Balada triste de trompeta
Que no se les ocurra cerrarnos el grifo de las descargas a quienes ya pagamos sus derechos de autor con el dichoso canon digital, al comprar toda clase de aparatos y soportes relacionados, de una u otra manera, con internet
ENRIQUE FALCÓ
Domingo, 30 de enero 2011, 01:18
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ME encanta hablar de internet. No puedo mentirles. Entre otras cosas porque me vuelve loco. Ahora mismo, tras mi reciente cambio de domicilio, me hallo sin poder disfrutar de las maravillas y servicios que ofrece la red por un quítame allá esas fibras ópticas. Esto me hace sentir un vacío enorme en el corazón. Lo juro. El no poder consultar mis movimientos bancarios, realizar mis transferencias, gestionar mi correo, leer la prensa o actualizar mi blog, entre otras cosas, me desanima profundamente. Además, internet me trae buenos recuerdos, pues fue el tema que me llevó a colaborar por primera vez con el diario HOY.
No voy a aburrirles explicándoles como funciona lo de la Ley Sinde, entre otros motivos porque es que no me entero ni yo. Solo pretendo hacerles partícipes de una realidad: Internet es el único medio realmente libre que existe, y nos lo quieren arrebatar. Transformándolo, adecuándolo, controlándolo en definitiva y, lo que es peor, sacando además tajada a nuestra costa. Ya he expuesto anteriormente mi repulsa contra la piratería, con la que no hay vuelta de hoja, pues es un delito grave que hay que perseguir, principalmente por los daños colaterales que se producen. Detrás de un hombre de color, de color negro, ya me entienden (nunca entenderé la estupidez de referirse a las personas de raza negra como 'de color') vendiendo cedés piratas sobre una manta, en cualquier plaza pública, o de una jovencita de rasgos orientales ofreciendo las últimas novedades cinematográficas en deuvedé de bar en bar, se esconden mafias, con los consecuentes abusos y extorsiones que todo acto tan miserable conlleva. La única manera de luchar contra estas asquerosas organizaciones, que encima nos timan (¿quien no ha comprado alguna película donde además de la pésima calidad aparece el cabezón de turno que se levanta en el momento cumbre de la obra para ir al baño?), es la de no comprar tan mezquinos productos. Ahora bien, no quiera la señora ministra compararme tal situación con el tema de las 'descargas ilegales', que serán ilegales porque lo dice ella y la SGAE, que me parece a mí que aún no han detenido a nadie por descargarse el último disco de U2 o el capítulo de la semana pasada de Cuéntame.
Internet está dejando de convertirse en un instrumento de ocio, solo reservado a una pequeña minoría, en pos de una realidad tan necesaria como práctica para la cotidianidad de la mayoría de ciudadanos. Además de la principal fuente de ocio y cultura (y también de pornografía, contémoslo todo), internet es la herramienta que ya ha cambiado una parte de nuestra historia y va a transformar para siempre a la humanidad. Al igual que hasta hace bien poco los analfabetos eran aquellas personas que no sabían leer ni escribir, los nuevos iletrados serán, en un futuro muy cercano, aquellos que se cierran ante las nuevas tecnologías y no saben desenvolverse con ellas. Es triste, pero conozco casos de amigos y compañeros, ya no de mi quinta, sino algo más jóvenes, los veinteañeros nacidos en la generación de los 80 (¡que lástima de generación perdida!) que a pesar de escribir 'eseemeeses' a toda castaña con sus súper móviles o en el Tuenti (con graves y dolorosas faltas de ortografía, por supuesto), no saben siquiera poner una dirección en la barra de direcciones. Ponen en Google lo que están buscando y hala, ya aparecerá. Y no digamos mandar un correo electrónico o un archivo adjunto en dicho email.
Pero no nos desviemos (y menos en público) y reconozcamos que internet se está convirtiendo en algo tan necesario como para que una panda de cretinos quiera manejarlo y gestionarlo a su antojo, con la excusa del atentado que supone el ataque a sus derechos de autor y su propiedad intelectual. Que se busquen diferentes maneras de compensar esas pérdidas, que se estudien las posibilidades necesarias que permitan una regularización óptima para todos, pero que no se les ocurra cerrarnos el grifo de las descargas a quienes ya hemos compensado esas pérdidas con el pago de una línea 'adeeseele', que no es barata, y el dichoso canon digital que pagamos por la compra de toda clase de aparatos y soportes relacionados, de una u otra manera, con internet. La red ha supuesto una revolución y su causa se extiende como una gran macha de aceite, imparable.
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Hasta Álex de la Iglesia, el gran director y guionista de cine, en un gesto que le honra, ha anunciado su dimisión como presidente de la academia del cine por lo impopular e injusto que es la Ley Sinde. Y es que el genial director de 'Balada triste de trompeta', como mi menda y tantos otros, sabemos que mientras el mundo sea justo, las leyes injustas nunca serán respetadas.
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