OPINIÓN

Astenia primaveral

Aunque duela, hay que saber seguir siendo una buena persona

ENRIQUE FALCÓ

Domingo, 10 de abril 2011, 02:05

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NO estoy pasando un buen momento. Y eso que la primavera ha asomado de nuevo a mi vida, y a la de ustedes, con todo lo que ello supone. Más horas de luz, alegría, la llegada del buen tiempo y todo lo demás. Hace días que no paseo por la calle Correos, de Badajoz, pero seguro que las preciosas hojas azules del colegio 'General Navarro' están comenzando a florecer, certificando, efectivamente, que la primavera ya está aquí. El destino no está carente de cierta ironía, ni de algo de mala sombra. Los días se llenan de luz y, sin embargo, mi menda va apagándose poco a poco. Y la culpa no la tiene una especie de alergia rara que he cogido -a la vejez viruelas-, que me hace toser a pesar de no estar constipado, sino muchas personas que tornan dicha primavera al verano más seco, el otoño más sombrío y al invierno más triste.

¿Por qué cierto tipo de personas no tienen fecha de caducidad? Es la sociedad, que no funciona. Y también, claro está, que nos hemos pasado por la piedra todos los valores morales y la buena educación. Les hablaba la semana pasada de cómo añoraba programas como 'Barrio Sésamo', en detrimento de los 'reálitis' y programa de cotilleo con los que ahora nos bombardean. Hay ocasiones en las que pienso que aquello solo fue un dulce sueño y, en realidad, esa parte de nuestras vidas nunca ha existido.

¿Cómo es posible que los seres humanos seamos tan mezquinos, tan egoístas y, sobre todo, tan gilipollas? Porque es que hay personas que no son ni tontas, ni metepatas, ni fastidiosas ni imbéciles. Son gilipollas con cada una de sus letras y todas las de la ley. Escapar de la negatividad que desprenden y contagian es duro y harto difícil. Se nos cruzan en la vida a todos, con cotidianidad y alevosía, y es fácil detectarlas en la familia, en el trabajo, en la política, los medios de información e incluso entre los amigos. Ahora bien, que sea fácil detectarlas no implica necesariamente que resulte sencillo evitarlas o hacerse inmunes a la perversidad y crueldad que desprenden.

Solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, y cuando ya la han violado 50 veces. En este país abundan los caraduras, los lameculos profesionales y los amigos de la picaresca más perversa. Cuando lo irracional, lo absurdo y lo más patético se convierte en el pan nuestro de cada día, es signo inequívoco de que las cosas no marchan del todo bien. Existen magos del optimismo, genios de la competencia, y superhéroes de la cordialidad que mueren en la más miserable de las sombras, sin saber de su magia, genialidad y poderes, por aquello de no haberles permitido desarrollarlos nunca. ¡Cuántos buenos periodistas desperdiciados tras el mostrador de una cadena de comidas rápidas! ¡Cuántas excelentes relaciones públicas, en potencia, han sido, son y serán reemplazadas por un pantalón apretado, de la talla 38, y un buen par de domingas! ¡Cuántos administrativos competentes marcando productos en la caja de un súper! ¡Cuánto talento desperdiciado en tantos bares de copas! Vivimos en el país de los sueños perdidos, en la ciudad de las últimas cosas. Aquí solo tienen derecho a ser felices los futbolistas y los controladores aéreos, que encima de lo que ganan, unos y otros amenazan constantemente con huelgas de despropósitos.

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No sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, que es cuando realmente lo valoramos; y en este país somos expertos en tales exquisiteces. A algunos ni siquiera les han dado la oportunidad de ser echados de menos, cuanto menos de valorarlos.

Pienso a veces que todo tiene un porqué, y que no tenemos más que lo que nos merecemos, pero eso solo ocurre cuando me viene mi famosa subida de leches. Por lo general, y a pesar de todo, soy optimista, lo que no me impide ser realista y sobre todo consciente de la necesidad de un importante cambio. Esto no puede continuar así. No es justo y no tiene sentido. La esterilización de todos los gilipollas no pasa por ser una opción probable, ni siquiera recomendada, pues la estirpe se vería necesariamente condenada a la extinción.

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La solución pasa por intentar no parecerse a aquello que desprecias desde lo más profundo de tu corazón. Ya sé que es difícil, oiga, y que es mucho más fácil actuar igual, haciendo del egoísmo, la incompetencia y la mala sombra nuestra bandera y día a día. Pero no. Aunque duela, hay que saber seguir siendo una buena persona. No soy perfecto, y tengo mis cosas, mis imperfecciones y fallos. No escribo como Pérez-Reverte, Ussía o el maestro Alcántara. Ya me gustaría, ya. Podría dejarme llevar, 'agilipollarme' a pasos agigantados, empaparme de toda crueldad, mala leche e incompetencia, pero no. Con todos mis respetos, aunque cueste, prefiero seguir siendo una buena persona, y por qué no decirlo: me gusta mirar a los ojos de los demás sin tener que desviar la mirada. Al contrario que a otros, que contienen el escupitajo, a mí no me disgusta la imagen que me devuelve el espejo cada mañana. Y eso, a pesar de los kilos de más.

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