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OPINIÓN

Generalizar

Me niego a pensar que la vida sea simplemente un valle de lágrimas y que vaya a llover eternamente para el resto de nuestros días

ENRIQUE FALCÓ

Domingo, 14 de noviembre 2010, 02:06

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NO considero que generalizar pueda definirse como algo malo, o cuanto menos realmente reprobable. Cuando generalizamos sobre algo, o alguien, simplemente nos dedicamos a exponer una realidad, o parte de ella, que desemboca en un número superior a la media. Es decir, que se da por hecho, o se sobreentiende que esa realidad que planteamos existe, que está ahí, pero no significa que hayamos de incluir a todo el mundo en el mismo saco. Personalmente he de confesar que mi menda generaliza, y mucho, y es cierto que quizás, en mis artículos de opinión, me tome la licencia de dar por buenas y ciertas algunas de estas generalizaciones. Cuando expongo algunas de mis ideas, es tal el afán y las ganas de hacerme entender, que cualquiera que me lea puede llegar a la conclusión de que me creo en posesión de la verdad absoluta. Nada más lejos de la realidad.

El domingo pasado, Manuela Martín, periodista del diario HOY, me lo echaba en cara tirándome de las orejas cariñosamente en un excelente artículo, 'Efectivamente, os hemos engañado', tan duro como cierto y sincero. Tiene mucha razón la autora al afirmar que no existen generaciones, sino individuos. Y nos abre los ojos, para golpearnos en los morros con toda contundencia, al mostrarnos que la búsqueda de trabajo es igual de dura para jóvenes que para los no tan jóvenes.

El problema, quizá, es que cuando generalizamos tendemos a hacerlo para tratar casi siempre temas negativos, y Manuela tiene razón al hacernos ver que en todas partes cuecen habas. En mi artículo, 'Cambios', nunca quise menospreciar a toda una generación de cincuentones (recuerden mis palabras calificando como 'ceporros de 50 años' a algunos jefes o empresarios de hoy en día), ni mucho menos dorar la píldora a los actuales treintañeros, entre otras cosas porque inexcusablemente también albergamos parte de culpa de encontrarnos en la pésima situación que vivimos actualmente.

El problema fue que quizás me dediqué a generalizar sobre situaciones que conozco o me afectan de una u otra manera, y claro, también existe la posibilidad de faltar a la verdad, o a una parte de ella, consumido por aquel afán de hacerme entender. El artículo de Manuela Martín, no obstante, me ha hecho reflexionar sobre muchos aspectos, y para no mostrarme contradictorio a mi manera de pensar y entender la vida, no me queda más remedio que darle la razón públicamente en muchas de las cosas que expone en su comentario. Es evidente que los títulos no lo son todo y, no nos engañemos, significan muy poco hoy en día. Yo mismo, sin ir más lejos, ostento el privilegio de escribir artículos en un periódico y nunca estudié la carrera de periodismo. Me consta la de licenciados de esta carrera que estarán en paro, o muertos de asco trabajando en un restaurante de comidas rápidas mientras se preguntan qué narices ha hecho un servidor para gozar de tal privilegio. Al igual que cuando Belén Esteban, Kiko Hernández o la 'Venenito' y compañía colapsan las cadenas de televisión y emisoras de radio sin más certificados en sus paredes que el de haber sido vacunados satisfactoriamente contra la viruela.

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La actitud y la iniciativa son muy importantes, y en ellas hemos de incidir los más jóvenes. En el campo de la experiencia, sin embargo, poco podemos procurarnos si nadie nos da una oportunidad para empezar. Nos encontramos en una situación difícil, es cierto pero, ¿quien dijo que la vida es fácil?

Hace unos meses, tras sufrir un desengaño laboral importante, mi padre, al verme tan abatido, me obsequió con una frase que no olvidaré mientras viva: «La vida es así en este asqueroso país hijo mío. Hay que aguantarse y resignarse sin dejar de luchar por lo que crees. Ahora bien, nunca te rindas, porque eso sí que no vale para nada».

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Ya lo saben amigos. Desesperar nunca, rendirse jamás. Me niego a pensar que la vida sea simplemente un valle de lágrimas y que vaya a llover eternamente para el resto de nuestros días. Creo que llega el momento de abandonar las quejas, el lloriqueo, y actuar en consecuencia.

Manuela, tienes razón, efectivamente nos habéis engañado, pero inconscientemente, por lo cual no os culpo, además, encima nosotros, que nos creíamos tan listos, nos hemos dejado engañar. Basta ya de buscar culpables y de preguntarnos quién engañó a quién. Esto no es ninguna lucha generacional ni una carrera interminable de obstáculos hacia ninguna parte. Esto es un camino que se puede recorrer tranquilamente, sin prisa pero sin pausa, y al son de las circunstancias de cada cual. Preocupémonos de trazarlo, adecentarlo y arreglarlo todos juntos y, muy especialmente, de compartirlo, sean cuales sean las inclemencias del tiempo.

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