Josep Maria Folch, gerente de la metalúrgica, con la primera máquina de alfileres que llegó a España en 1887 y que está en sus instalaciones. R. C.

La famosa aguja en el pajar está en Tarragona

Metalúrgica Folch es la única fábrica de alfileres de España. Con 101 años a sus espaldas, producen unos 375 millones de piezas y exportan a 50 países

Lunes, 6 de octubre 2025, 00:07

Los Folch llevan más de cien años sacando punta a su centenaria historia como fabricantes de alfileres de calidad y resistentes: su empresa, Metalúrgica Folch, ubicada en Montbrió del Camp (Tarragona), ... es la única de España -y una de las tres últimas que quedan en Europa, en concreto en Italia y República Checa-, que elabora «un producto tan humilde como necesario». Así valora este trocito de afilado alambre Josep Maria Folch (Reus, 62 años), ingeniero industrial y gerente de esta compañía familiar fundada en 1924 y que ya va por la cuarta generación, desterrando así ese mal fario que dice que el padre crea la empresa, el hijo la mantiene y el nieto la cierra. Bien al contrario. Los Folch producen cada año 25 toneladas de alfileres (375 millones de unidades) que exportan a 50 países de los cinco continentes, y hoy siguen pensando en cómo innovar su producto y ampliar el negocio.

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En su catálogo hay hasta 150 modelos distintos de alfileres, prueba del increíble universo metálico que hay detrás de estas agujas que llevan cinco mil años entre nosotros, primero como simples espinas para sujetar pieles, y ahora fabricadas en hierro, latón o acero inoxidable enriquecido con carbono, pero siempre con la misma función: unir piezas.

Imprescindibles en diseño de moda, sastrería, patronaje y alta costura, entre los millones de alfileres que salen de las máquinas de los Folch (construidas, por cierto, por sus propios operarios), los hay pensados específicamente para confección industrial (Zara, Mango o El Corte Inglés son algunos de sus clientes), costura doméstica, camisería, mercería, encaje de bolillos, manualidades infantiles... «Lo más importante de un alfiler es que sea fino, duro y resistente a la flexión, con una superficie bien pulida y que cuando penetre en el tejido o el material que quieras utilizar no lo dañe ni destroce ninguna fibra», ilustra Josep Maria, que, insiste en explicar que no vale cualquier alfiler para según qué tarea. «No se puede utilizar el mismo alfiler para una tela fina de seda que para la tela de un tejano«, explica a modo de ejemplo.

La gama de los alfileres Folch se amplía en función de la longitud y el grosor (los hay ultrafinos de 0,3 milímetros de diámetro que se deslizan suavemente atravesando sin dañar las microfibras), pero también de las formas de la cabeza (bola, lágrima, pera, flor...), de la punta (afilada, progresiva, suave...) o de los colores y acabados (incluyendo el oro de 24 quilates). E incluso diseñan alfileres con la cabeza plana pensados específicamente para facilitar el planchado.

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Y todo este mundo se concentra en el mismo edificio donde hace 101 años nació Metalúrgica Folch, que hoy emplea a 15 trabajadores (llegó a tener un centenar en los años 50) y factura cerca de un millón de euros, una cifra que quieren incrementar con una nueva nave industrial donde producirán dos nuevos artículos: dedales y cintas métricas, un par de elementos «complementarios a nuestros alfileres y que les darán un valor añadido«, detalla el gerente.

La última de España

Hasta hace 50 años, en España coexistían media docena de fábricas de alfileres, pero la jubilación de sus dueños y la fuerte competencia de los mercados asiáticos las han ido cerrando una detrás de otra. Hoy solo queda la veterana metalúrgica de Tarragona, que en los años 80 decidió dar un volantazo eliminando todos los artículos pequeños que elaboraban, como botones y bisutería, para especializarse solo en alfileres, su producto estrella. De hecho son los únicos de Europa que hacen exclusivamente alfileres, puesto que las otras dos fábricas de Italia y República Checa «son mucho más grandes y tienen más líneas de artículos, además de los alfileres», indica Folch.

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Ahora quieren automatizar los procesos (sobre todo la manipulación de los envasados) «para ser más eficientes», y seguir creciendo gracias a la venta online. «La tienda electrónica nos ha abierto muchas puertas. Hace poco hemos enviado una pequeña remesa a Canadá para el Circo del Sol, pero también tenemos clientes importantes en Nueva York», comenta orgulloso Josep María, que no da nombres por discreción.

En 2024 la empresa llegó a su primer siglo de existencia, lo que conmemoró con una colección de cajas metálicas de estilo vintage. «Nos hizo mucha ilusión cumplir los cien años porque era un reto para nosotros. En España solo hay 350 empresas centenarias», subraya el gerente de la metalúrgica, que echa de menos más profesionales en el manejo de los alfileres por la desaparición de las pequeñas mercerías de barrio. «Antes había muchas mercerías con señoras con mucha experiencia, pero el comercio electrónico y las grandes superficies están eliminando las tiendas de toda la vida».

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También la producción de alfileres de su fábrica ha descendido. «Hace treinta años hacíamos 100 toneladas, pero el mercado se ha restringido y lo que hacemos ahora es buscar la excelencia, el valor añadido, la calidad extra que podemos aportar por la experiencia que hemos acumulado durante tantos años», dice Josep Maria.

Los alfileres y Adam Smith

Además de ingeniero industrial, el empresario cultiva su amor por la historia, una faceta que le apasiona. De hecho, lleva años documentándose para preparar un libro sobre la historia de los alfileres, contando la evolución de las distintas materias primas empleadas en su elaboración, así como el peso de las fábricas de alfileres en los últimos tiempos. «Adam Smith basó su teoría de la división del trabajo observando a los obreros de una fábrica de alfileres en Kirkaldy, su aldea natal», ilustra Folch en referencia a 'La riqueza de las naciones' (1776), la obra que sentó las bases del capitalismo y que debe su existencia a esas pequeñas agujas por las que Josep Maria siente devoción.

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En ese afán por divulgar el mundo de estas finas barritas metálicas, el gerente de la metalúrgica quiere impulsar talleres para que los niños «y las personas mayores» desarrollen su creatividad mediante manualidades con alfileres de colores. Además confiesa su ilusión por crear en Montbrió del Camp un museo sobre la historia de los alfileres. «Creo que sería una bonita aportación a nuestro municipio», apostilla Josep Maria que está convencido de que, tras cien años produciendo miles de millones alfileres, la famosa y universal aguja del pajar salió de su fábrica de Tarragona. Seguro que la idea no 'pincha' en hueso y la agujita rondará escondida por alguna vitrina del futuro museo.

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