La 'piedad' de Brabo
Un padre sostiene a su hijo muerto en Alepo. Cuando el 'Pulitzer' Javier Bauluz vio la foto de su paisano, el reportero asturiano Manu Brabo, supo que sería el próximo en ganar el premio. Acertó
FRANCISCO APAOLAZA
Miércoles, 17 de abril 2013, 12:36
Alepo. Siria. Un padre y su hijo muerto. La 'piedad' de Manu Brabo es una de esas fotos que se deben mirar durante al menos quince segundos y pensar durante al menos quince años. Un Tiziano de quiosco. Asomarse a la imagen es como ver uno de esos cuadros del siglo XV, aunque con un vacío como el cráter de un meteoro abierto en el pecho. Es amor e impacto. Cuando el fotógrafo Javier Bauluz (Oviedo, 1960) la vio publicada en la prensa, se dijo a sí mismo que esa imagen sería el próximo Premio Pulitzer, 18 años después del suyo. Y acertó. Manu Brabo, asturiano de 32 años, ha sido galardonado con el premio más prestigioso del mundo como parte del equipo de cinco fotógrafos de Associated Press que cubren la guerra en Siria, junto a Rodrigo Abd, Narciso Contreras, Khalil Hamra y Muhammed Muheisen.
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3 de octubre en el frente. «Suena un poco 'heavy', pero por la tarde bajamos al hospital a hacer 'recuento'». Entró un padre con el cuerpo de una criatura. Brabo estaba en la única sala durante los intentos de reanimación del crío, que no funcionaron. «El padre salió con su hijo en brazos. Me dije: 'Esto cuenta algo'. Fui detrás de él y se derrumbó sosteniendo a su hijo en la puerta del hospital, delante nuestro». Tiró la foto. Después el padre pasó 20 minutos en la calle junto al cadáver a la espera de un transporte que los llevara a casa. Brabo las pasó canutas para enviar el trabajo. «Al final encontré a un rebelde que tenía un modem USB y solo mandé esa foto. Sabía que había que mandarla». Ayer la prensa lo agotó a llamadas y tuvo que apagar el móvil para comer, pero acertaba a explicar el efecto que le gustaría que tuviera esa foto: «Que cualquiera sea ese padre y que piense que no son datos, sino historias de gente que sufre una violencia desalmada, constante y sin sentido».
Una mirada sincera
Para Javier Bauluz, habitante de decenas de conflictos (ganó el Pulitzer de 1995 por su trabajo en Ruanda) y director de Periodismohumano.com, la imagen tiene ese don: «Convierte a esas cifras y esos números, esos 'nadies' de los que habla Eduardo Galeano, esos que no valen ni la bala que los mata, en personas». Los muertos de tal o cual batalla, los ocho, quince o dos mil se vuelven «gente que piensa y sueña, no algo amorfo e impersonal».
Para definir al reportero gijonés, Bauluz cita al gigante del reporterismo Ryszard Kapuscinski, que sostenía que los cínicos no sirven para este oficio. «No basta con ser fotógrafo, sino que hay que tener muchas cosas más. Brabo posée fuerza, valor, talento, sensibilidad y una mirada clara, sincera y valiente».
Hasta hace muy poco, era uno más, un anónimo que estudió fotografía en la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo y que después se metió a estudiante de Periodismo. Que después volvió a la fotografía y que se dio con el muro de la indiferencia, como tantos, y que terminó saltando al precipicio y haciendo fotos en una guerra lejana como un ni-ni del reporterismo en zonas de conflicto: ni chaleco antibalas, ni contrato. Ignorado por los medios. Hoy es una estrella y pide que se comprenda la importancia de la fotografía, «algo más que una mancha de color para hacer más atractivo un texto».
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Brabo no eligió la seguridad laboral. Tampoco le dieron elección. Forma parte de la nueva hornada de reporteros que se han buscado las papas cerca de las últimas aberraciones masivas del ser humano. Por Egipto, Libia, y Siria anduvo el asturiano siempre pisando cristales rotos y charcos de sangre, fumando un pitillo debajo de un casco y una barba, agachado detrás de algún muro tiroteado en mitad de una tormenta infernal. «En España solo se acuerdan de los fotógrafos cuando nos dan premios o nos apalean», advierte.
La primera vez que salió en los papeles más allá de los pies de foto fue en 2011. El periodista se había colado en Libia y viajaba con los rebeldes en su ofensiva contra Gadafi. Era 5 de abril. De pronto, en Brega, un coche saltó por los aires y el automóvil en el que viajaba Brabo con los norteamericanos James Foley y Clara Morgana Gillis y el sudafricano Anton Hammerl fue atacado. Bum. «¿Estáis bien?», preguntaron. Todos dijeron sí, salvo Hammerl, que respondió «No». Estaba pálido y tenía las tripas fuera. Los rebeldes salieron corriendo «como el ejército de Pancho Villa» y Bravo y Foley quedaron presos, acusados de espionaje y de hacer fotos sin permiso. 45 días después aterrizó en España con esa delgada envergadura suya de pelos largos, y el tipo duro lloró por su compañero muerto y por Foley, que sigue secuestrado y al que hoy no le dedica el premio «porque se dedican los goles, no estas cosas», pero se acuerda mucho de él. «En la cárcel no me pegaron demasiado», dijo en la rueda de prensa y se volvió a largar a Libia.
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