El pantano del hedor eterno
Creo que fue aquella la primera vez que sentí lo que era estar enamorado, o algo parecido
ENRIQUE FALCÓ
Domingo, 19 de diciembre 2010, 01:18
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EN 1986 tenía ocho años, pero tal dígito es mágico para mi alma, corazón y recuerdo. Fue el año de mi primer mundial de fútbol, con digamos, uso de razón. Ya tenía consciencia de que mi menda existía y todas esas cosas, y comenzaba a devorar mil y una experiencias y sensaciones por primera vez. Aquel verano fue quizás de los más mágicos que recuerdo. Aquellas madrugadas ante la tele, algo insólito y solo permisible por que estábamos en verano y no había colegio, vibrando con la selección de entonces: Camacho, mi idolatrado Goicoechea, el gran Señor, ese Míchel que centraba a derecha y a izquierda con ambas piernas, mi gran ídolo de la infancia, Emilio Butragueño, y tantos otros.
Al final del año hubo otro momento importante, esta vez cinematográfico, que me marcó especialmente. Ni más ni menos que el estreno de una de las películas que más me han influido, que, si se tienen en cuenta mis ocho años, ya es decir mucho. 'Dentro del laberinto' supuso un bombardeo continuo de novedades, sorpresas y excitación. Para empezar, me enamoré locamente de una bellísima y quinceañera Jennifer Connelly, la cual expandía y a la vez provocaba en mí aquella mezcla de pura belleza, misterio, anhelo y profundo deseo que jamás hubiera experimentado anteriormente. Posiblemente sea la única de las susodichas 'tías buenas' o estrellas de la época a la que no perjudicó esa horrorosa moda de los 80, con aquellas feas 'cejorrias' negras y esas hombreras, que aún se harían más altas en los 90. ¡Todavía tiemblo solo de pensarlo! Creo que fue aquella la primera vez que sentí lo que era estar enamorado, o algo parecido. Además se produjo otro hecho tan importante como crucial para mi futura formación como persona y músico. Descubrí nada menos que a David Bowie ¡Me gustaba! ¡Y solo tenía ocho años!
Parece mentira la de vibraciones positivas que puede proporcionarte una simple película. Fue escuchar los primeros compases del 'Magic Dance' y quedé prendado. Nada es casual, pues el guión es nada menos que de Terry Jones, miembro de los Monty Python, de los que también me enamoraría años más tarde, pero de otra humorística manera, claro está, y la dirección nada menos que de Jim Henson, creador de 'Los Teleñecos' y 'Fraggle Rock', mitos de mi infancia.
No sé si en aquella maravillosa película uno de los mayores peligros que podía encontrar la hermosa Connelly era 'El pantano de hedor eterno', en cuyas aguas enfangadas hervían sustancias tan viscosas y repugnantes que, como te rozaran simplemente la punta de los zapatos, te harían apestar para siempre. Desde entonces mi pituitaria exclama ofendida cada vez que percibe un olor que no le satisface.
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Existen personas que parecen que hayan sido víctimas de tan desafortunado honor, e inundan, desgraciadamente, de malos y desagradables olores la jornada diaria de sus compañeros, así como las fiestas y celebraciones de amigos y familiares. Cualquiera tiene a su disposición una ducha y cientos de utensilios para luchar contra los malos olores. Cualquier hijo de vecino tiene derecho a tener un mal día y a expeler por sus poros olores no deseables. Pero no es más que la excepción que confirma la regla, pues aquellos que huyen del agua y del jabón, como si de una maldición de antaño se tratase, confirman su falta de adaptación a un mundo que reclama una figura impoluta, o al menos inodora. Me parece increíblemente triste la situación espeluznante que se da cuando, en un grupo de cuatro o cinco personas, una de ellas espanta al resto del personal por su olor corporal. Siendo ella, la única incapaz, de observar que sus compañeros no pueden concentrarse o implicarse en una u otra tara a causa de su nauseabundo olor.
El personaje de David Bowie, Jareth, Rey de los Goblins en la película 'Dentro del Laberinto', estaba perdidamente enamorado, como yo mismo y toda su generación masculina, de la bella Sara, Jennifer Connelly, pero estoy seguro, que si esta se hubiera zambullido accidentalmente en el pantano del hedor eterno, hubiera encontrado algo más que reservas y distanciamiento de su graciosa majestad. Las mismas que hallan a diario muchos de nuestros amigos, familiares, compañeros y amigos quienes no saben, o no comprenden, el bien que puede hacerles una ducha diaria y algunos elementos como desodorantes, colonias o perfumes.
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