Ser normal no es fácil
ENRIQUE FALCÓ
Domingo, 20 de febrero 2011, 01:27
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EL arriba firmante, su siempre seguro servidor, puede afirmar rotundamente con orgullo y satisfacción, que se considera una persona normal. «¡Pues vaya un descubrimiento»-, pensará el listillo de turno. «Me hacía bastante más gracia cuando nos hablaba de sus dietas o sus tonterías». Pues aún a riesgo de parecer pedante, permítanme mostrarles que actuar como una personal normal no es nada fácil y que, desgraciadamente, no cualquiera puede presumir de tan perfecta y armónica definición. Ser normal es tarea ardua y complicada, y requiere de una alta calidad moral, amén de una importante preparación que no se encuentra al alcance de todos.
En la jerga actual se entiende como persona normal a alguien sensato, equilibrado, más o menos simpático, educado, prudente, discreto, responsable y con cierto saber estar en toda situación que se precie. Reconocerán que no todas las personas que ustedes conocen reúnen tan necesarias, y por otra parte exquisitas, virtudes.
Y es que lamentablemente 'rula' mucho hortera y cateto suelto por oriente y occidente, y con todos mis respetos, quien peca de alguna de estas definiciones, sintiéndolo mucho, tampoco puede catalogarse como normal. Se puede ser ignorante, a secas, ya que como les conté en otra ocasión, la ignorancia no es más que algo pasajero en nuestra vida y puede corregirse con el tiempo, y existen ciertas cuestiones que pueden (y deben) aprenderse con un poco de esfuerzo y dedicación. Existen muchos niñatos que no saben (ni pretenden adivinarlo) de qué está fabricado el suelo que pisan, aunque no es necesariamente el tema de la edad un factor condicionante para poder llegar a ser normal. Principalmente, por aquello de que a estos jóvenes imberbes, la anormalidad seguramente le ha sido contagiada por sus propios padres.
Es también 'La mala educación' (además de una de las peores películas de Almodóvar) protagonista indeseable del quehacer cotidiano de cualquiera de nosotros. Una persona maleducada tampoco puede ser normal, porque entre otras cosas, su falta de educación puede llevarla a convertirse en un cateto, en un hortera o incluso en un animal. Maleducado, por ejemplo, es el vecino que al cruzarse contigo en el portal no dice ni bueno días, quien se ríe o se burla de alguien por la calle o quien pretende arreglar el mundo soltando la primera parrafada que le arribe a la sesera, hablando de lo que no sabe, o de las campanas que ha escuchado sin saber dónde, y sin que nadie le de vela en dicho entierro. No es normal tampoco quien trata mal y con desconsideración a sus subordinados, ni tampoco, claro está, el empleado soberbio que falta al respeto a su superior. No es normal, por supuesto, quien habla a voces por el móvil, o permite que este le suene en situaciones delicadas (como en los funerales o en reuniones importantes) o quien tutea a algún desconocido mayor que él, o escupe en el suelo en un recinto cerrado, o, por ejemplo, arroja indiscriminadamente papeles o colillas al suelo. No es normal quien come con la boca abierta en presencia de otros, o eructa, o expele gases o masca chicle de igual forma, quien aligera sus asuntos amorosos en público, o se aprovecha de la debilidad de los demás. Tampoco quienes miran por encima del hombro a otras personas, por desgracia casi siempre mucho más jóvenes; personas que se encuentran desempeñando una profesión que aquellos consideran poco digna, y ante cualquier error le echan en cara que en el fondo no sirven más que para dedicarse a ello y encima mal.
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Los padres que, por ejemplo, fomentan en sus hijos vicios como el tabaco, el alcohol, la velocidad, la imprudencia, el juego o la prostitución, además de unos irresponsables, catetos e incultos, demuestran tal bajeza moral que habría cuanto menos que retirarles inmediatamente la custodia de sus hijos por ser sumamente imbéciles. Quienes fomentan el machismo, la arrogancia, la violencia, la intransigencia o el analfabetismo, ya sea a sus hijos, compañeros, familiares o amigos, nunca podrán considerarse normales ni personas decentes, y siempre estarán de más en una sociedad en la que, gracias a Dios, aún existe un número importante de personas normales que con todo el derecho del mundo les aborrecerán.
Una persona normal trata de ayudar a sus amigos, a sus compañeros, y trata de advertirles antes de que estos cometan un error; tampoco desea nunca que una desgracia que ha vivido en sus carnes se haga partícipe en alguien que en el fondo aprecia. Alguien normal mira a los ojos del interlocutor a quien habla, trata a sus semejantes como quisieran que le trataran a él mismo y ayuda a los demás, prestando el mismo servicio que quisiera para él en idéntico caso o situación.
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Ya sé lo que va a decirme: que todo esto está muy bien, que suena muy bonito y casi a demagogia, y que una cosa es predicar y otra muy distinta dar trigo. ¿Pero qué quería? ¿Qué es lo que pretenden entonces? Nadie dijo que fuera fácil. Ser normal exige mucho.
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