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La victoria de Putin en Francia

EL ZURDO ·

Antonio Chacón

Badajoz

Domingo, 1 de mayo 2022, 09:44

El pasado domingo, Emmanuel Macron respiró aliviado, y Europa con él, tras ser reelegido presidente de Francia. Pero su triunfo tuvo un sabor agridulce, pues ... se impuso a la ultraderechista Marine Le Pen con menos ventaja que hace cinco años y la abstención fue la mayor en 50. Dos señales del fuerte descontento con quien fue no la mejor opción sino la menos mala para la mayoría de los votantes frente a una Le Pen que, aunque obtuvo el mejor resultado electoral de la historia de la extrema derecha de su país, aún asusta o provoca aversión a muchos franceses.

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Macron no ilusiona ya como en 2017, cuando encarnaba el cambio tranquilo. Su arrogancia, su manera bonapartista de gobernar y su alejamiento de la calle le han granjeado un gran rechazo popular. Ya no es el espejo en el que se miraba Albert Rivera, quien aspiraba a lograr lo que logró el centrista francés: alzarse con la presidencia fagocitando al electorado de los dos partidos tradicionales, socialistas y conservadores, relegados a la irrelevancia.

Emulando al británico Tony Blair o al alemán Gerhard Schröder, Macron se presentó como una tercera vía, como un centauro político, un socioliberal, mitad liberal, mitad socialdemócrata. Sin embargo, el supuesto socioliberalismo de Macron no tardaría en ser visto por una creciente marea de ciudadanos de clase baja o media (los perdedores de la globalización) como una claudicación de la socialdemocracia ante el neoliberalismo económico. Su intención de recortar el gasto social y sanitario le valió el apodo de «presidente de los ricos» y despertó la revuelta de los 'chalecos amarillos'. Luego llegó la pandemia de covid, que causó otra crisis económica, seguida sin solución de continuidad por una recaída causada por la guerra de Ucrania cuando se atisbaba la recuperación, lo que ha agudizado el malestar social que explica, en buena parte, el subidón en las urnas de Le Pen.

Esta ha tenido la artería de explotar ese malestar presentándose como la «candidata del pueblo» frente al «candidato de las élites», como hizo Trump frente a Hillary Clinton, disputándole con un discurso roji-pardo al Podemos francés, la Francia Insumisa de Mélenchon, el voto de las víctimas de la desindustrialización, del medio rural, de la periferia de las ciudades, de, en definitiva, los que se sienten traicionados por la socialdemocracia.

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Mas, si Macron es un gatopardo, Le Pen es una loba parda con piel de cordero moteada de rojo. Tras su cara lavada, se oculta la ultra de siempre, la que llama a luchar contra la «ideología islamista», prohibir el velo en los espacios públicos, frenar la inmigración o reservar las ayudas solo para los franceses nativos, la euroescéptica que aboga por una «Europa de las naciones», la amiga y quintacolumnista de Putin.

Y es que, como dice el filósofo Santiago Alba Rico en un artículo publicado en Ctxt, el presidente de Rusia «ya había invadido sigilosamente la UE a través de partidos ultraderechistas que, en Hungría, en Francia, en Italia, en España, cuentan con mucho más apoyo que sus equivalentes en Ucrania». Para Alba Rico, «nuestro cometido debe ser el de 'desnazificar' desde dentro Europa mediante una profundización de la democracia». Y advierte: «Si no presionamos para que la UE sea más justa, más democrática, más independiente, más ecologista, más hospitalaria, de nada servirá que Putin pierda la guerra en Ucrania porque la habrá ganado en Europa».

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