porque en la época de mis padres fue todo muy duro, se pasaban muchas fatigas. Además siempre hemos sido de los primeros en abrir», cuenta el propietario del local, que a diferencia de su padre solo abre para los desayunos y cierra a las 12 del mediodía, además de descansar los domingos.
Un horario que era impensable en la década de los 60 del siglo pasado, cuando su padre y su tío estaban al frente del bar, porque no cerraba nunca. «Aquí se abría para el desayuno, la comida y la noche. No se descansaba en ningún momento porque antes la vida tampoco se veía como ahora», cuenta Venero, que añade que nunca supo dejar de trabajar en el bar que su padre puso en pie con su esfuerzo y el de su familia.
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Pero ahora espera salir en un par de años, cuando se jubile, para lo que ya ha colgado el cartel de 'se vende'. «Si puedo me jubilo cuando me salga un comprador. Sé que es un momento complicado, por eso tampoco descarto la opción del traspaso», apunta contento porque sus hijos no han seguido sus pasos.
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La antigüedad del local no se palpa en el interior, debido a que este fue construido de nuevo hace varias décadas, cuando con las obras de los pisos que sostiene tuvieron que tirar el antiguo local para levantarlo nuevo. «Este fue el primer Venero que hubo en Badajoz, lo tenían mi padre y su hermano. Más tarde surgió el Venero II (el de la autopista), que abrió mi tío, y mi padre se quedó con este», explica Jacinto. Recuerda asimismo que hubo un tiempo en el que ambos bares compartieron la misma decoración y carta.
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Fue hace 27 años, cuando se jubiló su padre, cuando Jacinto se quedó solo al frente del bar. «Al principio no cambié nada. Abría al mediodía y por las tardes, porque era lo que había aprendido desde pequeño».
Pero la ansiedad que le causaba trabajar por la noche le obligó a cerrar la madrugada del sábado al domingo, cuando más clientes llegaban hasta las puertas de su bar. Un acontecimiento que Jacinto compara con el primer día de rebajas.
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«Cuando abría a las cuatro y media de la madrugada del sábado era una locura, todos venían con prisas y algunos con malas formas por el estado en el que llegaban. Hubo un momento que necesité tomar tilas para poder hacer frente a esas jornadas», recuerda aliviado.
Descanso y ayuda
Un letrero donde se lee que 'los domingos se cierra por descanso del personal' cuelga bajo la pizarra, que anuncia la variedad de tostadas que hicieron famoso a este histórico bar. Fue esta decisión, la de cerrar los domingos, lo que le alejó de las madrugadas del sábado, y le llevó a abrir el bar sólo para servir desayunos. «Servir solo cafés, tostadas y migas, que son nuestro plato estrella, nos da para vivir. Pero esto lo podemos hacer porque la hostelería ha cambiado mucho en los últimos 40 años», matiza.
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Las migas que cocina su mujer, María Dolores Cordero, han dejado atrás a las tostadas y a día de hoy son lo más solicitado por los clientes.
Precisamente ella se ha convertido en un pilar fundamental para el bar, tanto que si María Dolores tiene que ausentarse un día del trabajo, Jacinto prefiere no abrir. «Sin ella no funciona porque somos un equipo. Ella está en la cocina y yo con la ayuda de mi sobrino atiendo las mesas», dice convencido de que la constancia ha sido lo más importante para poder sacar todo el trabajo adelante.
Cada mañana Jacinto enciente el televisor que cuelga de una de las paredes, para escuchar uno de los programas matinales que junto con los periódicos que se acumulan en la barra han informado a los clientes de unos cambios sociales que Venero ha vivido en primera persona. Así, recuerda cuando tuvo que sacar de la máquina de cambio del bar las pesetas para comenzar a funcionar con el euro, y todo lo que supuso durante los primeros meses. También lo fue de la crisis de 2008 o de la pandemia, que le obligó a cerrar el bar. Una etapa, que, aunque para muchos fue dura, él la recuerda feliz, porque le dejó el tiempo que necesitaba para descansar y disfrutar de la naturaleza en una parcela que tiene en Alburquerque, donde espera poder pasar sus años como jubilado.
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Mientras llega ese momento su reloj sigue sonando cada día a las cuatro de la mañana, la hora que su padre acordó con el gobernador civil y que ha marcado el ritmo de una vida que quiere dejar atrás con la venta del local.
Lo vende porque después de tantos años de trabajo apenas le queda rastro de apego, ahora solo piensa en disfrutar de su nueva vida, lejos de los ruidos que emite la máquina del café y cerca del campo, donde espera poder irse a vivir para encontrar paz que no le dan los desayunos que a diario sirve a toda prisa
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