Eran de Plasencia, me parece que decían
Personajes históricos. La diócesis sigue reivindicando a 'El Divino' y ahora un libro lo hace con Loaysa
En el mundo de la Historia, las discusiones sobre el origen de personajes históricos son debates que regresan periódicamente. La cuestión de dónde nació Cristóbal ... Colón, por ejemplo, sigue generando controversia. Aunque investigaciones recientes señalan que Colón podría haber nacido en tierras levantinas y haber sido de origen judío, otros, en un ejercicio de imaginación, incluso han afirmado que nació en Plasencia. Esta teoría no ha generado mucha afiliación entre los historiadores, que prefieren concentrarse en casos más realistas, como el del pintor Luis de Morales 'El Divino' y el navegante García Jofre de Loaysa. Eran de Plasencia, me parece que decían, parafraseando a Robe y su 'Pepe Botika'.
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El origen placentino de Luis de Morales, del que siempre se ha pensado que nació en Badajoz, lleva años merodeando los despachos de los expertos en Historia. Esta semana, con la reapertura de la iglesia de San Martín y la restauración de su retablo, la delegada de Patrimonio de la diócesis, Mercedes Orantos Sánchez-Rodrigo, defendió nuevamente esta hipótesis: «Creemos que nació en Plasencia, pero lo tenemos que demostrar. A los de Badajoz no les gusta esta teoría, pero la verdad es que a Badajoz llegó muy tarde. Antes estuvo viviendo en Plasencia».
Esta teoría no es reciente; fue difundida hace nueve años con el respaldo del Prado. Leticia Ruiz Gómez, jefa del departamento de pintura española del Renacimiento del Museo, expresó en el catálogo de la exposición que la pinacoteca acogió entre 2015 y 2016 que, «contrariamente a lo que tradicionalmente se ha afirmado, Badajoz no debió ser el lugar en el que nació». Ruiz justificaba esta declaración en una serie de documentos, incluido uno de 1537 que sitúa a Morales como pintor residente en Plasencia, donde le pagaron para crear un retablo para la parroquia de Santiago en Belvís de Monroy.
Ruiz exponía que Morales habitó en Plasencia al menos entre 1535 y 1537, una época de notable actividad artística en la ciudad, impulsada por la construcción y ornamento de la Catedral nueva y por las necesidades artísticas de la diócesis. Especulaba que Morales pudo haberse sentido atraído por estas oportunidades, o incluso que pudiera haber nacido en la ciudad. Aunque su llegada a Badajoz suele atribuirse a su matrimonio con Leonor de Chaves y a encargos como el retablo de Barcarrota, los documentos confirman que, a sus 24 ó 25 años, ya tenía en Plasencia un taller suficientemente capacitado como para ejecutar grandes proyectos.
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García Jofre de Loaysa
Otro personaje cuya identidad está siendo motivo de debate es el navegante García Jofre de Loaysa, quien lideró en 1525 una expedición española de siete barcos y 450 personas a las islas de la Especiería, en sudeste asiático, en lo que se convertiría en un viaje maldito, pues solo sobrevivieron nueve tripulantes. Entre ellos no estaba Juan Sebastián Elcano, que murió en el trayecto.
En su libro 'La vuelta al mundo maldita', que acaba de ver la luz, Tomás Mazón reivindica la figura de Loaysa, a quien describe como natural de Plasencia, en lugar de Ciudad Real como tradicionalmente se creía. El libro aporta detalles fascinantes de la vida de Loaysa, como su rol de embajador ante el sultán otomano, con registros de su audiencia en la corte.
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Mazón, un ingeniero especializado en la primera vuelta al mundo, describe el viaje de Loaysa como un intento de crear una provincia española en las islas de las Especias, que estaban en disputa con Portugal. Aunque este objetivo no se cumplió, Mazón ve la expedición como una hazaña de resistencia por parte de los marineros que, tras doce años de dificultades, lograron regresar a España. A través de su investigación, Mazón reconstruyó las identidades y roles de cada tripulante de esta desdichada expedición.
Mazón supo que escribiría el libro tras descubrirse a sí mismo tumbado en el suelo en una iglesia de Plasencia escudriñando un dato en una tumba de los familiares de Loaysa. Cuando se levantó, se dio cuenta de que el sacerdote esperaba para empezar la misa y, avergonzado, se fue del templo con las miradas de los fieles fijas en él. «Había que contarlo», según explica en el prólogo del libro.
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Tras años investigando sobre la primera vuelta al mundo, Mazón considera que se «sentía obligado» a compartir lo que había aprendido sobre Loaysa y su tripulación, quienes se enfrentaron al desafío de colonizar las islas sin saber que, mientras ellos luchaban por mantener la presencia española en la región, Carlos I ya había cedido los derechos de estas islas a Portugal en el Tratado de Zaragoza, de 1529.
Durante los años de la expedición de Loaysa, el rey de Castilla y el de Portugal llegaron a este acuerdo en el que Castilla recibió una importante suma de dinero a cambio de «alquilar», en palabras de Mazón, la posesión de las islas. Sin embargo, los navegantes desconocían esta negociación y siguieron luchando en las Molucas. Los portugueses, conscientes del tratado, llegaron a informar a los españoles de que su lucha ya no tenía sentido, pero estos no se fiaban y persistieron en su misión, un episodio similar al de los últimos de Filipinas, quienes se mantuvieron combatiendo décadas después, sin saber que su colonia ya había sido cedida.
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La expedición de Loaysa, al igual que la de Magallanes y Elcano, tuvo un desenlace complejo. De los siete barcos originales, uno desertó y regresó a España con actos cuestionables que les costaron el arresto. Los desafíos de la misión llevaron a Carlos I a pedir ayuda a Hernán Cortés, quien envió tres navíos desde Nueva España, con cerca de cien marineros, de los que solo sobrevivieron tres. Así, este viaje se recuerda por la notable perseverancia de aquellos que sobrevivieron a la misión, que se enfrentaron una cadena de eventos desafortunados, pero también permitió a sus participantes regresar con relatos heroicos.
Mazón continúa investigando, impulsado por el «veneno» de la historia. Su trabajo representa una lucha por rescatar del olvido a figuras como Loaysa, cuyo legado había quedado relegado a una nota al pie de la historia, y cuya epopeya, aunque trágica, es también una muestra de la tenacidad y el espíritu explorador.
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