Normalmente hablamos del cambio climático en futuro, como si aún quedara margen, como si fuera un fenómeno que solo afectará a quienes vengan después. Pero, ... en este caso, el futuro era ayer, porque el cambio climático ya está aquí y el campo extremeño lo sabe mejor que nadie.
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Cada vez llueve menos y peor; las precipitaciones son más escasas, más violentas y más imprevisibles. Los veranos se alargan, los inviernos se acortan y las cosechas viven entre el temor y la incertidumbre. El clima que conocíamos ha dejado de existir y, con él, la estabilidad sobre la que se construyó durante décadas la agricultura y la ganadería de nuestra región.
Ante esta nueva realidad, el campo no puede quedarse quieto. Y no lo ha hecho. Las cooperativas agroalimentarias de Extremadura se han convertido en un ejemplo real de adaptación y compromiso, demostrando que el cooperativismo no es solo una forma de producir, sino una forma de adaptarse al cambio.
El cambio climático no solo amenaza la rentabilidad, también el equilibrio del sector
Las prácticas sostenibles de cultivo, la gestión eficiente del agua, la apuesta por la energía renovable y la diversificación de producciones son ya parte de la estrategia cotidiana de muchas cooperativas. A ello se suma el hecho de que las industrias agroalimentarias cooperativas son las más sostenibles, con fuertes inversiones en sistemas reducir sus emisiones de CO2 y compensando esas emisiones con la aportación medioambiental del cultivo del que se abastecen.
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Pero lo más valioso no es solo lo que hacen las cooperativas, sino cómo lo hacen: de manera colectiva, planificada y con visión de futuro. El cooperativismo es, por naturaleza, una herramienta de resiliencia. Cuando el clima castiga, cuando el mercado aprieta o cuando los costes suben, la unión multiplica la capacidad de respuesta. Frente al individualismo que a menudo condena al pequeño productor, las cooperativas generan estructura, conocimiento compartido y apoyo mutuo. En tiempos de crisis climática, esa red es más necesaria que nunca.
El cambio climático no solo amenaza la rentabilidad del campo, sino también su equilibrio social y territorial. Cada sequía prolongada, cada helada tardía o cada ola de calor no solo arrasa cosechas: pone en riesgo la continuidad de pueblos enteros, la estabilidad del empleo rural y el relevo generacional. Por eso, cuando una cooperativa invierte en regadío sostenible, en tecnología de precisión o en cultivos adaptados está defendiendo mucho más que una cuenta de resultados: está defendiendo territorio.
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Y en esa defensa, el consumidor también cuenta. Cada vez que alguien elige productos de una cooperativa está apostando por un modelo que reduce el impacto ambiental, que reinvierte en su entorno y que garantiza un sistema agroalimentario más justo y equilibrado. Es una decisión cotidiana con un efecto global.
Comprar alimentos de cooperativas es votar por el clima, aunque sea con el carro de la compra.
Es imprescindible asumir que ya no hay tiempo que perder. Los efectos del cambio climático no se detendrán con discursos, sino con acciones concretas: inversiones sostenibles, consumo responsable y una apuesta firme por el campo que alimenta y protege nuestro territorio.
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El futuro era ayer, pero aún estamos a tiempo de escribir un presente más sensato. Extremadura tiene en sus cooperativas un modelo sólido para hacerlo posible: un modelo que combina innovación con arraigo, sostenibilidad con empleo, eficiencia con compromiso social.
Porque si el clima cambia, el cooperativismo también sabe cambiar. Y ahí reside su verdadera fuerza.
El desafío es inmenso, pero no inabordable. Cada acción suma, cada gota cuenta, cada decisión marca la diferencia. El cambio climático está aquí, sí, pero también lo están los hombres y mujeres que trabajan la tierra con la convicción de que aún podemos darle la vuelta al guion.
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Porque el futuro era ayer, pero el presente —si lo cuidamos juntos— todavía puede ser fértil.
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