Con Encarna y sus hijos Cándido y Joaquín hace más de 15 años. Abajo, en la boda de los Príncipes de Asturias y en un partido benéfico.
Perfil | cándido méndez

Cándido se arremanga

El líder de la UGT «está jodido», pero dispuesto a poner las cuentas encima de la mesa. Metódico es: camina a diario 10 kilómetros y no duerme sin devorar un libro. Ama la arqueología, escucha a Lady Gaga...

ZURIÑE ORTIZ DE LATIERRO

Domingo, 8 de diciembre 2013, 19:20

En una residencia de mayores de Barcarrota (Badajoz), Manuel Gómez Méndez, 79 años plenos de recuerdos, espera la visita del primo Cándido.

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- No he querido llamarle por teléfono. ¿Para qué? Le veo en la tele, sé que está sufriendo. Ya vendrá, siempre lo hace. En esta familia hemos pasado mucho.

Con la voz ronca, hecha de ladridos, recuerda a la abuela Encarnación. Poco después de la Guerra Civil, cuando se llevaron de casa al cuarto de sus cinco hijos, condenado a muerte por republicano, se arrojó al estanque.

- La pobre se molestó en desvestirse, en dejar la ropa, y se ahogó. No lo pudo soportar.

Pero al reo no lo mataron. Cándido volvió al pueblo, abrió una escuela, se casó con Felisa y tuvieron dos niñas y un crío que heredó su nombre y el ADN socialista.

- Al alcalde franquista le pareció bien lo de la escuela, pero le dijo que debía enseñar el catecismo, y él le contestó que eso se hacía en la iglesia. Cuando hablaba, temblaban las paredes. Y ya está. Se marcharon a Jaén.

Al maestro le contrataron para unas obras en la provincia jienense y la familia estuvo dando tumbos por Úbeda, Martos, Campillo del Río, Cazorla, La Guardia... Los domingos, en la cama, les contaba batallas a los niños. «El chiquilino estaba siempre pendiente de él, de ese gran hombre socialista. Le venera», se emociona aún el primo Manuel.

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Cuando cumplió los 18, el chaval se puso a estudiar ingeniería y se afilió al PSOE y a la UGT. Diez años después comandó el sindicato en Jaén, luego en Andalucía y desde 1994 es el secretario general, elegido en pleno conflicto de la cooperativa PSV, el fracasado proyecto para construir viviendas sociales que afectó a 20.000 personas. «Fue muy doloroso. Le llenaron la casa de pintadas, con los niños pequeños. Pero ahora es peor. Nunca le había visto como ahora. Es un tipo muy sensible, que sufre. Su miedo es que nuestros 125 años de historia se pierdan, que se criminalice el sindicato. Pero en ningún momento va a bajar la cabeza, va a hacer frente a lo que venga. Con él superaremos la crisis», promete su amigo Francisco Capilla, responsable de la UGT en Extremadura.

Hace veinte años la familia de Cándido Méndez aterrizaba en Madrid. La geniuda cordobesa Encarna Gálvez, la sombra en la que se refugia el líder sindical, arramplaba de madrugada la botella de lejía y bajaba a la calle para borrar el inmenso 'ladrón' que manchaba el portal y la dignidad de los Méndez Gálvez. Vivían de alquiler en un apartamento cerca del Pirulí, donde el crío mayor, también Cándido, rayaba los discos de Supertramp, Serrat o Grand Funk Railroad. Joaquín, el pequeño, quería volver a Jaén.

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Hoy, el de los discos se busca la vida de ingeniero en Alemania y el pequeño es arquitecto en Madrid. Las dimensiones del piso familiar, ahora en Vicálvaro, no han cambiado mucho. Los problemas de su padre se han disparado. La magistrada Mercedes Alaya investiga al sindicato en el fraude de los ERE andaluces. Según diversas informaciones periodísticas, UGT podría haberse embolsado hasta 600.000 euros. Habrá que esperar a que se levante el secreto de sumario para poder afinar. Luego está la investigación de la Junta de Andalucía, en manos socialistas, que les reclama «en principio» 1,8 millones de euros en fondos de formación presuntamente defraudados. La cifra podría subir hasta los 7,5 millones.

Manzanas podridas

A medida que han goteado las noticias -la supuesta compra de bolsos falsificados para regalar a los sindicalistas, 1.000 bolígrafos Francis Montesinos para un congreso, juergas en la Feria de Abril, robo de archivos informáticos- Méndez ha ido elevando el tono hasta forzar el cese del líder andaluz, Francisco Fernández Sevilla. Meses antes, habían abierto una investigación interna y solo admitieron «interpretaciones contables» en las facturas.

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Parece que han cambiado el paso, se acercan tiempos de reforma. Al menos es lo que hacen llegar fuentes cercanas de la cúpula directiva: «Cándido se ha puesto al frente. Habrá más información, más transparencia. Se reforzará el sindicato desde abajo. Se van a publicar todos los programas financiados con dinero público». No habrá congreso extraordinario, pero la asamblea anual se adelanta al próximo trimestre.

Méndez quiere sacar las manzanas podridas con su mano. Le han recomendado que ponga más cuidado. Pero como dice alguien que permanecerá en la sombra, «a él genéticamente le gusta hacer todo. En la plaza de toros sería el torilero, el picador, el banderillero, el matador, el mozo de espadas, el arenero y el presidente de la plaza. Levantar el sindicato después de lo de las viviendas sociales nos costó mucho. Pero este es el peor momento. Cándido está jodido».

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Debe estarlo si es tan «franco y sincero» como lo describe el socialista Santiago Cuadrado, exalcalde de Barcarrota: «Aborrece la falsedad. Es una persona con los pies en el suelo, nada sectario». «Es el compañero con mayúsculas», tercia el secretario general de Murcia, Antonio Jiménez. «Es honesto y ayuda. Se adapta a todo. En la celebración del día del afiliado le propusimos una caminata de 12 kilómetros y la hizo de buen gusto. Es muy humilde en sus gustos».

Por ahí le han querido lanzar más dardos: que si gasta un reloj Rolex, que si no sale de una marisquería de la calle Narváez. Lauro Olmo, profesor de Arqueología en la Universidad de Alcalá de Henares y director de las investigaciones en la ciudad visigoda de Recópolis, en Guadalajara, sonríe cada vez que escucha estos chismes. «Es que yo vivo en la calle Narváez y pienso si tendré que ver con esa falsa acusación. Cándido viene a mi casa. Con los relojes pasa lo mismo. No tiene ningún Rolex, pero sí uno, mucho más barato, que se parece». Son íntimos. Comparten la pasión por la arqueología. «Me sorprendió su ansia de saber, lo culto que es. Escucha mucho, tiene ganas de saber de todo. Hablamos de poesía, de historia, de cine, teatro, de ciencia. Es una delicia oírle hablar de la aceituna».

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Han pasado varios veranos juntos en Zahara de los Atunes (Cádiz), los Méndez en un apartamento de un dormitorio. Las caminatas de Cándido por el Atlántico son portentosas: de la playa de los Alemanes a la de Bolonia; de Zahara a Barbate. Solo, con sus pájaros, el rocío de la mañana. Lady Gaga, Camarón, en los auriculares. Igual se arranca con unas coplillas. Hace tiempo que se rompió el tendón de Aquiles, no arriesga con otros deportes.

Y quizás no coma todo el marisco que le 'imputan', pero de cocido nunca se queda corto. A Encarna, «excelente cocinera, y con más genio que él», le encanta cocinar para los amigos.

Esta semana, Cándido ha seguido devorando libros: 'Invitación a la utopía', del teólogo de la Liberación Juan José Tamayo, 'El futuro es un país extraño', de Josep Fontana... Busca explicaciones, soluciones, le ha dado alguna vuelta a su dimisión. De momento, parece que no se corta la coleta, aunque algunos amigos le ven tan disgustado como cuando el recién elegido alcalde de Barcarrota, del PP, le quitó el nombre de su padre a la nueva guardería municipal. El maestro Cándido volvía a ser represaliado y los amigos de la familia se indignaron. Pero su hijo les pidió calma. Los que le conocen bien dicen que es una máquina certera, un engranaje, un centurión sudando por la vida del sindicato. Francisco Capilla, el secretario de la UGT extremeña, recuerda estos días las palabras que le dijo entonces: «Calma Paco, las cosas siempre vuelven a su ser».

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Es el sueldo mensual del líder de la UGT, nacido en Badajoz en 1952. Con 5 años aterrizó en Jaén, donde empezó su actividad sindical a los 18. Estudió ingeniero técnico industrial. Mantuvo una estrecha relación con Zapatero. En 2004, recibió la Medalla de Oro de Andalucía.

En octubre de 1980 sustituyó en el Congreso a Miguel Boyer. A los cuatro meses vivió allí el golpe de Tejero. Luego vino toda su carrera sindical. Reside en Vicálvaro, en un piso sencillo. Le gusta ir andando de casa al trabajo, unos 10 kilómetros, para horror de Jorge, su guardaespaldas. Su mujer, Encarna Gálvez, es administrativa en la Universidad de Alcalá de Henares.

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Los reparte, ambos, entre algunos periodistas. Sus amigos describen a un tipo tranquilo, socarrón. «Le gusta la ironía bien entendida y cuenta buenos chistes».

No oculta su devoción por el Real Madrid. Se deja caer por el palco, donde se estila la corbata que nunca lleva. «Tengo el cuello muy grueso y me aprieta». Un día, el portero no le dejó entrar y tuvo que interceder Florentino Pérez en persona.

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